Por Emilio J. Cárdenas - Ex Embajador de la República Argentina ante la ONU
Algunos se preguntan por qué la juventud cubana no ha salido aún a las
calles de su país a protestar por la falta de libertad y la ausencia de
un futuro atractivo, como lo ha hecho en cambio la juventud árabe.
Porque simplemente está completamente aislada del resto del mundo, como
se verá. Y no por casualidad.
Primero porque, como bien sostiene Christopher Sabatini: "El nivel y el
tipo de represión en Cuba supera al de Egipto bajo Mubarak o incluso al
de Europa del Este, bajo el comunismo. Cincuenta años de represión cruel
y sistemática por parte del régimen castrista, la penetración de espías
del gobierno en toda la sociedad y el sofocante control del Estado sobre
la economía han atomizado a la sociedad civil, clausurado la libertad de
expresión y dejado a los ciudadanos cubanos dependientes del Estado para
su supervivencia. Como resultado, muchos cubanos -especialmente las
generaciones más jóvenes, golpeadas por décadas de represión, privadas
de contactos con el mundo exterior e impedidas de un amplio acceso a
herramientas de comunicación- son dejados a la espera del final de la
gerontocracia". Nadie mejor que la admirable Hilda Molina entre nosotros
para confirmar, con pocas pero certeras palabras, la verdad de lo
argumentado por Sabatini. Su libro es testimonio de lo que significa
vivir bajo el terror.
Segundo porque, sin querer quizás, el embargo norteamericano impide que
la juventud cubana se comunique electrónicamente, como lo hace
constantemente la juventud árabe. La posibilidad de tener internet de
alta velocidad o acceder a la banda ancha, el Twitter, Facebook, y hasta
Google, se han frustrado como consecuencia de las restricciones
impuestas por la llamada: Acta sobre la Democracia en Cuba, que prohíbe
todas las inversiones norteamericanas que contribuyan a la
infraestructura de telecomunicaciones de Cuba, lo que es realmente una
torpeza y debiera ser re-examinado. Porque perjudica al pueblo de Cuba.
La telefonía celular, la fibra óptica y las redes sociales necesitan
hardware y software que no llega a Cuba. En rigor, el cable de fibra
óptica llegó a la isla hace muy pocas semanas, curiosamente de la mano
del compañero de ruta caribeño, Hugo Chavez. Se trata de un cable
submarino, extendido desde Venezuela, razón por la cual el control de
las comunicaciones que circulen a través de él, por parte del Estado
cubano, parecería asegurado.
Tercero, y quizás más grave aún, porque Cuba sabe bien cuál es la
importancia de mantener aislado a su pueblo del resto del mundo,
transformando la isla en una inmensa prisión que debiera avergonzarnos a
todos. Esto ha quedado evidente en los argumentos oficiales utilizados
para "justificar" la reciente pena impuesta a un ciudadano
norteamericano condenado a 15 años de cárcel por el imperdonable
"pecado" de entregar a algunos cubanos -sin que el gobierno lo sepa-
algunas pocas computadoras y teléfonos satelitales.
Me refiero a Alan P. Gross, de 61 años de edad, que aparentemente
entregara esos equipos a algunos miembros de la pequeña comunidad judía
que aún vive en Cuba. Respecto de él, las autoridades cubanas señalaron
que estaba vinculado con "un proyecto subversivo del gobierno de los
Estados Unidos, que apunta a destruir la revolución a través del uso de
sistemas de comunicaciones que están fuera del control de las
autoridades cubanas". A confesión de parte, relevo de prueba. Esa
presunta "subversión" que mencionan los castristas es precisamente la de
permitir que, a través de la cada vez más sorprendente tecnología de las
comunicaciones, se conozca la verdad. Toda. No la del "discurso
oficial". La real. Y se escuchen discursos distintos. Sin filtros y sin
censura. Un imperdonable pecado, para los totalitarios.
http://www.elliberal.com.ar/secciones.php?nombre=home&file=ver&id_noticia=110401F0N
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