Para admirar al líder
agosto 16, 2012
Yusimí Rodríguez
HAVANA TIMES — El lunes 13 de agosto, el eterno líder de la Revolución
Cubana, Fidel Castro Ruz, celebró su cumpleaños número 86. Justo el día
antes, terminaron los Juegos Olímpicos Londres 2012.
Uno de los últimos competidores de la delegación cubana, ganador de la
medalla de bronce en lucha libre, le dedicó la victoria en víspera de su
onomástico.
A lo largo de los años, he visto a nuestros periodistas repetir la misma
pregunta a los medallistas en eventos internacionales: "¿A quién dedicas
esta medalla?"
He llegado a preguntarme si se trata de una pregunta obligatoria, o
falta de imaginación de los periodistas.
También me asalta la duda de si será parte del entrenamiento de los
deportistas dedicar la medalla, además de a la madre, el esposo o la
esposa, al Comandante en Jefe.
No soy una admiradora de Fidel Castro, no creo que sus aciertos
compensen los muchos errores que cometió y que aún padecemos.
Este sentimiento, mi falta de admiración por él, me produce a veces un
profundo sentimiento de culpa. Escucho a personas de generaciones
anteriores, a jóvenes de otros países que se sienten en deuda con él y
siento una sincera tristeza.
Lo experimenté el lunes 13 de agosto, mientras leía el periódico Granma,
Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba. La página 8 estaba por
completo a reflejar opiniones sobre Fidel Castro, de cubanos y
extranjeros que lo han conocido.
Eran anécdotas más bien, cada una encaminada a mostrarnos una virtud del
líder. No pude evitar conmoverme ante el relato de Ana Fidelia Quirot,
la Tormenta del Caribe: el Comandante la visitó personalmente en el
hospital cuando acababa de sufrir aquel accidente doméstico a principios
de los noventa.
El líder estaba junto a ella, vestido con la bata verde que deben usar
los médicos en la sala.
Esa anécdota debió bastarme para amar, más que admirar, a nuestro eterno
líder. Pero seguí leyendo.
Había un breve relato del General de Brigada Juan Escalona Reguera. En
una ocasión, Fidel lo envió a Angola a hablar con Leopoldo Cintra Frías
y le pidió transmitirle el siguiente mensaje: "Dile que si ganar la
guerra en Angola significa perderlo a él, no vale la pena ganarla. Que
se deje de locuras, que se deje de estar en la primera línea, que tiene
que cuidarse".
Aquí estallé: ¿Y los que cayeron en aquella guerra que no era nuestra,
los que regresaron mutilados? ¿Esos sí podían perderse para ganar la
guerra en Angola?
Siempre pensé que si algo había digno de admiración en un jefe militar,
era su valor para estar al frente de sus hombres, precisamente en la
primera línea de combate, como Antonio Maceo y Máximo Gómez, como José
Martí en Dos Ríos; Martí que no era un militar.
¿Ahora resulta que había vidas valiosas y vidas desechables en la guerra
de Angola? ¿Quién determina el valor de una vida con respecto a otra?
Mi hermano fue enviado a Angola con dieciocho años, durante el servicio
militar. ¿Su vida no era valiosa? ¿Qué fue mi hermano en Angola: carne
de cañón en una guerra ajena para mostrar al mundo el internacionalismo
cubano? Tuvo la suerte de regresar en una pieza. No le tocó ninguna
muerte gloriosa.
Supongo que me perdí algo. ¿Cuál es la parte de la anécdota por la que
debo admirar al Comandante?
http://www.havanatimes.org/sp/?p=69562
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