Cuba: la suerte de las mujeres de campo adentro
Estas mujeres campesinas firman que han trabajado en condiciones
infrahumanas, les posponen los pagos por algunos meses y se ven
imposibilitadas de ejerecer hasta el trabajo por cuenta propia.
Luis Felipe Rojas/ Martinoticias.com
marzo 27, 2014
Suben y bajan lomas a pie y descalzas, al tiempo que se las arreglan
para llevar la casa a cuestas al mando de la cocina y demás cuestiones
domésticas. Están fuera del alcance de los programas femeninos que el
gobierno da por sentado. Cuando las empresas agrícolas suspenden pagos o
cierran por ineficaces, toman el mismo camino que los hombres: irse a
casa a esperar.
Cuatro mujeres estuvieron en el programa Contacto Cuba para hablar con
Norma Miranda y quien escribe. Desde Maisí, en la punta oriental de
Cuba, Yoaida Avilés Balzagar lleva 21 años aporcando café y cacao o
sacando malangas que les pagan a cinco pesos cada lata.
Una cosecha imposible
Yoaida hace cuentas entre la vida en el campo y la ciudad. "Nos
sacrificamos y no vemos la mejoría, estamos bajo el sol día tras día;
pasamos 20 ó veintitantos años trabajando, entonces el que está sentado
a la sombra, en menos de un año obtiene las cosas", afirma con resignación.
Los impagos de las empresas estatales, que en ocasiones han sido objeto
de críticas en la prensa oficial, embrecen aún más a las familias
campesinas. "En muchas ocasiones, la mayoría de las siembras (cosechadas
ya) se pierden porque no hay transportación, se echan a perder las
mercancías, o por falta de envases y cuando se resuelven es a muy altos
precios", indica.
Cansada del trabajo más duro, en el año 2012 Yoaida intentó montar un
negocio propio para vender refrescos y viandas fritas a los vecinos,
pero el enjambre de inspectores estatales y delatores de barrio la
llevaron a desistir.
"Yo tenía un punto de venta y tuve que deshacerme de él porque era
demasiado la presión por parte de los inspectores. Todos los días
estaban arriba de mí, haciéndome un conteo, me hacían guardia día por
día hasta que me cansé y tuve que entregar la patente", señala Yoaida.
Las patentes de productos alimenticios cuestan por igual en cualquier
zona del país, independientemente de la cantidad de habitantes o del
desarrollo económico de la zona.
"Una patente no es para que valga 400 pesos, más la mano de obra a un
obrero que contratamos, casi mil pesos… ¿de dónde lo íbamos a sacar?",
concluye.
El impago de las empresas
En la Loma del Cucumí, un caserío metido en las serranías de Baracoa,
vive Yoaima Ferrero. Ya no hay plaza en las cooperativas cercanas, y en
la última en que estuvo dejaron cesante a la mayoría por falta de liquidez.
"Soy una madre con dos niñas, necesito trabajar para alimentarlas y no
tengo cómo. Están haciendo reducciones de plantilla, están sacando hasta
a los hombres porque dicen que no tienen presupuesto", afirma.
Después de varias quincenas sin recibir los pagos, algunos obreros
agrícolas han desistido. Yoaima quedó excedente en su empresa
gastronómica y tampoco halla lugar produciendo la tierra para el gobierno.
"Fui al Ministerio de trabajo, aunque sea en la agricultura y no hay",
dice Yoaima Ferrero, a quien los cursos ofrecidos por la oficialista
Federación de Mujeres Cubanas, tampoco le resultan una salida.
Los cursos de cocina y peluquería cuestan más de 200 pesos cada mes por
los conocimientos recibidos, pero ella no ve solución ahí: "todos los
meses hay que pagar eso y yo aunque quisiera no puedo porque tengo mis
dos niñas enfermas", concluye.
Condiciones infrahumanas
La empresa de Cultivos varios de Palma Soriano, en Santiago de Cuba, no
presenta un panorama más alentador que las anteriormente citadas. Falta
de implementos de trabajo y ropa para estas duras labores son parte de
las denuncias que hacen dos mujeres.
Las condiciones pésimas de trabajo hicieron a Josefa Pérez volver a
casa. "Ahí se trabajaba a veces hasta descalzo, con los zapatos rotos,
nos vendían una sola muda de ropa para el año, pero de vestir, de
trabajo nunca nos vendían. Y machetes o limas, nos decían que no había
presupuesto", confirmó.
Ahora revende productos en su barrio de Palma Soriano. "A veces vendo
pasteles en la calle, limpio casas para mantener a mis niñas, tuve que
dejar de trabajar en la agricultura porque me dañó mucho el interior. Y
a veces estábamos hasta tres meses sin cobrar porque decían no había
presupuesto", concluye.
En la misma empresa, Laura Torres Beltrán tuvo que dejar todo. "Salarios
muy bajos, nos pasábamos 3 ó 4 quincenas sin cobrar y no había una
respuesta que nos convenciera", afirma esta mujer de 35 años de edad.
Con su edad Laura Torres cree que ha quedado fuera de las pocas opciones
que ha ofrecido la FMC. "Ofrecen cursos, pero solo para personas muy
jóvenes de 15 a 25 años", opina.
"Trabajé en la agricultura porque es lo único que se ofrece aquí", finalizó.
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