29-06-2010.
Frank Calzon
Director Ejecutivo del Centro para una Cuba Libre
(www.miscelaneasdecuba.net).- Dos noticias recientes relacionadas con
Cuba han recibido algo de atención en la prensa internacional. No se
trata esta vez de la muy llevada, traída y comentada posible muerte de
Fidel Castro, sino de otros asuntos que, bajo la presidencia de Raúl
Castro, el general-hermano-presidente, impactan en lo que algunos
insisten en identificar como la última etapa del castrismo.
Una de esas noticias fue la visita de una delegación de la Cámara del
Comercio de Madrid a La Habana para pedir "seguridad jurídica". Como
explicó Salvador Santos, presidente de la CCM a la agencia EFE, esos
empresarios demandaron que se cumplan los contratos suscritos entre
compañías madrileñas y compañías cubanas, que el régimen castrista abone
los pagos que debe a los españoles y que deje de retener fondos en las
cuentas bancarias de los inversionistas españoles, cosa que viene
haciendo desde el año pasado debido a la falta de liquidez y a la crisis
económica que padece la isla.
Se trata, es claro, de asuntos del mayor interés para los hombres de
negocios españoles, pero seguro que los cubanos encuentran mucho más
interesante, y preocupante, la segunda noticia, relacionada ésta con
unas declaraciones de Raúl Castro ante el Congreso de la Juventud
Comunista. "Cientos de miles de trabajos no son necesarios, y algunos
analistas calculan en un millón el número de trabajadores superfluos",
dijo el general. Es decir, que uno de cada cuatro trabajadores cubanos
puede quedarse sin sustento... al tiempo que el régimen persigue y
encarcela a quien osa buscarse la vida por su cuenta, en violación de
los decretos económicos oficiales.
Raúl Castro culpó al "enemigo del norte" y arremetió contra la prensa
extranjera por su "guerra mediática" contra la revolución; pero los
cubanos saben que no son los norteamericanos ni los periodistas los que
requisan sus productos: una gallina, un poco de arroz, unas libras de
carne de cerdo, cuando viajan en un ómnibus interprovincial.
Todos en la isla reconocen la eficiencia del régimen a la hora de
movilizar a las masas para los consabidos mítines de condena del
imperialismo: temprano por la mañana del día señalado, los cubanos
tienen que presentarse en sus sitios de trabajo para recoger consignas y
pancartas y ser transportados al lugar de la concentración. Algo
parecido han de hacer los estudiantes, desde los más chicos hasta los
universitarios, así como las amas de casa.
Reinaldo Arenas, cuya vida se llevo al cine con la cinta Antes que
anochezca, lo expresó nítidamente al llegar al exilio, años antes de
suicidarse:
Debemos ir a la Plaza de la Revolución para aprobar y aplaudir aquellas
leyes que nos condenan a trabajos forzados. Todo el mundo tiene que
fingir porque todos dependemos del Estado: el Estado nos puede llevar a
la cárcel, mandarnos a la universidad o conseguirnos un ascenso en el
trabajo.
Los cubanos con edad suficiente recuerdan que hubo un día en que la
revolución proclamó el empleo para todos; aquellos que no estaban
dispuestos a trabajar en el puesto que se les asignaba eran recogidos en
camiones militares, acusados de "vagancia" y transportados sin ningún
miramiento a las provincias a cortar caña de azúcar.
Por cierto, la industria del azúcar, motor de desarrollo y progreso de
la isla por más de doscientos años, ya no existe. Después del fracaso de
su grandiosa Zafra de los Diez Millones (1970), Fidel, que quería romper
todos los récords de producción y había empeñado su "palabra de cubano"
en el éxito de la campaña, dedicó su famosa energía a otros proyectos.
El de la Zafra de los Diez Millones ha sido uno de los escasos fracasos
del castrismo reconocidos por Fidel; éste, al aceptar su
responsabilidad, explicó que la escasez de muchos productos de primera
necesidad se debía al cierre de numerosas fábricas, cuyos obreros fueron
liberados para que pudieran dedicarse a cortar caña.
Durante el primer año de la revolución: 1959, Cuba, entonces la
azucarera del mundo, produjo, con sus seis millones de habitantes, seis
millones de toneladas de azúcar. Este año puede que la cosecha no haya
alcanzado el millón de toneladas. Hoy, la población cubana es de 12
millones de personas.
Hoy, Cuba se mueve en unos niveles de producción similares a los que
mostraba hace más de cien años, cuando el gobierno de Madrid insistía en
que gastaría el último hombre y la última peseta en la defensa de su
colonia antillana. El récord azucarero de los Castro es doble: la más
pequeña producción de azúcar en un siglo, la peor zafra per cápita de la
historia del país.
En años recientes La Habana se ha visto obligada a importar azúcar de
Brasil y de Colombia. Mientras la industria azucarera cubana ha
desaparecido, Brasil y otros países han aumentado su producción del oro
blanco, un elemento importante en la producción de etanol, no lo
olvidemos. ¡Qué final tan triste para una industria con una carga
simbólica tal en la isla, que el pueblo cubano solía decir: "Sin azúcar
no hay país"!
A Fidel y a Raúl no les falta imaginación. En lugar de tomar medidas
para evitar el colapso de la primera industria nacional, han optado por
explotar una alternativa. Como no pueden culpar al desde hace medio
siglo inexistente sector privado, han anunciado que los ingenios serán
convertidos en museos y sus trabajadores, adiestrados para que puedan
desempeñar otros empleos; ¿ese millón de empleos superfluos de que
hablaba Raúl?
Antes de llegar al poder, Fidel denunció "la existencia miserable" de
los campesinos cubanos, la situación de los temporeros una vez se
acababa la temporada del azúcar; hoy, ni siquiera ese empleo de unos
meses existe, y la economía marxista no ha hecho otra cosa que empeorar
la situación.
A diferencia de lo que ocurría en los días pre-revolucionarios, los
trabajadores no pueden sembrar y vender productos sin permiso del
gobierno. Si tratan de vender gallinas o cerdos directamente al
consumidor, el gobierno les confisca los animales y ellos acaban en la
cárcel por perpetrar "delitos económicos". Un ganadero que sacrifica su
propio ganado sin obtener el muy difícil de obtener permiso del
gobierno, comete un delito grave que le puede costar varios años de cárcel.
El absurdo de la economía castrista se hizo evidente en 1967, cuando
Fidel Castro, luego de confiscar bancos, fabricas, granjas y otras
fuentes generadoras de riqueza, proclamó una "ofensiva revolucionaria"
para confiscar igualmente puestos de fruta, peluquerías, barberías y
demás restos de la burguesía isleña.
Han tenido que pasar varias décadas para que el régimen castrista
comience a restaurar el derecho de las personas a comerciar con
libertad. En la década de los noventa se empezaron a emitir licencias
para poder ser cuentapropista (autoempleo), lo que permitió a algunos
cubanos ser dueños de restaurantes en casa –los famosos paladares, que
no pueden tener más de doce asientos–, o ganarse un dinero haciendo
flores de papel o con otras actividades modestas. No fue sino hasta este
año que Raúl dio otro tímido paso: ahora los cubanos pueden tener sus
propias barberías y peluquerías; aunque los insumos necesarios para
dotar esos establecimientos no pueden encontrarse en la isla... Por eso
se ven obligados a obtenerlos en el mercado negro, o bien los roban en
las empresas estatales.
Por varios años el régimen ha exportado a miles de trabajadores, los ha
arrendando a firmas extranjeras de todo el mundo. En el dique seco
cubano de Curaçao, los cubanos trabajan, bajo la observante mirada de
guardias, por 15 dólares mensuales, pero los hermanos Castro reciben
varios miles de dólares al año por cada uno de ellos...
Tres obreros cubanos lograron escapar de Curaçao y llegar a Florida,
donde llevaron sus respectivos casos a los tribunales, que les dieron la
razón; pero no recibieron el dinero que demandaban porque el gobierno de
Curaçao compró la empresa con el fin de impedir el cumplimiento de la
decisión de la justicia norteamericana.
Hay casos similares al de esos tres obreros que implican a doctores
cubanos que trabajan en Venezuela y Portugal: en este último país, los
médicos cubanos ganan 500 euros mensuales, cuando el suelo de los
galenos locales es de 2.500 euros. La Habana también provee de
trabajadores cubanos a compañías de cruceros que operan en el Caribe.
La cuestión ha llegado a la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), con sede en Ginebra. "Es hora de que la OIT tome cartas en el
asunto", comentó Jack Otero, ex vicepresidente de AFL-CIO, la central
sindical norteamericana. Otero ha denunciado prácticas como el uso de
mano de obra infantil, "en violación de los acuerdos laborales de los
que la República de Cuba es signataria".
Los verdaderamente superfluos en la Cuba de hoy no son los trabajadores,
sino los Castro.
Mientras la Cámara del Comercio de Madrid pide al régimen que permita a
los inversionistas españoles retirar sus dineros de los bancos cubanos,
los trabajadores de la isla encaran una situación que sin lugar a dudas
es mucho más dramática y perentoria que la de los empresarios madrileños
que fueron allá a invertir sus dineros para aprovecharse de la falta de
libertad sindical y de la obediencia de los trabajadores al Estado
patrón y sus socios extranjeros.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=28595
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