Martes, Septiembre 27, 2011 | Por Adolfo Pablo Borraza
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – Francisco Tarragó fue un
militante comunista ejemplar. Un "cuadro" honesto, especie en peligro de
extinción. Sus cualidades humanas y su postura equitativa cada vez que
un compañero sufría las prepotencias e injusticias de los jefes, lo
llevaron a ganarse el respeto de todos.
Sufrió prisión durante la dictadura de Batista debido a sus actividades
dentro del Movimiento 26 de julio. Después de 1959 pasó a integrar las
filas de los leales al nuevo gobierno. Desde entonces, sus compañeros lo
apodaron "el cuadro".
Para elegir, tuvo en sus manos las llaves de varias casas confiscadas
por el gobierno a personas que se fueron del país. Pudo haber elegido un
buen apartamento, pero prefirió alojarse junto a su mujer y tres hijos,
en una humilde vivienda de dos cuartos en la barriada obrera de Luyanó.
Trabajó en la Dirección Provincial del Partido Comunista hasta los años
90, cuando prácticamente lo obligaron a retirarse. Pero "el cuadro" no
se sentó a esperar a que le llenaran la boca. Buscó un trabajo de
camarero en la posada (motel) Edén Abajo, en el municipio de Guanabacoa.
Un trabajo que le dejó buenas ganancias. También allí defendió de los
oportunistas a los trabajadores y se mantuvo siempre al margen del
relajo y el libertinaje que en ocasiones se suscitaban en la posada.
Cuando apretó el déficit de viviendas, ante su incapacidad para
construir nada el régimen decidió utilizar las posadas de La Habana para
albergar a las personas que quedaban sin hogar por diversos motivos. "El
cuadro" y sus compañeros fueron despedidos y enviados a sus casas a
esperar la reubicación. Corría el año 2003.
Harta de la miseria en que se hundían cada vez más, la mujer de Tarragó
decidió irse a Estados Unidos donde vivía su madre. Pese a que él no
estaba de acuerdo con la partida, no tuvo más remedio que aceptarla.
Cinco años después, el resto de su familia se fue y quedó solo,
esperando la reubicación laboral. Aunque movió sus contactos, no
consiguió otro empleo y tuvo que adaptarse a sobrevivir gracias a las
remesas que le enviaban desde Miami.
Un día se enteró de que la Asociación de Combatientes de la Revolución
le preparaba la jubilación. Cobraría un salario de 265 pesos, poco más
de diez dólares. Su vivienda se caía en pedazos y sus compañeros de
lucha y trabajo morían unos, y otros abandonaban el país por distintas
vías. Tarragó no encontraba dirección para su vida y la revolución no le
ofrecía ninguna.
Se levantó una mañana del año 2009 y llamó a sus familiares para
comunicarles su intención de reencontrarse con ellos. Se sentía
traicionado y abandonado por los compañeros del viaje revolucionario.
Las decenas de cartas que había enviado al Comité Central planteando su
situación no tuvieron respuestas.
Hoy, Tarragó vive en Miami, feliz y contento. Trabaja en un negocio
familiar de comida y hasta tiene Medicaid y Medicare, que le cubren
todas sus necesidades de salud. "Los malos", como irónicamente llama a
los americanos, le dieron la oportunidad que la revolución le negó:
volver a vivir.
"No me cuesta darles las gracias a pesar de que, por ignorante, los odié
ciegamente durante mucho tiempo", dice, y al hacerlo vuelve a dar fe de
su honestidad.
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