29 de enero de 2016

Tierra que te doy, tierra que te quito

Tierra que te doy, tierra que te quito
José Ramón Machado Ventura ha amenazado a campesinos usufructuarios de
tierras estatales con despojarlos de las mismas
viernes, enero 29, 2016 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba.- Muy mal andan las cosas en un país hambreado donde su
vicepresidente se siente obligado a recurrir a la extorsión y a la
amenaza contra los productores de alimentos. O, remedando el discurso
oficial, cuando tiene que arremeter contra "los humildes" por los que,
se supone, se hizo una revolución.

La intervención del vicepresidente de los Consejos de Estado y de
Ministros de Cuba, José Ramón Machado Ventura, en el reciente encuentro
con un grupo de campesinos usufructuarios de tierras estatales (acogidos
al Decreto-Ley 300), que tuvo lugar en la provincia de Artemisa, no pudo
ser más desafortunada. "La tierra es del Estado", les recordó. Y
enseguida les dejó claro que quienes no cumplan con lo que ese 'dueño'
exige de ellos "se las quitamos sin mucha discusión". Él se siente parte
de los 'propietarios'.

La frase evidencia la enorme arrogancia del representante de un poder
totalitario que, no obstante, se sabe impotente ante una situación
insoluble. La tierra podrá ser "suya", en virtud de un sistema que
otorga privilegios eternos a una elite gobernante que jamás ha sido
elegida para tal responsabilidad, pero en más de medio siglo tales
propietarios no han sido capaces de hacerla producir, sino que –por el
contrario– al establecer (y mal administrar) el mayor latifundio que
haya existido jamás en esta Isla, han ocasionado la ruina de los otrora
feraces y productivos campos cubanos.

De hecho, las dos disposiciones gubernamentales que entregaban las
tierras en usufructo a "personas naturales" –el Decreto-Ley 259, de
2009; después sustituido por el Decreto-Ley 300, de 2012–, además de
tener múltiples limitaciones de origen, no expresaban realmente una
voluntad política de favorecer el desarrollo de sectores productivos
autónomos o de solucionar el agudo problema de la alimentación "del
pueblo", sino que fueron resultado de la imperiosa necesidad del
gobierno de buscar alternativas viables en un país improductivo y
económicamente en ruinas, donde es necesario importar más del 80% de los
alimentos que se consume y en el que –no obstante su insuficiencia– el
peso de los subsidios sociales se ha convertido en una carga
insostenible para el Estado.

Sin embargo, la primera falla de la legislación consiste en no permitir
que los productores se conviertan nunca en dueños de la tierra que
trabajan y en la que han erigido sus viviendas –detalle este último que
expresamente se prohibía en el Decreto-Ley de 2009 y que finalmente fue
permitido en el de 2012–, y esta distorsión de las relaciones de
propiedad sobre la tierra, patrimonio exclusivo de una entidad parásita
y déspota que no la trabaja, es la condición esencial para el fracaso
del que pudo ser el experimento más promisorio de las llamadas "reformas
raulistas".

A esa aberración de origen se suman el extremo centralismo estatal, los
excesivos controles, los bajos precios que establece el Estado sobre la
producción, los elevados impuestos sobre los productores, la ausencia de
un mercado mayorista que provea a los campesinos de insumos,
herramientas y aperos, equipamiento, fertilizantes, bactericidas,
semillas, etc. a precios accesibles y muy especialmente los impagos de
los contratos por parte del Estado una vez que los productores han
entregado a éste la parte convenida.

Obviamente, la voluntad de los productores que se acogieron a las
oportunidades legales como usufructuarios de la tierra nunca fue
convertirse en esclavos de la santísima trinidad
Estado-Gobierno-Partido, sino en hacer aquello que saben: trabajar y
hacer producir la tierra para alcanzar una sencilla y legítima
aspiración humana, la prosperidad personal y familiar.

Por tanto, cada vez son menos los que se manifiestan dispuestos a asumir
el reto productivo en las condiciones leoninas que el
Estado-Gobierno-Partido les impone. Así, tras años de abstractas
exhortaciones a "producir más", generadas desde las oficinas
climatizadas del Comité Central y del Consejo de Estado, bien distantes
del surco y de las duras jornadas de trabajo bajo el sol o la lluvia, el
indetenible aumento de los precios de los productos del agro que se ha
venido produciendo aceleradamente en los últimos meses ha acabado en una
verdadera crisis.

Hoy por hoy el desabastecimiento y los costos de los alimentos, por una
parte; y la represión oficial a productores, intermediarios y
comerciantes, por el otro, forman un círculo vicioso sin solución a la
vista. Como si esto no fuera suficiente, la crisis económica en
Venezuela y el nuevo escenario político en ese país, están amenazando
severamente la fuente de subsidios que por más de 15 años ha coadyuvado
al sostenimiento de la dictadura cubana. El problema es grave, y la
elite verde olivo lo sabe, solo que no tiene ni peregrina idea de cómo
solucionarlo, por eso recurre al último recurso que les va quedando:
amenazas y represión.

Este cínico "desliz" del vicepresidente cubano al atreverse a amenazar
públicamente a los productores frente a los medios de difusión demuestra
cuán poseído está el poder de su larga impunidad, pero también refleja
cuán grande es la brecha que existe entre gobernantes y gobernados, y
cuán frágil se está tornando el "modelo" que pretenden eternizar.

Lo que no llegó a decir este insolente anciano en la reunión del 25 de
enero último es quiénes serían los campesinos dispuestos a asumir la
producción agrícola en lo sucesivo, si en verdad el gobierno tuviese la
desfachatez de expulsar de ellas a los actuales usufructuarios.

No nos dejó claro tampoco si, por esos caprichos de la Historia, que a
veces suele moverse en círculos, los cubanos de hoy seremos testigos de
un proceso de desalojo de los campesinos y sus familias, tal como nos
dijeron ocurría en tiempos republicanos, cuando la guardia rural –terror
y el azote de los humildes guajiros–, plan de machete mediante, los
arrojaba al camino real con todos sus enseres. Más le valdría al señor
vicepresidente pensárselo varias veces: demasiadas frustraciones
acumuladas están recalentando la caldera por estos lares… O para decirlo
a la antigua: aquí el horno no está para galleticas.

Puestos a calcular, si a estas alturas se orquestara una cruzada del
gobierno contra los campesinos, los comerciantes, los intermediarios y
"el pueblo", es sabido qué parte es la que tiene más que perder.

Source: Tierra que te doy, tierra que te quito | Cubanet -
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