Froilan Rodríguez
28 de febrero de 2012
Florida – www.PayoLibre.com – Con frecuencia escucho decir a decenas de
compatriotas exiliados, que atrás, en Cuba, dejaron abundantes riquezas
y un promisorio patrimonio que se movía (mueve) desde innumerables
residencias hasta grandes lotes de tierras, autos o moto-ciclos, etc.
¡No me refiero a los cubanos que fueron forzados a abandonar nuestra
patria hace 30, 40 ó 50 años, nada de eso!
Mayoritariamente estos proletarios millonarios, han salido de allá hace
sólo 8, 6, 4 años, e incluso, a penas meses.
Todos coincidentemente fanfarronean poseer restaurantes diseminados a
todo lo largo de la Isla, cafeterías, y hasta estaciones de suministro
de combustible. Se les escucha que continúan explotándolas por medio de
un pariente designado.
¡Al menos a mi me resulta sorprendente como manifiestan recurrentemente,
haber dejado estilos de vida envidiado sin dudas, por cualquier sultán
del Oriente Medio!
No siendo suficiente semejante delirio enajenante, critican aquí cuanto
existe y refieren que todo cuanto a su paso encuentran es una soberana
porquería, que en Cuba, ¡en la actual Cuba!, se produce, elabora o
cosecha con superior calidad todo lo aquí existente.
Paradójicamente contrasta NO escuchar quien se queje de haber padecido
persecución, acoso, hambruna o falta de elementales libertades.
Les confieso algo, estoy muy, pero que muy preocupado por mi procedencia.
Escuchando tanta jactancia blasfema, no cabe más que preguntarme
confundido, ¿dónde estuve metido todo aquel tiempo que viví antes de
llegar aquí? Nací y viví en un extraño lugar al que a todos sin
excepción, se nos educó para espiar, vigilar, perseguir.
Vivimos durante décadas bajo un estado de cosas en el que a todos por
igual se les fiscalizaría hasta la densidad del aire a respirar. Así
tendría que ser, alguien tendría que vigilarme a mi, aquel al otro, y el
otro al siguiente, ¡vaya que lugar! ¡Qué jodido lugar!
Vengo de un sitio en el que siendo estudiante, se nos obligó a vestir
uniformes al mejor estilo de cuartel, a usar un trapo ceñido al cuello
que para darle cierto carácter solemne, le estamparon los colores de una
bandera, nuestra bandera, mi gloriosa bandera que desde ya, comenzaban a
pisotear al tiempo mismo en que nosotros resultábamos pisoteados, y en
nombre de ella, envenenándonos simultáneamente con una historia
retorcida y manipulada.
Procedo de un sitio donde nos impusieron un líder devenido en Padre,
Estado y Dios a la vez. "Revolucionaria" Santísima Trinidad; soberbio y
arrogante sujeto autoproclamado a la vez Redentor de las causas justas.
Salvador que pintorescamente escondía su demoniaco potencial tras
enérgico, vivaz y engañoso discurso, vistiendo uniforme de igual color a
nuestras palmas, de aire insolente y proyección gansteril.
Se me enseñó que este mismo tipo representaba la "patria" (algo que para
entonces no teníamos una mierda de idea de lo que significaba), pero que
sus antojos encarnaban el mandato supremo, la voluntad popular y el
designio divino, convertidos estos en decreto constitucional a su
capricho y voluntad, y por consiguiente, ¡de obligatorio e irrevocable
cumplimiento para todos!
Fuimos confinados desde temprano a la despersonalización; se nos robó
toda iniciativa creativa y nos paternizaron por imposición.
Vengo de un sitio donde el hombre como factor de cambio fue convertido
en factor de aceptación obedientemente dócil.
Desde bien temprano se nos instruyó que las religiones eran el opio de
que se valían los gobiernos burgueses para idiotizar y someter a las
naciones, y que Dios, era una invención de aquellos "oportunistas".
Éramos muy pequeños aún pero contrastaba -al menos en mí- el hecho de
que fuésemos gobernados por un Mesías de último minuto, por quien
teníamos contraído -desde antes de nacer- un compromiso de lealtad y
devoción incondicional.
Nunca alcancé a comprender por qué, siendo tan "generoso" este padre
nuestro, ver más de una vez a mi madre arrodillarse a escondidas y
sollozando, frente a un raro cuadro que contenía la imagen de un hombre
lastimado, ensangrentado, y coronado con espinas, suplicándole mejores
tiempos para todos.
En aquella tierra donde crecí nos enseñaron que la homosexualidad era
una pestilente enfermedad, decadentemente heredada de las sociedades
consumistas capitalistas.
También se nos entrenó para reprimir (cual copia fiel de Las Camisas
Pardas) todo asomo de rebeldía o pensamiento independiente que resultara
ajeno a los dictámenes del nuevo Zar tropical.
Los demás no sé, pero yo -al menos yo-, me vi obligado a convivir en una
sociedad fascista e intolerable, la que sin misericordia propinaría las
más crueles embestidas a quien intentara escapar o disentir de nuestro
calvario.
Tuve que sobre "vivir" en una tierra donde las miserias se han
enseñoreado de tal modo, que el sufrimiento colectivo cambió hace mucho
de indigente a calamitoso.
¿De dónde he venido? Al menos yo, no puedo olvidar la hambruna que
padecen cuantos allí viven. Cuba ha llegado hoy a convertirse en una
nación devastada por el odio y la indiferencia, que día a día agoniza
ante el deterioro progresivo y acelerado de sus valores, su cultura, su
dignidad y esencia, una nación en que la conciencia ciudadana fue
empujada irracionalmente hasta convertirles en menesterosos,
penurientos, miserables.
Soy y me siento -sin dudas- cubano, sin importar que entre los míos
muchas veces prevalezca la ingratitud, la deslealtad y la falta de
valores ciudadanos.
Seguiré siendo cubano aún cuando existan otros que en ellos se enseñoree
el desagradecimiento hacia este país que nos recibe (USA), al tiempo que
se arrodillan reverentemente ante el sátrapa castrista que les envilece.
Soy y seguiré siendo cubano por el honor que me concede el privilegio de
haber nacido en la misma tierra en que otrora, nacieran hombres tan
grandes como José Martí o Antonio Maceo.
Eso sí, soy de los que no pacto con el tirano, ni bajo mi cabeza ante el
déspota. ¡Tal vez, no sé, quizás existan dos Cubas! La de los
sinvergüenzas y desmemoriados; la de los inescrupulosos y cómplices; la
de los serviles y desmadrados.
O la de los que sufrimos sin negociar pero con dignidad; la de los que
exigimos sin claudicar; ¡o la de los que no pactamos aunque por ello,
nos veamos obligados a pagar perpetuamente el más alto precio del destierro!
¡Pues sí, definitivamente sí, de esta última, de la verdadera Cuba, de
la sufrida pero honrosa Cuba... seguiré siendo!
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