Música, Censura
El fin de una lista
El régimen de La Habana no merece alabanzas por desestimar una
prohibición, algo que, como en otros casos, llega tarde y no despierta
ilusiones
Alejandro Armengol, Miami | 16/08/2012 10:44 am
El fin en Cuba de la prohibición de radiar las obras de autores
contrarios al régimen tiene al menos dos aspectos que merecen destacarse.
Uno es práctico, casi cotidiano, y se relaciona con el hecho de que la
supresión de esa llamada "lista negra", que nunca fue oficial pero
siempre resultó oficiosa, no es más que un paso adicional hacia la
eliminación de ciertos niveles de censura cultural que siempre fueron
deplorables. Ahora el Gobierno cubano se ha dado cuenta de que resultan
también inútiles y contraproducentes.
Lo que se ha extendido a un nivel popular es una estrategia cultural que
desde hace años viene desarrollándose. Escuchar a Celia Cruz y Bebo
Valdés se suma a poder leer a Lino Novás Calvo y Gastón Baquero en Cuba,
dos escritores opuestos al proceso revolucionario desde sus inicios.
El régimen de La Habana no merece alabanzas por el fin de esta
prohibición, algo que, como en otros casos llega tarde y no despierta
ilusiones. No se puede considerar un mérito el desestimar una injusticia
repetida durante décadas, porque quienes quitan la llamada "lista negra"
son los mismos que la establecieron, y la conveniencia para hacerlo en
estos momentos guarda semejanzas con las "razones" que llevaron a
imponerla. Otra forma de limitarse a un fin político, mezquino y
provinciano, en un terreno donde las razones de Estado son débiles ante
el compromiso artístico.
Sin embargo, a nivel simbólico este fin de una veda, que no hay que
confundir con la desaparición de la censura en la Isla, significa mucho más.
Si hay un terreno donde Miami y La Habana han manifestado actitudes
similares, aunque en direcciones opuestas, es en la intolerancia
artística. No se trata de igualar, es simplemente citar casos, y en
ambas orillas del estrecho de la Florida los hay y muy penosos.
En este sentido, no hay mejor ejemplo que el cantante Julio Iglesias.
Luego de alcanzar una gran popularidad en Cuba con la película La vida
sigue igual, Iglesias fue eliminado de la radio de la Isla durante un
período relativamente breve, por una aparente donación para la ayuda a
los inmigrantes llegados a Estados Unidos por el puente Mariel-Cayo Hueso.
Lo que resulta llamativo en este caso es que años antes la mayoría de
las estaciones de radio de Miami dejó de poner discos del artista,
porque éste había expresado que no tenía inconvenientes en ir a cantar
en Cuba.
No estamos hablando de un simple rechazo. Cuando en 1972 el cantante
español pronunció esas palabras, en el ya desaparecido club Montmartre
de Miami, no se le permitió continuar la presentación y tuvo que salir
escoltado por la policía. Por esa época, CMQ Radio Alegre, la única
emisora que no se acogió al bloqueo contra Iglesias, informó haber
recibido amenazas de bombas.
Así que por años existió una censura mutua, que hizo que si bien en Cuba
no se escuchaba a los cantantes del exilio, como en otro momento tampoco
se oyó a los Beatles, también en Miami no solo no ponían la música de
quienes habían permanecido en la Isla, sino tampoco la de los artistas
internacionales que la habían visitado o expresado alguna opinión no
acorde con la "línea política del exilio", como Oscar de León, Rubén
Blades, Denise de Kalafe, Andy Montañez y Los Españolísimos.
Es por ello que, si bien este cambio de actitud por parte de Cuba no
representa un reto para el exilio de Miami, donde en los últimos años se
vienen presentando casi semanalmente artistas procedentes de Cuba, sí le
resta un pretexto repetido aquí hasta el cansancio: la desigualdad en
los llamados "intercambios culturales".
Durante la administración de Barak Obama, que ha retomado la línea de su
predecesor demócrata Bill Clinton, no con mayor énfasis pero al menos
buscando más amplitud de criterios, el desfile artístico procedente de
Cuba se ha incrementado. Al mismo tiempo, algunas experiencias
culturales estadounidenses han llegado a la Isla; notables en el ballet
y la danza, limitadas en la música, ausentes en la literatura.
No hay que olvidar que este "intercambio", propulsado pero enunciado a
medias, se concibe por parte de la Casa Blanca como el intento de abrir
una vía entre Washington y La Habana, no entre La Habana y Miami. Como
los mexicanos en las muertes atribuidas a Billy the Kid, los cubanos
quedan fuera del conteo.
Algunos en esta ciudad y en Washington intentaron cerrar la puerta para
no ver lo que ocurría en la otra orilla. A 90 millas se optó por omitir
o reducir al mínimo la labor cultural, que en condiciones adversas se
desarrollaba en Miami. Pese a limitadas aperturas, se censuraron nombres
y logros. La prensa oficial de la Isla fue víctima de un síndrome de
idiotismo censor, que solo se explica a partir del apoyo de las esferas
de poder. No hay nada que asegure que esta etapa ha sido superada por
completo, pero se han dado pasos que tampoco hay que desestimar. Debían
padecer un bochorno enorme quienes en la prensa oficial cubana omitieron
los nombres de los músicos exiliados cubanos en cualquier premiación
internacional ―especialmente en Estados Unidos, especialmente en ambos
Grammy―, y si no les ocurre, si no son conscientes del ridículo, es
porque el temor se los impide. Y ese temor, por supuesto, tiene nombre y
casa en la Isla. Este párrafo estaría incompleto sin reconocer que mucho
ha cambiado en Cuba en este sentido, si se compara con el vacío
existente décadas atrás. Pero no solo se deben reconocer los avances,
sino llamar la atención sobre lo mucho que queda pendiente.
La política de plaza sitiada continúa alimentando discursos,
complaciendo las frustraciones de los televidentes del exilio, aferrada
en apoyar emocionalmente a una comunidad que en buena medida ya se
resiste a esa retórica gastada; complaciendo también a funcionarios y a
la élite del poder en Cuba, quienes persisten en emplearla como
justificación fácil del inmovilismo y la represión en la Isla.
Una de las peores consecuencias de esta política cerrada —y también
errada— ha sido la divulgación de una imagen de Miami donde impera una
especie de estalinismo de café de esquina, y en que determinados
círculos defienden la politización del arte con mayor furor que en la
época nefasta del realismo socialista. "Dentro de Miami, todo. Fuera de
Miami, nada" parece ser la consigna.
Quienes para criticar al totalitarismo no han encontrado argumentos
mejores que la repetición de valores y estrategias caducas, no hacen más
que favorecer al sistema que pretenden atacar.
El fin de esta "lista negra" en Cuba, si se materializa en una mayor
libertad a la hora de escuchar a los artistas con independencia de si
viven en la Isla o en el exilio, convierte lo que suena aquí y allá en
una frontera donde la muralla ha perdido un trozo, por donde escapa la
música.
http://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/el-fin-de-una-lista-279284
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