Economía
Una estrategia económica ya fracasada
Orlando Freire Santana
La Habana 30-07-2012 - 10:17 am.
El Gobierno se aferra a la estrategia de sustitución de importaciones y 
al gradual aislamiento económico que ello conlleva.
La política económica de sustitución de importaciones fue aplicada en 
casi todos los países de América Latina durante las décadas del 60 y el 
70 del siglo pasado, bajo el influjo de los teóricos de la Comisión 
Económica para América Latina (CEPAL). Los resultados no fueron  nada 
halagueños: la excesiva intromisión del Estado en la economía, con el 
consiguiente incremento de la burocracia, la corrupción y el 
clientelismo; una inflación galopante; abultados déficits 
presupuestarios y, al final, una deuda externa que se volvió impagable.
A pesar de la algarabía de la izquierda más radical, los tiempos que 
corren han aportado evidencias de que lo más conveniente para las 
naciones es la práctica del libre comercio, basado en el principio de 
las ventajas comparativas que expuso el economista inglés David Ricardo 
en el ya lejano año de 1815. En América Latina, semejante práctica se 
relaciona con la firma de acuerdos de libre comercio con EE UU y la 
Unión Europea por parte de varios países de la región. Y los resultados, 
desde el punto de vista macroeconómico, han sido aceptables: ha habido 
crecimiento económico, no se ha incurrido en sobreendeudamientos, se 
limitaron las emisiones monetarias sin respaldo, y los déficits fiscales 
—cuando se presentan— se enmarcan en cifras razonables.
El libre comercio precisa que los países se especialicen en la 
producción y exportación de aquellos renglones en los que sus costos de 
producción sean   bajos, y después abran sus economías para importar las 
manufacturas, insumos y mercaderías que no sean capaces de producir de 
un modo eficiente. De esa forma, además de acceder a las ventajas 
macroeconómicas antes mencionadas, se obtiene un beneficio adicional 
para los consumidores, los cuales pueden adquirir artículos más baratos 
y de mayor calidad.
Los gobernantes cubanos, sordos y ciegos ante tamaña certeza, se aferran 
a la estrategia de sustitución de importaciones y al gradual aislamiento 
económico que ello conlleva. Porque esa es la concepción general de 
desarrollo que los alienta, más allá de la necesaria y apremiante 
táctica de disminuir compras en el exterior debido a la carencia de 
recursos monetarios, o la lógica producción nacional de renglones muy 
tradicionales, como los que aportan nuestras fértiles tierras.
Una de las consecuencias de semejante estrategia, que tiende a la 
autarquía, es el mantenimiento de entidades ineficientes y no 
competitivas, que generan artículos y servicios de poca calidad, y a un 
elevado costo de producción, con el correspondiente perjuicio para toda 
la economía.
A veces, incluso, las entidades paralizan sus operaciones debido a 
carencias de materias primas y otros obstáculos, pero de todas formas se 
incurre en gastos a causa de las garantías salariales. Hace poco, la 
propia prensa oficialista informaba de incumplimientos en las 
producciones de hilo de coser, gasa quirúrgica, sacos de polipropileno, 
botas militares y muebles del hogar, como resultado de la precariedad 
con que se realizan esos procesos productivos.
La escasez de bienes de consumo que la política de sustitución de 
importaciones trae generalmente aparejada es un asunto de la mayor 
connotación.  Ahora mismo el panorama cubano es una muestra fehaciente 
de infortunios para los consumidores. Tanto en los establecimientos que 
venden en moneda nacional, como en las Tiendas Recaudadoras de Divisas 
(TRD), escasean los alimentos, los artículos de aseo personal —ámbito en 
el que destacan  las frazadas de piso y el detergente—, y otros 
renglones de amplio consumo. De igual modo, otros sectores de la 
economía, como el transporte, afrontan una carencia de materias primas e 
insumos que los torna muy deprimidos.
Sin embargo, y por ironías de la vida, los cubanos somos tal vez 
precursores de los referidos acuerdos de libre comercio. Porque en 1903, 
cuando quizás el tema no ocupaba la centralidad de hoy, nuestra naciente 
república firmó un tratado de reciprocidad comercial con EE UU que sentó 
las bases para el rápido crecimiento económico que experimentó la nación 
en aquellos años iniciales de la pasada centuria.
El azúcar, el tabaco, y otros renglones agrícolas, al entrar con un 20% 
menos de aranceles al atractivo mercado estadounidense, le 
proporcionaron grandes ingresos al país; mientras que las mercaderías y 
productos industriales del vecino norteño, también con grandes rebajas 
arancelarias, inundaron el mercado interno de la Isla, que había quedado 
destruido tras la guerra de 1895.
Entonces, tras las reformas económicas y políticas necesarias, confiemos 
en que renglones como los productos farmacéuticos, el turismo, el 
níquel, el tabaco y hasta quizás el azúcar —no obstante el grave error 
de haberse desmantelado casi el 50% de su capacidad—, pudieran aportar 
los ingresos que necesita el país para adquirir en el exterior lo que no 
seamos capaces de producir con eficiencia.
Ésa, y no la tentativa de producir a toda costa y a todo costo, ha de 
ser la estrategia a seguir.
http://www.diariodecuba.com/cuba/12223-una-estrategia-economica-ya-fracasada
 
 
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