Los cuatro deportistas cubanos que han solicitado asilo sobreviven como
pueden
JUAN DIEGO QUESADA - Vecindario - 30/08/2009
Esto que se ve desde la ventana de un sexto piso, rodeado de palmeras y
secarrales, es Vecindario, un municipio del sur de la isla de Gran
Canaria. Aquí el viento sopla con rabia y la cara de Yeremi Vargas, un
niño desaparecido hace dos años, empapela casi todas las calles blancas
y todos los edificios bajos y también blancos. Esto no es Los Ángeles,
la ciudad salvaje del cine y por la que el cubano Geoffrey Silvestre,
pretendido por los Lakers, debería conducir un Hummer. En lugar de eso,
Silvestre, sin camiseta, alto, negro, rasca con una cuchara en una olla
de arroz y duerme en el suelo de este apartamento de Vecindario. Esto no
es L. A.
Agarraron su pasaporte y le pidieron a un taxista que les llevase lejos
Silvestre, el mejor jugador, juró lealtad a "la Revolución" hace cuatro
meses
"No podemos hablar mucho. Dejamos familia allá", dice Taylor
La deserción en Cuba se castiga con hasta siete años de cárcel
Es la una de la tarde, miércoles, y en el apartamento hay muchos que se
acaban de levantar. En él viven atrincherados desde hace una semana
Silvestre y otros tres baloncestistas cubanos que han pedido asilo
político en España. Vinieron para jugar un amistoso en Las Palmas contra
la selección española y se negaron a volver a la isla el 17 de agosto.
Taylor García, de 27 años, con un gran reloj de oro en la muñeca, está
sentado en el sofá y no para de hacerse fotos a sí mismo con el móvil.
Ha dejado en La Habana a una hija de un año y una novia, de la que
enseña el retrato. Allí ganaba ocho dólares al mes por jugar en el
equipo de la capital y estudiaba educación física. No quiere criticar
abiertamente al régimen cubano, una dictadura que perdura desde hace 50
años. "Vinimos en busca de una vida mejor y a jugar al baloncesto. No
podemos hablar cosas que no debemos. Podría perjudicar a nuestra familia
que se quedó allá".
Allá es Cuba, donde no existe el deporte profesional. Donde la deserción
de sus deportistas es común. Se les trata como traidores de la patria.
Abandonar "las funciones públicas" encontrándose en el extranjero, según
la ley, se castiga con siete años de cárcel.
La prisión en Cuba no es ninguna broma. "Lo pasas mal, compañero",
cuenta Georvis Elías, de 27 años, quizá quien más se la jugó. Él fue que
ideó el plan para escapar. Tiene las manos enormes y un pañuelo en la
cabeza. Siente que ha perdido la mayor parte de su carrera deportiva,
que no le han dejado avanzar en la vida. Elías reconoce que tenía
pensado quedarse en Puerto Rico, donde Cuba iba a disputar el pre
mundial, pero el Gobierno les prohibió participar en ese campeonato. "Me
rompió el alma no viajar a Puerto Rico. No encontré otra salida. Estaba
muy frustrado. Decidí entonces que me quedaba en España", afirma.
Mientras Elías le daba vueltas a la cabeza y pensaba en su fuga, su
mujer, una atleta cubana, participaba en el Mundial de Atletismo de
Berlín. Alzaba los brazos y le pedía al público que abarrotaba el
estadio que apoyara su salto, el salto de longitud. Ella había dejado la
bolsa de deportes en el vestuario. Y allí sonaba un móvil. Era un
mensaje de Elías. Decía: "No regreso a Cuba".
Silvestre, Elías, Taylor y el joven Grismay Paumier -que hoy no ha dicho
ni mu y se ha pasado el tiempo comiendo toneladas de arroz con pollo y
hojeando un catálogo de televisiones de plasma y teléfonos de última
generación- aprovecharon su día libre para recoger su pasaporte en el
hotel y montar en el primer taxi que vieron por la calle. "Llévenos
lejos de aquí, lo más lejos que usted pueda, señor", le dijeron al
taxista. Pasaron un par de días en un lugar que no quieren desvelar y
después llegaron aquí, al apartamento de Vecindario, donde vive Ismael,
un cubano con gorra verde, que está en paro, y que los acoge en su casa.
Ismael era vecino de Silvestre, el héroe de la selección de Cuba, en
Ciego de Ávila, un pueblo cubano donde se cultiva la piña. "A mí me
ayudaron cuando llegué y veo que lo justo es echarle una mano a ellos",
dice Ismael, con pinta de buscavidas, diminuto al lado de los jugadores.
Pero es él quien contesta todo el rato al teléfono, les organiza
partidos amistosos y los lleva con su coche de un lado a otro. No para.
En el salón del apartamento hay unos colchones en el suelo y un par de
zapatillas gigantes. Cuentan los chicos, mientras suena Orishas en la
radio, que ya pidieron asilo político el miércoles 19 y ahora esperan al
24 de octubre, cuando se decidirá si España se lo concede. No parecen
muy preocupados. "Ya se verá, pero confiamos en que así sea", apunta Taylor.
Cada uno llegó a Vecindario con los 35 euros que la delegación cubana
les había dado para que se comprasen cosas. Esperan ahora, como se
rumorea en blogs especializados en baloncesto, la oferta de varios
equipos españoles interesados en ellos. Y eso significa una nueva vida.
"¿Tú sabes? ¡Peores jugadores que nosotros ganan por ahí millones de
dólares!", se indignan.
En su país, la fuga ha sentado como un tiro. El presidente del Instituto
Nacional de Deportes, Christian Jiménez, les llamó "traidores" y a los
cazatalentos de jugadores les tildó de "sabuesos del imperio". Duele que
uno de los desertores sea el Gato Silvestre, el mismo que el Primero de
Mayo, en Ciego de Ávila, juró "lealtad y apoyo a la Revolución". Todo
con la mano en el pecho.
Fidel Castro se ha negado a hablar durante décadas de los deportistas
que creían en algo más que en el lema "patria o muerte". Los desprecia.
A Castro, enemigo del deporte profesional, le dolía sobre todo el caso
de los jugadores de béisbol que se iban a jugar a Estados Unidos. "No
permitiremos jamás que los traidores visiten después el país para
exhibir los lujos obtenidos con la infamia", escribió en 2002.
En Vecindario, en donde vayas donde vayas y estés donde estés siempre
habrá un retrato del niño Yeremi Vargas, los cubanos se pasan por la
peluquería, comen en restaurantes de su tierra y se entrenan por la
tarde en el polideportivo del pueblo. Allí, los niños les contemplan
alucinados.
Al final de la tarde, avisan al fotógrafo: "Hermano, ya se fue el
tiempo. Ahora toca recrearse", y se van calle abajo. Les espera un viejo
coche donde a duras penas pueden estirar las piernas. No, sin duda esto
no es L. A.
Baloncesto o 'muerte' · ELPAÍS.com (30 August 2009)
http://www.elpais.com/articulo/espana/Baloncesto/muerte/elpepiesp/20090830elpepinac_10/Tes
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