La nación exiliada
Enrique Patterson
Desearía equivocarme, pero me temo que el vaivén del castrismo marcará a
futuro la identidad nacional y la localización de la nación cubana, no
creo que para bien. La fortaleza identitaria de una nación debiera ser
más fuerte que sus vaivenes políticos. Es preocupante cuando vemos lo
contrario.
A un niño de la isla le preguntan qué quiere ser en su adultez y
responde que "extranjero", mientras que –aún mucho más descorazonador–
ante la misma pregunta una menina confiesa que aspira a "jinetera". La
novedad no estriba en el etiquetaje de la prostitución como una
ocupación –ya así era reconocida en la antigua Roma– y sí en su
categoría de aspiración profesional legítima. El jineterismo como
carrera para geishas del trópico, sin la exigencia nipona del cultivo
espiritual.
En nuestro horizonte cultural la aspiración confesada de los niños, y no
digo que siempre realizada a la postre, era ser médicos, abogados,
maestros, ingenieros o, para desconsuelo de los padres, choferes,
policías. Los hechos rebasan la anécdota simple para apuntar a algo más
sintomático.
El sueño de la mayoría de los jóvenes cubanos es emigrar o, como en el
caso de la aspirante a jinetera, definir su futuro por la cercanía que
pudiera tenerse –no importa cuán íntima– con lo extranjero. A pesar de
que el cubano fuera de su país tiende a proyectar una fuerte identidad
nacional que a menudo bordea lo obsesivo, dentro –y por vez primera en
la historia– sólo sueña con la partida, con ser otro, con estar en otra
parte como la condición de ser sí mismo. Este generalizado estado de
conciencia es uno de los "logros" del castrismo, su gran fracaso
comparado incluso con los peores gobiernos republicanos.
Ninguno de ellos, incluidas las dictaduras de Machado y Batista,
llegaron al extremo de definir su legitimidad a partir del dominio
violento y exclusivo de los espacios públicos ("la calle es de los
revolucionarios"). La mayoría de los cubanos ha optado mentalmente por
dejarle el espacio, cuasi despoblado, a los castristas. La oposición
interna va a contrapelo de la ciudadanía que se opone –con los pies– al
régimen y trata de rescatar un espacio que la mayoría disconforme opta
por abandonar. En este propósito de mudar la nación, incluso colaboran
los gobiernos cubano y norteamericano. Al margen del permanente
desencuentro diplomático que caracterizan las relaciones entre Cuba y
Estados Unidos, en lo único en que parecen ponerse de acuerdo es en
normar la cantidad y el ritmo anual en que se cumple el sueño de los
cubanos en trasladarse (no sólo a trabajar) a vivir en Norteamérica.
¿Cómo se sentiría una familia cuyos hijos le confesaran que su mayor
aspiración en la vida es liberarse de ella y, en caso de regresar por
unos días, sentirse ajenos, como turistas extranjeros? El gobierno de La
Habana parece sentirse muy bien ante este "logro".
Sino de facto, por sus aspiraciones, la nación cubana es ¡ya! una nación
exiliada. Como en una carrera de fondo, la mayoría de los jóvenes están
emocionalmente situados en sus marcas, esperando que la vida les conceda
el faster, el premio de partir. A ese estado existencial de paréntesis y
a veces de eterna espera, se le ha llamado insilio.
Ante la identificación de país-nación-sociedad y partido los cubanos,
que no fueron capaces de romperle las bisagras a esta unidad forzada y
expropiarle al castrismo el territorio, comprendieron que a la nación
–que no es un territorio– podían llevársela a otra parte, más si estaba
bañada por las mismas aguas. En la historia hay muchos ejemplos de
naciones sin estado o conviviendo entre otras en un gran estado.
Pero Cuba, cuyo tardío estado nacional surgió luchando contra ese hecho
colonial, quizás sea el primer país en los últimos dos siglos que, a
causa de las políticas del gobierno nacional, se desterritorializa. Ese
proceso histórico ha sido y aún es liderado por los dizque
"nacionalistas" gobernantes cubanos.
La Cuba de ultramar, cuya capital es Miami, es el primer ensayo del
proyecto de establecer la nación cubana sin castrismo, en otro lugar.
Si desde el punto de vista político alguien argumentara que esta es una
redefinición del anexionismo decimonónico –La Habana acusa al exilio de
anexionista– habría que decir que el efecto no puede ser responsable de
la causa. Sin embargo, la regla de oro para evaluar el éxito del exilio,
no radica en haber recreado una nación fuera del territorio, sino en si
lograron hacerlo sin reproducir maneras del castrismo, la gran enfermedad.
Ese análisis lo dejo para un próximo artículo.
http://www.elnuevoherald.com/2011/08/31/1014731/enrique-patterson-la-nacion-exiliada.html
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