Tuesday, February 22, 2011 | Por Luis Cino Álvarez
LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) – "Es una tarde donde se
rompen mitos y se cumplen sueños", dijo con cara de cumpleaños el
escritor Leonardo Padura el martes 16 de febrero para describir el
lanzamiento de su novela "El hombre que amaba a los perros", en la Feria
del Libro de La Habana.
Y no es para menos, todo depende del tamaño de los sueños y la
parsimonia (por no decir otra cosa) del cubano que todavía crea que la
censura es un mito y que los muertos salen. Está bien que luego de más
de medio siglo de presentarnos a los cubanos como "errores" las
atrocidades luciferinas del camarada Stalin, del estalinismo se diga
todo y se diga más, pero este no fue precisamente el caso. La mayoría
nos quedamos con las ganas de escuchar unas cuantas verdades más que las
que dijo el diplomático Raúl Roa Kourí.
El ex embajador cubano en Francia y representante ante la UNESCO
afirmó: "Los hechos que narra Padura, por más dolorosos que sean, por
más cercanos que resulten sus reflejos en nuestra sociedad, que
efectivamente durante demasiado tiempo se inspiró y a veces calcó el
históricamente ineficaz modelo soviético, sobre todo en el aspecto
económico, en ciertas políticas intolerantes, que entre otros
conllevaron la homofobia, el llamado quinquenio gris y engendros como la
UMAP, amén del pernicioso dominio de una burocracia inepta y
conservadora, que sigue pesando sobre todas las cosas como un lastre
inservible, no me mueven a la desilusión, ni a la renuncia de la utopía".
¡Qué constancia, cuánta fe en la revolución! ¡Optimistas que son
algunos! Pero no los envidio. De ningún modo la maldad de los que
mienten me hace feliz. Ni aunque me sigan prometiendo el paraíso
proletario, ahora actualizado y con timbiriches. No, aunque me juraran
que mucho han cambiado.
Envidia daban los que pudieron llevarse el libro a sus casas. Los demás,
aunque Padura nos deseó suerte, quedamos a la espera de poder comprar
por la izquierda (qué mano mejor si hablamos de los camaradas Lev
Davidovich y Iosif Visarionovich) y no demasiado caro algunos de los
cientos de ejemplares que dicen se robaron de la imprenta "Federico Engels".
¡Señal de los tiempos! Antes, si publicaban por error o por tener los
comisarios la guardia baja, un libro como este, lo recogían y lo
convertían en pulpa. Ahora lo revenden.
Ya que no pudo estar en la presentación el inefable ministro de
Cultura, Abel Prieto –por encontrarse a la vera del Comandante,
escuchando su monólogo ante un grupo de escritores-, Padura se conformó
con que estuviera presente el viceministro Fernando Rojas, con una
sonrisa como la del gato de Cheshire, mientras miraba el salón como
deseando que mejor estuviera ocupado, antes que por tantos
revisionistas, por una rueda de casino, o una brigada de respuesta rápida.
También estuvo presente el escritor Reinaldo González, Premio Nacional
de Literatura, cuya niñez camagüeyana, según confesó, estuvo vigilada
desde un cuadro en la pared por la mirada adusta del Tío Pepe Stalin,
como anunciando lo que le esperaba en los malos tiempos del Decenio Gris
gracias a una pandilla de cuadros del Partido Único metidos a
comisarios culturales. ¡Cómo para ahogarse en la Laguna de la Leche, ay
Miguel Barnet! Pero eso no lo dijo Don Reinaldo, que habló de otras
lagunas como si tal cosa, sin meterse en lo hondo, porque aspira a que
lo dejen escribir en paz y seguir de director de La Siempreviva.
De eso se trata, de simular que se dice mucho, cuando en realidad es
sólo hasta donde exactamente se puede y conviene a los nuevos aires. Por
mucho que Leonardo Padura anuncie la rotura de los mitos, nadie quiere
chocar con el cartel que dice ¡peligro! Si lo sabrá Padura, que mira
Mantilla por la ventana mientras escribe, oye gemir a los perros y,
olvidado de Calderón, sueña que se cumplen sus sueños.
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