El hechizo del espejo roto
Miércoles, Agosto 29, 2012 | Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Hace poco me encontré a El
mancha, caminando como un loco por la calle bajo el sol, buscando sal.
Hasta hace unos años, era un individuo de la peor catadura, pero al
salir en libertad de su tercera condena "conoció a Dios", mediante una
mujer de Cangrejeras que lo revindicó casándose y dándole una familia
de tres niñas.
Como la sal de la libreta toca cada tres meses y hasta septiembre no le
correspondía la suya, y tampoco tenía dinero para comprar un paquete
en la tienda de divisas, llevaba caminando toda la mañana,
mendigando un poquito de sal, pero nadie había podido ayudarlo.
La gente antes miraban a El mancha con temor y desconfianza, por su
historial delictivo, pero desde que se entregó a Jesús es otra
persona. El mancha trabaja ahora en la fumigación contra el mosquito
Aedes aegypti, propagador del dengue, pero la brigada cobra poco y, a
fin de mes, andaba ese día con los bolsillo fritos.
Contó que fue a pedir sal hasta en la panadería, pero estaba rota.
Los panaderos le dijeron que los salados eran ellos, porque desde que
sustituyeron los hornos de ladrillos por los eléctricos, sufrían
interrupciones continuas.
Ni en la dulcería El mancha pudo resolver la sal que necesitaba, para
que su mujer cocinara la comida de sus hijas, a pesar que el
maestro-dulcero es Alexis la rata, compañero de su primera causa,
robo con fuerza a un almacén del Estado. Según le contó Alexis, el
almacén estaba cerrado porque el almacenero andaba de vacaciones,
venía solamente de madrugada a sacar la materia prima, y dejar lo
estricto.
Ni siquiera pudo ayudarlo la madre de Miguelito melón, su mejor amigo y
consorte de su última causa, la más rimbombante de las tres: desacato,
resistencia y atentado a la policía, cuando no se dejó tratar como
basura, la vez de la molotera en la guagua. La madre de Miguelito le
enseñó la vasija plástica donde guardan la sal de la casa, vacía.
Por el camino El mancha me dijo, que sus desgracias provenían de
haberse roto un espejo en su casa, y el viejo refrán anunciaba
siete años de ruina. Su mujer lo alentaba que eran pruebas de Dios,
para medirlos, pero lo cierto es que no podía más.
Como tengo entrenamiento para lidiar con la insolvencia decidí ayudarlo.
Lo conduje hasta la primera cafetería particular que vi, una que
elaboraba pizzas y comida criolla. Hablé aparte con la dueña. Le conté
el problema del espejo roto en la casa de El mancha, y que no tenía sal
para hacer la comida. Añadí con un guiño de complicidad, que el hechizo
del espejo se rompía, solo cuando alguien de buen corazón hacía
un acto de caridad al afligido.
La dueña de la cafetería resolvió el problema con una rapidez
increíble, regalándole medio paquete. Antes de irnos, nos preguntó qué
clase de espejo se habrá roto en Cuba en el 59, y de qué tamaño sería,
que aún no hemos podido salir de esta ruina.
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