Los motores del diversionismo
Martes, Agosto 14, 2012 | Por David Canela Piña
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Dicen que el periodismo es el 
relato de la vida de los otros, y que un periodista es una especie de 
profeta que mira de lejos las acciones de los hombres, y las pondera de 
acuerdo a la justicia divina, en apego absoluto a la verdad; o es como 
un narrador deportivo, que traduce a palabras los sucesos que ocurren en 
el juego de la vida. Pero el periodista es también parte de la sociedad, 
y la imparcialidad es un mito, una asíntota, que tiende infinitamente a 
la objetividad, y no existe ni siquiera en la ciencia. Desde que un 
periodista elige un tema ya está siendo parte de él, está siendo 
parcial. Un periodista no queda jamás suspendido como el asno de 
Buridán. Por eso, voy a contar esta pequeña historia.
Ocho días estuve sin bombear agua en mi casa, viviendo de las reservas 
que tenía en los dos tanques de mi azotea. Tres días antes estuve 
llamando a un mecánico, pero nunca apareció. Al octavo día, sabiendo que 
estaba en el límite de la sequía, fui a ver a una vecina. Busqué en las 
nuevas Páginas Amarillas, y cuando llamé al primer teléfono del apartado 
"Bombas", me convencí de que sería inútil proseguir. Una mujer me dijo 
que esa firma sólo les prestaba servicios a otras empresas del Estado, y 
a hoteles, tiendas, embajadas. En el apartado "Motores, Talleres de 
enrollar", sólo aparecía el teléfono de una empresa, ubicada en la 
Habana Vieja, o sea, al otro lado de la ciudad. Además, yo no estaba 
seguro de que el problema de mi motor fuese de enrollado. Mi vecina me 
sugirió que hablara con otro vecino. Fui a su casa, y éste me recomendó 
que buscase a un mecánico joven, que anteriormente le había arreglado su 
motor. El taller estaba a menos de un kilómetro de distancia.
Llegué al taller, conocí al mecánico, y le expliqué la urgencia de mi 
situación. A pesar de que cuando lo vi, y me lo presentaron, estaba 
sentado descansando sobre un sofá, me explicó que ese día estaba muy 
ocupado, pero cuando le dije que venía de parte de mi vecino, sonrió, y 
acordó en que iría por mi casa en la segunda media hora posterior a ese 
momento. (Eso me confirmó la tesis de un amigo mío, que asegura que en 
Cuba, para resolver un problema, hacen falta dos cosas: dinero y 
conexiones, y una es tan importante como la otra.) Tardó más de lo 
esperado. Fui a buscarlo, y cuando regresó al taller, me dijo que había 
ido a mi dirección, y me anunció que iría en los próximos quince 
minutos. En mi casa examinó el motor, lo desmontó, aduciendo que no 
podría arreglarlo allí, y se lo llevó al taller.
El taller de reparación de motores de agua había sido un taller privado 
de mecánica automotriz antes de 1959. Tuvo una gasolinera en la esquina, 
que apenas puede imaginarse al ver la explanada de hormigón que 
actualmente sirve como parqueo. De las antiguas plantas de fregado y 
engrase, solamente queda el recuerdo. En la recepción, casi todo era de 
color carmelita, en tonos claros y oscuros. Tanto el sofá, la silla, el 
buró y la consola, eran muebles viejos y rotos, y en las paredes 
colgaban, de un lado, un afiche con los retratos de Fidel y Raúl, y al 
frente,  carteles de tema sindical y un reloj eléctrico, que todavía 
funcionaba. Los salones interiores y las naves estaban por el estilo. 
Todo parecía en un estado de semi-abandono, y era una mezcla de casa de 
vecindad, nave del puerto y escenario teatral, con una estética de los 
años ochenta.
Esperé sentado en la recepción mientras el mecánico reparaba el motor. 
Me llamó, después de un rato, para informarme que generalmente la 
máquina, cuando no bombea el agua, tiene rota una de dos piezas: el 
sello, que costaba 10 CUC, o el empelente, que costaba 25. 
Afortunadamente para mí, la pieza defectuosa era el sello. Y cuando le 
pregunté cuánto valía la unidad entera, su respuesta fue 100 CUC. Por 
esa vía, creo que con tres o cuatro piezas más, el resto del motor me 
habría salido gratis.
Terminó. Fue a mi casa en bicicleta, y volvió a montar el equipo. Le 
pagué, 10 por el sello, y 3 por sus servicios. Adujo que era un precio 
barato, y no podía cobrar menos porque la pieza tenía que comprarla. Se 
quejaba –o fingía quejarse– de que a menudo no tenían piezas en el 
taller para arreglar los motores de agua de las empresas estatales, pero 
que "los particulares" (vendedores minoristas) siempre las tenían; que 
él no sabía de dónde las sacaban, si las importaban, o las robaban, pero 
siempre las tenían. En total, 13 CUC, que comprados al Estado serían 325 
pesos. Exactamente, el sueldo mensual de mi primer trabajo, que estuve 
cobrando durante dos años.
Todo salió bien, fue rápido y pude llenar los tanques en la última hora 
de surtido de agua. A pesar de la satisfacción, siempre queda el 
fantasma de las sospechas, ¿me habrá puesto un sello nuevo?, ¿no me 
habrá cambiado piezas nuevas por otras viejas? Pero no tenía opción. 
Tenía que confiar, en él y en Dios. ¿Pues dónde están los talleres que 
le prestan servicios a la población? El privado, un sueño; el estatal, 
una ilusión –a menos que sea para un trabajo "por la izquierda".
Hasta aquí la anécdota. Ahora, unas pinceladas de humor. En la pared de 
los carteles sindicales había uno que decía, literalmente: "Cada medida 
de Seguridad y Protección Física, es una medida contra el Sabotaje y el 
Diversionismo Económico". Al parecer, las mayúsculas daba a los 
sustantivos una apariencia de categoría filosófica, o jurídica. ¿Pero 
qué significa esto? Yo hubiera esperado algo así: "Cada medida de 
seguridad y protección física protege la vida de los trabajadores, y los 
bienes de la empresa." Pero hablar de "Sabotaje", en un país en el que 
no han explotado bombas por casi quince años, y atentados como el de la 
tienda El Encanto no ocurren desde hace décadas, es un vano afán por 
seguir proyectando en nuestras mentes el retablo gigante de sombras 
chinescas del Enemigo, y seguir atizando el miedo y la paranoia.
¿Y qué significa el "diversionismo económico"? Yo creía que sólo existía 
el "diversionismo ideológico". Fue una sorpresa, como encontrarse un 
viejo muñecón en un almacén que guarda los trastos de carnavales 
antiguos. Según la ideología comunista, que rinde culto al hombre de 
hierro, y a la tensa marcialidad del revolucionario, la diversión era un 
signo de "flojera" y decadencia moral, propia de la burguesía, y su 
categoría doctrinal, "el diversionismo", era –al mismo tiempo– un delito 
y un pecado de  herejía.
Pero subsiste la pregunta, ¿cómo interpretar esa abstrusa noción de 
"diversionismo económico", a horcajadas entre un desliz de la probidad, 
y una figura delictiva? Creo que, sensu stricto, debe aludir al soborno 
y la corrupción. Pero estos clichés lingüísticos son formas denigrativas 
de referirse a los derechos humanos. El "diversionismo ideológico" 
muestra la libertad de pensamiento como una perversión, y el 
"diversionismo económico" estigmatiza el deseo natural de tener 
propiedad privada, e incluso pudiera condenar el anhelo de prosperidad y 
las libertades económicas. Esas "ilegalidades" no nacen de la codicia de 
los trabajadores estatales. El motor del diversionismo económico, lo que 
lo mueve, es la pobreza de los salarios, y también el derecho 
inalienable de tener una vida digna, con retribuciones justas, y una 
propiedad cabal.
http://www.cubanet.org/articulos/los-motores-del-diversionismo/
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