Moringa, Fidel Castro
Del "kufrú" a la moringa
Quizás un día alguien sacará las cuentas de cuánto nos costaron los
arrebatos ignorantes y voluntaristas de Fidel Castro
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 06/08/2012 10:38 am
La pasada convocatoria de Fidel Castro a comer moringa fue la versión
bufonesca de la tragedia de otros tiempos. Como si este anciano
balbuceante no quisiera despedirse de este mundo sin dejarnos
testimonios irrebatibles de una terquedad agónica.
Obviamente el tema de la moringa, como de muchos otros alimentos
naturales es importante para un mundo cuyos recursos se extinguen y su
población crece. Lo que es patético es que un país esté obligado a
servir de escenario a los arrebatos seniles de una persona que ahora
indica a los cubanos que se conviertan en herbívoros, sin tomarse el
trabajo de preguntarles si les gustaría.
Es algo repulsivo, pero aclaro que menos golpeante que cuando Fidel
Castro lo decidía todo. Porque si esto hubiera pasado hace una docena de
años, caballerías completas de productos agrícolas hubieran sido
desmontadas para dar espacio al "arbusto mágico", los estudiantes
hubieran sido movilizados en tropel alegre a sembrar moringa y morera;
Nitza Villapol, que entonces hubiera estado viva, hubiera preparado
alguna ensalada del producto, el ministro del trabajo hubiera inaugurado
talleres provinciales para hilar tejidos de seda y finalmente Reinaldo
Taladrid se hubiera comido un plato de moringa en la Mesa Redonda, que
ya por entonces existía.
Quizás un día algún historiador de la economía sacará las cuentas de
cuánto nos costaron los arrebatos ignorantes y voluntaristas de los
dirigentes cubanos y en especial de Fidel Castro. Quizás entonces
conozcamos cuánto tuvimos que pagar en tiempo de vida, cuánto en
recursos dilapidados y cuánto en ilusiones frustradas tras las
elucubraciones fantasiosas de un hombre que se creyó por encima de su
especie, y de la tropilla de incondicionales que le secundaron.
Probablemente será entonces cuando podremos percibir la magnitud del
daño ocasionado por el Cordón de la Habana, por los planes especiales,
por el exterminio del ganado vacuno tras la meta de una raza superior,
por el destrozo ambiental de la brigada Che Guevara, por las escuelas en
el campo y al campo, por los plátanos microjets, por los pedraplenes,
por los túneles "defensivos", por la revolución energética y por otros
muchas ocurrencias convertidas en políticas incontestadas.
Recuerdo que una de las mini-ocurrencias fue en una ocasión la siembra
masiva de una legumbre para alimentar el ganado vacuno, supuestamente
muy rica en proteínas y calorías, y cuyo nombre me sonaba a algo así
como "kufrú". Yo era por entonces un adolescente, y fui convocado junto
a otros congéneres para formar una "brigada especial" para una "tarea
del comandante". Ya me imaginaba peleando con el Che Guevara en Bolivia,
cuando me soltaron en un campamento a medio hacer en algún punto de la
geografía occidental de la Isla donde había cientos de jóvenes y muchos
equipos desmontando sembrados de tubérculos. Un comisario, que nos
acompañó todo el tiempo, nos explicó la trascendencia histórica de la
misión tutelada por el comandante (quien una tarde apareció por allí con
una comitiva impresionante) y luego salimos al campo. A unos nos tocó
sembrar los nuevos campos con el "Kufrú" y a otros desyerbar las varias
caballerías que ya estaban sembradas.
Fue una jornada espantosa, pues a las incomodidades de rigor se agregó
que el trabajo implicaba recorrer gateando inmensos surcos sembrados de
la matica y que ya estaban sepultados por hierbas de todo tipo que había
que arrancar a mano limpia. El único recuerdo agradable fue una muchacha
que trabajaba a mi lado —o que siempre intenté que así fuese— que con
pasión misionera trataba de convertirme a la fe bautista que ella
profesaba. Y que yo la dejaba hacer mientras contemplaba sus
inolvidables ojos verdes.
A los dos meses nos fuimos y nunca más oí de la legumbre maravillosa, y
lo que fue aún peor, tampoco de la dueña de los ojos verdes. Pero algún
tiempo después me encontré con el comisario en una plantación de
cítricos en Jaguey Grande y le pregunté por el "Kufrú". Amodorrado por
las circunstancias, me explicó que el plan no había progresado por culpa
de las vacas que se negaban a comer la vainita. "Parece que es muy
amarga", me dijo. Y que las vacas, seguramente pensó, no eran
revolucionarias.
Por eso cuando leí las reflexiones twiteras de Fidel Castro sobre la
moringa y los gusanitos de seda, pensé en el "kufrú", en la muchacha
bautista de los ojos verdes y en otros detalles de aquellos días que ya
casi no recuerdo. Y celebro que, afortunadamente el país anda en otros
rumbos, y las únicas consecuencias han sido un par de artículos de
Granma alabando a la moringa y al Comandante. Y una perorata de igual
tono de Taladrid en esa Mesa Redonda que al parecer, como el Comandante,
aspira a la inmortalidad.
Porque aún en medio de todos los sinsabores que no vale la pena recrear
ahora, creo que es preferible soportar a Taladrid elogiando a la cultura
hindú, al comandante y a su moringa que ir a Pinar del Río a sembrarla.
¿Usted qué cree?
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/del-kufru-a-la-moringa-279050
No hay comentarios:
Publicar un comentario