La 'americanofilia' conquista a Cuba
El régimen es incapaz de contrarrestar el creciente efecto "Tío Sam" en 
la sociedad cubana
Jueves, junio 29, 2017 |  Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- Han transcurrido diez días desde que Donald Trump 
anunciara su "nueva" estrategia política hacia Cuba, y mientras el 
monopolio de prensa oficial en la Isla ha hecho correr ríos de tinta en 
los periódicos y ha realizado decenas de reportajes, entrevistas y 
programas de TV para demostrar al mundo la indignación y el rechazo del 
pueblo cubano ante la grosera injerencia del imperialismo 
norteamericano, que intenta socavar los portentosos logros sociales y 
económicos alcanzados en casi 60 años de castrismo, a ras del suelo, 
lejos de las batallas retóricas, la vida nacional continúa su aburrido 
curso.
Si algún efecto palpable ha tenido en Cuba el discurso del mandatario 
estadounidense, es en la posibilidad de confirmar en vivo y a diario la 
enorme brecha que existe entre la cúpula verde olivo como clase política 
eternizada en el poder, y el común de los cubanos. Ajeno a las 
organizaciones políticas y de masas al servicio de la gerontocracia, que 
por estos días han cumplido disciplinadamente con la obligatoria tarea 
de redactar sus declaraciones de repudio al Imperio del Mal, el 
verdadero pueblo permanece tan enajenado de la vieja épica 
"revolucionaria" y de sus contiendas ideológicas como le es posible. En 
especial, cuando el enemigo a combatir es –ni más ni menos– el 
entrañable monstruo en cuyas entrañas tantos miles y miles de cubanos 
anhelan vivir.
Una brecha que se ha hecho tanto más visible por cuanto la mayoría de 
los cubanos de hoy se muestran cada vez menos identificados con el 
discurso oficial y más irreverentes con relación al 
Estado-Partido-Gobierno, y con todo aquello que lo que lo representa.
Si alguien abrigara dudas a este respecto, solo tendría que caminar por 
las calles de la capital cubana y verificar la cantidad de banderas 
estadounidenses que proliferan a diario por doquier, ya sea como prenda 
de vestir sobre los cuerpos de numerosos transeúntes –licras, camisetas, 
gorras, zapatillas, pañuelos de cabeza, etc. – o decorando medios de 
transporte privado. Es como una porfía de irreverencia social hacia todo 
lo que dimane del gobierno y de su colosal aparato propagandístico y 
represivo, un fenómeno impensable solo unos pocos años atrás.
Así, cuanto más se desgañita la voz oficial en llamados a la unión en 
torno a la soberanía nacional y a la reafirmación del "socialismo", la 
americanofilia no solo se expande entre la población de la Isla –con 
mayor fuerza, aunque no exclusivamente, entre las generaciones jóvenes–, 
sino que además ha adoptado múltiples variantes de expresión: no se 
limita a la abierta exhibición de la bandera de EE UU, sino que también 
ostenta reconocidas marcas comerciales originarias de ese país, letreros 
de instituciones oficiales estadounidenses sobre los textiles 
(incluyendo camisetas con los rotulados: USA, DEA, o FBI, por ejemplo), 
así como imágenes y nombres de famosas ciudades estadounidenses.
Es como un efecto de magia simpática, en virtud de la cual todo lo de 
ese país me acerca a él. O, para decirlo de otra manera, pensar 
intensamente en una cosa es una manera supersticiosa de propiciar "que 
se me dé" disfrutarla.
Pero si bien en el día a día de la ciudad los símbolos americanos siguen 
marcando el paso, como burlando aquel temido rótulo de "diversionismo 
ideológico", hoy supuestamente caído en desuso, en las playas el 
fenómeno constituye casi una apoteosis. Esto se constata fácilmente en 
las playas del este de la capital, donde los kilómetros que discurren 
desde El Mégano hasta Guanabo, andando toda la orilla del mar, son una 
larga pasarela de arena por la que –a despecho de las enconadas 
declaraciones de Trump y las enérgicas protestas patrioteras del 
gobierno cubano– desfila constantemente la bandera de las barras y las 
estrellas, tanto en formas de toallas, shorts masculinos y ligeros 
bañadores juveniles, como en gorras, sombrillas y hasta balsas inflables 
o salvavidas infantiles.
Para tormento del clan Castro y su claque, no existe ninguna regulación 
que prohíba el uso de la bandera de EE UU en prendas de vestir o en 
cuanto objeto haya creado la imaginación humana. Menos aún ahora, cuando 
hay relaciones diplomáticas entre ambos países. ¿Acaso se justificaría 
reprimir a quienes usan un símbolo que representa a todo un pueblo 
amigo, y no solo a sus poderes políticos?
Aunque tampoco esto se trata de un fenómeno nuevo. Resulta que esta 
epidemia de gusto hacia todo lo americano y hacia sus símbolos se venía 
manifestando de manera más o menos contenida, pero constante, desde 
varios años atrás, y se desató con marcado énfasis a partir del 
restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de Cuba y EE UU., 
  especialmente durante y tras la visita del ex presidente Barack Obama 
a La Habana, hasta convertirse en un culto incontenible, para disgusto 
de los jerarcas de la cúpula geriátrica y sus comisarios ideológicos, 
que en vano se empeñan en tratar de atajar una liebre que es como la 
Hidra mitológica a la cual le brotan siete cabezas por cada una que le 
cortan.
Y en tanto se agudiza toda esta americanomanía arrolladora en Cuba –nada 
más y nada menos que en el histórico bastión de las izquierdas radicales 
del continente–, la gazmoñería nacionalista del régimen optó 
recientemente por prohibir que se utilice de similar manera la enseña 
nacional cubana. De hecho, las leyes de la Isla lo prohíben expresamente.
En consecuencia, ni siquiera los más aguerridos prospectos de su jauría 
de repudiantes u otros alabarderos de similar cariz pueden contrarrestar 
el creciente efecto "Tío Sam" en la sociedad cubana, puesto que les está 
vedado lucir la enseña nacional como forma de contrarrestar a los 
involuntarios "apátridas", quienes sin el menor disimulo siguen 
exhibiendo públicamente su admiración por la creme de la creme del 
maligno capitalismo que, según se daba por hecho, había sido desterrado 
definitivamente de la Isla desde 1959.
En lo personal, y con perdón de los más ardorosos y sinceros patriotas 
de espíritu fetichista, no me siento tentada a rendir culto a los 
símbolos, sean de mi propio país o ajenos. Menos aún se me ocurriría 
vestir alguna bandera, aunque no me afecta que lo hagan aquellos con 
vocación de astas. Es su derecho. Pero, en rigor, la bandera no pasa de 
ser un trapo que muchísimos años atrás alguien diseñó y eligió para 
representarnos a todos y que –trapo al fin– ha sido utilizado con el 
mismo celo y pasión para las mejores como para las peores causas, 
también dizque "de todos". Ergo, no me emocionan las banderas, y no por 
eso dejo de sentirme tan cubana como el que más.
No obstante, una bandera en tanto símbolo de algo evidencia los 
sentimientos de los individuos que la portan hacia ese "algo". Que en el 
caso de la bandera estadounidense en Cuba simboliza exactamente el 
paradigma de vida de los cubanos que la exhiben. Toda una aspiración de 
escala nacional. Así pues, quienes deseen conocer qué opinan realmente 
los cubanos sobre los EE UU., no busquen las declaraciones publicadas en 
la prensa oficial ni los aburridos discursos de ocasión: vayan a la 
playa. Allí, relajados frente al mar, al amparo de una buena sombrilla y 
quizás paladeando una cerveza fría que los proteja de la fuerte canícula 
tropical, verán desfilar ante sus ojos la muda respuesta del pueblo 
cubano al Imperio que lo agrede.
Source: La 'americanofilia' conquista a Cuba CubanetCubanet - 
https://www.cubanet.org/destacados/la-americanofilia-ha-conquistado-cuba/
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