Economía
Una valoración de las reformas del raulismo desde la libertad
Elías Amor
Valencia 28-06-2012 - 2:51 pm.
¿Qué habría que hacer para superar la secuela destructiva del 
castrismo?: una respuesta a los economistas de la línea oficial.
Los economistas cubanos de la línea oficial han hablado sobre las 
reformas del raulismo. Lo han hecho en un libro de reciente publicación, 
titulado Miradas a la economía cubana: el proceso de actualización 
(Editorial Caminos), de autores como Pavel Vidal, Omar Everleny, Ileana 
Díaz y Ricardo Torres; Dayma Echeverría y Teresa Lara; Luisa Íñiguez, 
Armando Nova, Camila Piñeiro y Juan Triana, profesores e investigadores 
de diversos centros académicos oficiales, casi todos de la Universidad 
de La Habana.
La tesis general que subyace en el libro insiste en que "la eliminación 
de subsidios y el aumento de precios pueden impactar más a familias 
necesitadas, mientras se implanta el nuevo sistema de apoyos 
selectivos", con unas consecuencias evidentes en términos de 
desigualdades económicas y sociales. A partir de este diagnóstico, los 
autores concluyen que "se requieren nuevas formas de asignar el gasto 
social para evitar un incremento desproporcionado de la pobreza durante 
el ajuste".
Con todos mis respetos, ¿quién dijo que iba a ser fácil?
Desmontar una economía estalinista, intervenida y planificada —en la que 
no existe un marco jurídico que soporte y respete los derechos de 
propiedad privada—, para su transformación en una economía de mercado 
libre, con respeto a la propiedad, tiene sus costes y dificultades. Una 
de ellas son precisamente las desigualdades, que ya existen en la 
economía castrista, y donde no dependen de la capacidad de trabajo, ni 
de las cualificaciones, ni del esfuerzo, el ahorro o la acumulación, 
sino de la pertenencia a la línea de mando oficial, o la proximidad a la 
jerarquía de los Castro. Pasar de una desigualdad política e ideológica 
a una desigualdad económica parece un objetivo bastante razonable, y 
desde luego, hasta que no se ponga fin a las injusticias y desigualdades 
anteriores, será muy difícil que los cubanos se empeñen en sacar 
adelante su economía, trabajando, acumulando y creciendo, lo mismo que 
en cualquier otro país.
No creo que exista una excesiva resistencia a los ajustes económicos, 
puestos en marcha por el régimen castrista. No llegan muchas 
informaciones procedentes de Cuba sobre protestas sociales masivas o 
manifestaciones. Todo lo contrario. La protesta de la disidencia en Cuba 
se dirige a las libertades democráticas, el respeto a los derechos 
humanos y las libertades.
El régimen se emplea con mano dura, y solo afloja —como en el proceso de 
eliminación del empleo estatal— cuando la tensión es insoportable. Lo 
que verdaderamente quieren los diversos sectores de la sociedad, entre 
ellos desempleados, jubilados, familias pobres y burocracia, es un 
liderazgo efectivo que marque con claridad cómo se pretende que sea la 
economía cubana en el horizonte de una década y fijar las acciones más 
adecuadas para ello. Lo que verdaderamente preocupa a los sectores que 
pueden perder más con los cambios —la dirigencia política, los 
representantes del régimen y sus organizaciones de masas, los directivos 
de las ineficientes empresas estatales, etc—, es llegar a perder esas 
posiciones de poder que suponen una ventaja con respecto a sus 
semejantes, conseguidas tras años de obediencia y sometimiento a una 
línea oficial que ahora, cincuenta años después, se intenta transformar 
en algo distinto.
La resistencia al cambio económico viene, ante todo, de los sectores 
sociales perdedores. En eso coincido con los autores del libro. El 
problema es que el abrumador control político e ideológico que ejerce el 
castrismo sobre la sociedad civil, prácticamente inexistente tras medio 
siglo de tiranía, hace inviable que en estos momentos aparezcan 
públicamente los sectores ganadores de los cambios. Pero por supuesto 
que aparecerán. No tardarán en hacerlo. De vez en cuando, nos 
encontramos con algún enunciado procedente de esos nuevos sectores que 
poco a poco se asoman al hilo de los cambios. Pero la debilidad de este 
grupo es aún muy importante, por lo que sus miembros no se van a atrever 
a plantear demanda alguna, y hacen bien, para preservar su posición, 
hasta que la plataforma raulista se debilite más.
Una debilidad que el raulismo está intentando frenar, aún a sabiendas de 
que ya ha perdido la batalla final: conforme el trabajo por cuenta 
propia contrate a más empleados, y pague salarios más elevados que el 
empleo estatal, los lazos de adhesión y dependencia con la línea oficial 
quedarán para siempre rotos. Preveo impacto positivo en el empleo, sobre 
todo de aquellos que estén dispuestos a trabajar duro. Como han hecho 
los cubanos en el exilio durante medio siglo, capaces de construir su 
futuro sobre valores muy distintos a los que existen en la Isla.
Por ello, no creo que la clave esté en el manejo del gasto social. Por 
desgracia, el margen del régimen para utilizar el gasto como instrumento 
de política económica es limitado, porque la persistencia de un déficit 
público del 3,5% del PIB con una parálisis de inversiones en 
infraestructuras necesarias para modernizar la economía, dibujan un 
cuadro bastante pesimista de la realidad. Por desgracia, la mayor parte 
de la asignación del gasto se sigue concentrando en la compensación de 
pérdidas de las ineficientes empresas estatales. Por otra parte, los 
fondos no van a llegar del exterior, como proponen los autores, si no se 
produce un cambio drástico de la estructura socio productiva y jurídica 
de la economía. Nadie va a arriesgar su dinero en Cuba si se mantiene el 
papel predominante del estado.
Hay que irse olvidando del gasto público como instrumento del cambio que 
necesita la economía castrista. La participación del gasto público en el 
PIB de la economía cubana supera en más de 20 puntos a la media de los 
países de América Latina. En la distribución de la economía entre sector 
público y privado, la reducción programada tiene que mantenerse durante 
décadas. El reajuste de los gastos debe servir para que emerja un sector 
privado capaz de ofrecer bienes y servicios de acuerdo con las 
preferencias de los cubanos, y no de las directrices de un organismo de 
planificación. Es preciso movilizar los recursos escasos de los reductos 
de ineficiencia hacia las infraestructuras que modernicen la economía.
Toda reforma exige un pacto social, que en el caso de la economía 
cubana, debe servir para aumentar la dimensión del sector privado, con 
la restauración de la economía de mercado, la liberalización sectorial y 
la libertad de creación de empresas y de propiedad privada. El principal 
objetivo de la política económica en Cuba debe ser el crecimiento y 
desarrollo de la base productiva, la superación de la ineficiencia, de 
las formas estatistas obsoletas y la rápida modernización del capital 
productivo del país. Si para esta tarea se necesita un pacto social, 
adelante. Los capitales vendrán del exterior y en un tiempo los cubanos 
estarán en condiciones de ser dueños de su propio destino, de decidir 
con libertad lo que quieren consumir, ahorrar o dedicar a cualquier 
actividad, sin las injerencias del poder político. La protección de los 
sectores sociales más desprotegidos debe ser, en todo caso, una 
prioridad, pero nunca alcanzará los despilfarros en las ineficientes 
empresas estatales.
Con el tiempo, la política económica deberá preocuparse por el enfoque 
de redistribución, si los cambios produjeran las desigualdades que los 
autores de este libro apuntan. Creo que los cubanos, como sociedad 
organizada, están hartos de falso igualitarismo, y necesitan que desde 
la dirección política, necesariamente democrática, se estimulen otros 
valores como la creatividad, la capacidad para emprender y la libertad, 
para llegar hasta donde cada uno pueda en función de sus posibilidades. 
Las eventuales ambigüedades e indefiniciones del proceso emprendido por 
Raúl Castro para "actualizar el socialismo" tiene mucho que ver con su 
alejamiento de esta regla de oro que debe servir para dirigir el 
presente y futuro de la economía cubana.
Preocuparse por la dimensión del gasto público, la redistribución, la 
velocidad del cambio me parece muy bien, pero el tiempo se acaba, y hay 
que hacer mucho para superar la secuela destructiva del castrismo.
Si los cubanos se ponen a trabajar, encuentran que pueden ganar salarios 
más elevados en función de su desempeño, descubren que pueden ahorrar y 
acumular sus ingresos para el futuro sin el temor a eventuales 
incautaciones, que la gama de bienes y servicios que pueden elegir 
también es mayor y cualitativamente mejor, todo el mundo se pondrá manos 
a la obra. Ya se hizo en otras épocas de la historia, y ahora también se 
puede hacer.
Posiblemente, la estabilidad del país sea más fácil de conseguir con ese 
huracán de destrucción creadora del que hablaba Joseph A. Schumpeter 
cuando se refería a los cambios económicos producidos por la influencia 
de los emprendedores y la innovación. A corto plazo, esta política 
económica, implementada sin temores y cortapisas ideológicos filo 
marxistas, puede mejorar el nivel de vida de los cubanos de una forma 
muy significativa, sin necesidad de la intervención estatal. 
Modestamente, creo que esto es lo que se debe hacer. Tiempo habrá para 
otras cuestiones, pero lo primero debe ser lo primero.
http://www.diariodecuba.com/cuba/11776-una-valoracion-de-las-reformas-del-raulismo-desde-la-libertad
 
 
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