29 de julio de 2012

Fallido golpe contra un proyecto cívico

Fallido golpe contra un proyecto cívico
Viernes, Julio 27, 2012 | Por Ernesto Santana Zaldívar

LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -En horas de la mañana del 24 de julio, luego de la misa oficiada en una iglesia del Cerro en memoria del líder opositor Oswaldo Payá Sardiñas (fallecido el día anterior en extrañas circunstancias), cuando los asistentes partían hacia el cementerio de Colón, donde se realizaría el sepelio, agentes de la Seguridad del Estado y de la policía arrestaron violentamente a decenas de personas.

Aunque la mayoría estaba libre ya en las horas siguientes, a las seis de la tarde todavía seguían en la Cuarta Estación de la policía, en Infanta y Manglar, municipio Cerro, Julio Aleaga —periodista independiente— y Ailer González y Antonio Rodiles —coordinadores del proyecto Estado de SATS. Para entonces ya se habían reunido delante de la unidad policial varios activistas opositores, periodistas independientes, amigos y familiares que reclamaban pacífica pero firmemente su liberación.

Casi a las siete salió de la estación Ailer González, irritada por lo ocurrido y con señales de golpes en los brazos. Como el grupo que ocupaba la acera seguía creciendo, un uniformado con grados de mayor se acercó para pedirles que se desplazaran hacia una esquina y les aseguró que Rodiles y Aleaga serían liberados en media hora. Ellos aceptaron, pero, ya que una hora después la promesa no había sido cumplida, regresaron al mismo lugar justo delante de la unidad. Al poco rato volvió el oficial y reiteró su petición de que abandonaran el área, pues él solo quería hacer cumplir el reglamento y en realidad los dos detenidos se encontraban bajo jurisdicción de la Seguridad del Estado. Ellos, no obstante, se negaron, argumentando que entonces querían hablar directamente con algún oficial que tuviera potestad en el caso y que, mientras no soltaran a los otros, no abandonarían el sitio por voluntad propia, aun si eso implicaba ser arrestados.

A partir de ese momento, la cantidad de uniformados, de agentes de civil, de autos patrulleros, motos Suzuki y otros vehículos a las puertas de la estación y en sus inmediaciones comenzó a aumentar de forma amenazante e inquieta, como si estuviesen preparando un arresto masivo para las veinte personas que se habían dado cita allí. Eran más de las ocho. Comenzaba a oscurecer. Parecía inminente una represalia proporcional con el desafío, acaso mayor. Pasaba el tiempo. La tensión no disminuía. Muy avanzada ya la noche salió del edificio, pasando entre docenas de agentes, Julio Aleaga, que fue recibido por los amigos con un aplauso y les contó que Antonio Rodiles había sido golpeado antes de ser subido a un auto y dentro de él, pero que se había defendido. Una vez en la estación, se negaron a ser tratados como delincuentes y a entrar en un calabozo. Finalmente les permitieron quedarse en unos asientos del pasillo de las celdas.

Los padres de Rodiles, ya muy ancianos, permanecían desde el principio a un costado de la unidad, exigiendo enérgicamente la liberación de su hijo o al menos una explicación del delito que había cometido. La tensión se mantenía. El abogado Wilfredo Vallín, de la Asociación Jurídica Cubana, y el periodista independiente Reinaldo Escobar, que fungían como representes del grupo ante los oficiales, anunciaron cerca de la una de la madrugada que habían llegado a un acuerdo con ellos: a las diez de la mañana siguiente, cuando se cumplieran veinticuatro horas de la detención, de acuerdo con la ley, las autoridades lo pondrían en libertad o anunciarían los cargos para comenzar un proceso judicial. A cambio, los padres y el grupo de amigos se retirarían a sus casas y acudirían por la mañana para conocer la decisión tomada.

Aunque algunos hubieran preferido no disolver el grupo sino, por el contrario, aumentar de alguna manera la presión, finalmente todos se marcharon y solo quedaron Ailer González y Lía Villares, que esperarían dentro de la estación hasta la mañana siguiente. Cerca de la hora acordada, se presentaron los padres y, pese a que ya no llegaban a la veintena, los amigos volvieron a reunirse. Pero el panorama había cambiado mucho: donde la noche anterior se reunieran ellos, se hallaba ahora una hilera de unos diez autos patrulleros y los uniformados impedían a todo transeúnte pasar por esa acera y cubrían las afueras de la estación. Agentes de civil se habían posicionado solos o en pequeños grupos en las cercanías. En fin, los que acudieron se concentraron casi en la esquina de Manglar.

Finalmente, a las diez en punto de la mañana, en el momento en que Wilfredo Vallín se dirigía a la entrada de la estación para saber cuál sería la decisión, un carro patrullero salió del parqueo en dirección a la otra esquina y el abogado pudo ver que en él llevaban a Rodiles de regreso a su casa, según le informaron. Todo había terminado felizmente. Los amigos se estrecharon las manos convencidos de que aquello había sido una victoria de todos, esperaron a que los padres partieran en un taxi y luego se dispersaron. Algunos se fueron a casa de Antonio Rodiles para saludarlo y saber más detalles.

En realidad, el coordinador de Estado de SATS, aparte de una larga herida superficial en el antebrazo izquierdo, algunas marcas de golpes en el rostro y los desgarrones en la ropa, se mostraba de muy buen ánimo. Para sorpresa de los demás, dijo que desde el principio había sabido, por boca de los mismos policías, “todo lo que estaba ocurriendo fuera de la estación”. Aseguró también que, aunque respetaba a los que eran capaces de mantener la no violencia cuando eran reprimidos con violencia, él prefería no aceptar el maltrato y replicar con la fuerza que pudiera.

De manera que tampoco esta vez la policía política ha logrado frustrar el proyecto Estado de SATS.

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