Escrito por: Dimas Castellanos
La discriminación racial en Cuba se remonta al sistema esclavista
implantado por el colonialismo hispano. Ante la demanda de azúcar en el
comercio mundial, la oligarquía criolla logró la libertad de la trata
negrera y asumió la importación masiva de esclavos de África; un
comercio de seres humanos que se disparó con la ocupación inglesa de La
Habana, al punto que a mediados del XIX la proporción de la población
negra en la Isla superó a la blanca. De las diferencias económicas,
sociales y culturales entre esclavos y esclavistas, o entre negros y
blancos, brotaron las raíces de la discriminación racial que perdura
hasta hoy.
La gran mayoría de los esclavos fueron destinados a las plantaciones
azucareras, cárceles con una elevada composición masculina donde el
concepto de familia desapareció para el negro. En ellas se desarrolló
una espiral de violencia que tuvo entre sus momentos significativos la
insurrección liderada por José Antonio Aponte, el primer cubano que
estructuró una conspiración de carácter nacional con el objetivo de
abolir la esclavitud y derrocar al gobierno colonial, y alcanzó su cima
con la conocida Conspiración de la Escalera, en la que estuvieron
involucrados miles de negros y mestizos. En esas difíciles condiciones
el negro esclavo devino criollo, pero diferente del criollo blanco, lo
que impidió la formación de la conciencia de pertenencia y destino común
que caracteriza a las naciones.
Junto a los blancos, en 1868 los negros se incorporaron a la contienda
independentista. Los primeros, en busca de libertades económicas y
políticas; los otros, por la abolición de la esclavitud. El Pacto del
Zanjón que puso fin a la guerra no logró ninguno de los dos objetivos,
pero a cambio se obtuvo un conjunto de libertades que los negros
aprovecharon para asociarse legalmente. En 1886 la esclavitud fue
abolida y a principios de 1890 Juan Gualberto Gómez, uno de los
paladines de la igualdad racial, expuso varios principios para la lucha
cívica, similares a los que seis décadas después empleara Martin Luther
King en Estados Unidos, y en 1892 fundó el Directorio Central de
Sociedades de Color para reclamar sus derechos y preparar el reinicio de
la lucha por la independencia.
Si en la Guerra de los Diez Años los negros y mestizos participaron como
soldados y alcanzaron altos grados, en la de 1895 llegaron a ocupar los
más altos cargos militares. La igualdad y solidaridad se impuso a los
prejuicios raciales en la pericia para las cargas al machete y en la
vida en la manigua, lo que permitió a los negros evolucionar desde una
conciencia de inferioridad hasta pensarse como héroes. Al arribar a la
República en 1902, las habilidades demostradas en la guerra poco servían
para competir en el mercado laboral, para el que se requería de
instrucción y economía, dos requisitos ausentes de forma casi absoluta
en la población negra.
De ese estado de desigualdad surgió la idea de combatir el mal de forma
autónoma. Con ese fin se fundó en 1908 el Partido Independiente de Color
(PIC), el primero de su tipo en el hemisferio, y en mayo de 1912, el PIC
se alzó en armas para exigir sus reclamos por la fuerza. La respuesta
del Gobierno –hace aún menos de un siglo– fue una horrible masacre
contra "la raza inferior" que cegó la vida de miles de cubanos de tez
oscura, entorpeciendo el proceso de identidad y destino común.
Después de ese acontecimiento, gracias al debate público y al movimiento
obrero, los negros registraron algunos avances. Destacadas figuras de la
cultura y de la política cubana, desde la prensa escrita y radial,
participaron en debates sobre la discriminación racial que ayudaron al
desarrollo social y cultural del negro y fortalecieron la conciencia de
destino común. Uno de sus resultados fue la inclusión en la Constitución
de 1940 de un principio antirracista fundamental, se declaró ilegal y
punible toda discriminación por motivo de raza, color o clase y
cualquiera otra causa lesiva a la dignidad humana. Sin embargo, nunca se
promulgó la ley complementaria para su implementación.
La revolución de 1959 propinó un fuerte golpe al racismo, pero se
equivocó al considerar la discriminación como un resultado de la
sociedad clasista, por lo que, al eliminar las clases, la misma
desaparecería automáticamente. Criterio que condujo a la suspensión del
debate. Así, junto a los beneficios de la Revolución, los negros, como
el resto de los cubanos, perdieron los instrumentos y espacios cívicos
que habían propiciado el avance logrado. El racismo expulsado de los
espacios públicos se refugió en la cultura, y el negro que no emigró
quedó excluido de las remesas familiares. El resultado es el cuadro
actual: disminuida proporción de negros en cargos de dirección, en las
empresas que operan con divisas, en programas televisivos y a la vez,
una alta representación en la población penal del país, en el
crecimiento de la prostitución y en la deserción escolar.
Lo anterior, unido al fracaso del modelo económico, al problema del
desempleo y a que la mayoría sigue viviendo en los barrios más pobres
del país, deviene un peligro potencial que no puede ser desestimado. Ese
cuadro de injusticia social fue reconocido parcialmente en el recién
celebrado VI Congreso del Partido Comunista, donde se planteó la
insuficiente sistematicidad y voluntad política para asegurar la
promoción a cargos decisorios de mujeres, negros, mestizos y jóvenes,
así como las dificultades, después de 52 años del triunfo
revolucionario, de mejorar la composición racial dentro de las filas del
propio partido gobernante.
Resumiendo: la colonia no tenía interés en solucionar el problema del
negro; la República reconoció el problema, permitió el asociacionismo y
el debate público, lo plasmó en la Constitución y logró ciertos
adelantos, pero no lo acompañó con las medidas institucionales
correspondientes; la Revolución tomó medidas educaciones e
institucionales, pero desmontó la sociedad civil y limitó los derechos y
libertades cívicas que habían servido de fundamento al lento avance
logrado. Ahora se requiere de una fuerte voluntad política para:
reconocer el fracaso en la integración racial y en consecuencia
espacios, derechos civiles y libertades para retomar el debate público
del tema, brindar en los casos que sea necesario cierta prioridad a los
sectores más marginados y asumir el problema dentro del sistema de
educación, incluyendo el acceso libre a la información, hasta que las
diferencias sociales entre blancos y negros disminuyan y se conforme
definitivamente un destino común entre todos los cubanos.
Actualmente se está debatiendo el tema en algunos pequeños espacios,
como es el caso de la Cofradía de la Negritud, una asociación que aún
adolece de su reconocimiento legal. El hecho esencial en la Cuba de hoy
consiste en que las libertades mínimas en que se sustenta la dignidad
humana y la condición de ciudadano, no existen y por tanto hay que
implementarlas. Se impone la necesidad de eliminar todas las
restricciones a la libertad-responsable que obstaculiza la formación
ciudadana y la participación en la solución de asuntos nacionales de
tanta envergadura como la discriminación racial, un problema que sigue
entorpeciendo la conformación de la nación cubana y pone en duda el
modelo de socialismo cubano, si así le podemos llamar.
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