Martes, Septiembre 27, 2011 | Por Luis Cino Álvarez
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Algunos representantes
republicanos cubano-americanos y el sector de línea dura del exilio
abogan por volver a las limitaciones de los tiempos de Bush a los
viajes de los cubano-americanos a la isla y el envío de remesas a sus
familiares. Alegan estar en contra de que vayan a parar a las arcas
del régimen los dólares de los que se fueron de Cuba, muchos como
refugiados políticos, y luego regresan a la isla como turistas.
355 945 cubanos residentes en los Estados Unidos viajaron a Cuba entre
enero y junio de 2011. Pero el gobierno cubano no menciona a los
cubano-americanos entre los visitantes que más dólares aportan a la
depauperada economía nacional (están en el segundo lugar, sólo superados
por los canadienses). Tampoco se refieren a las remesas que envían a
sus familiares, que se calculan en alrededor de mil millones de dólares
al año y compiten con el turismo por el primer lugar en cuanto a la
entrada de divisa al país.
Un ex –vecino de La Víbora viaja casi todos los años a Cuba. Lo hacía
vía Cancún cuando sólo permitían venir cada tres años. No es muy puntual
con las remesas, pero cuando viene, en regalos, paseos y jolgorios, en
los que no falta la comida y la cerveza, tira la casa por la ventana.
Para que nadie diga que es tacaño con los suyos ni le pase por el
pensamiento que le va mal "en la Yuma".
Recientemente, nos encontramos por Miramar. Gordo y rejuvenecido, me
costó reconocerlo. A él le pasó lo mismo conmigo, sólo que por razones
opuestas. Venía de comprar provisiones, con su cuñado, para el flamante
paladar de éste, en un carro alquilado. Tal vez porque andaba con unos
tragos de más, se mostró eufórico y para nada cohibido, como en otras
ocasiones, por el encuentro conmigo. La última vez que nos vimos –hace
unos años, en casa de un amigo común- me apoyó la mano con sortija de
oro en el hombro, miró a los lados y casi susurró: "Brother, mi cariño
de siempre para ti, pero tú sabes, man, en lo que tú estás metido y cómo
es esto; no quiero saber de disidentes, no quiero problemas con esta
gente, lo mío es poder venir a Cuba sin líos cada vez que pueda, ¿OK?"
No obstante, esta vez se atrevió a desafiar al destino –y a los tipos de
Seguridad del Estado, que parece cree tan omniscientes y ubicuos como
Jehová de los Ejércitos, siempre pegados a mis talones- y me invitó a
tomarme un par de cervezas (por los viejos tiempos, dijo) en una
cafetería de espalda al mar, en la Tercera Avenida.
"¿Tú sigues en lo mismo, no? ¡Brother, tú estás loco!", me dijo y se
respondió. Por si acaso, me volvió a advertir que a él no le interesa la
política. No obstante, entre una botella y la otra, su voz apagada por
el estruendo del reguetón, me dijo: "Esto no da más, Luiso. No sé por
qué hay una tonga de comemierdas allá que se oponen a que los cubanos
vengan cada vez que quieran. Ojala esta gente se vuelvan locos y nos
dejen invertir aquí. Comprar casas, poner negocios… ¡Tú verás como va a
ser esto! Oye, brother, con La Habana llena de Mc Donalds y carteles de
la Coca-Cola, esto no llega al segundo round".
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