RAFAEL ROJAS 23/05/2010
En los últimos días varias instituciones y personalidades de la cultura
insular han reaccionado contra la Plataforma de Españoles para la
Democratización de Cuba, impulsada por más de 60 escritores y artistas
españoles, críticos del sistema político cubano, desde las más variadas
simpatías ideológicas. Las reacciones pueden leerse en La Jiribilla,
semanario electrónico del Ministerio de Cultura, uno de los principales
aparatos ideológicos del Estado cubano.
Más allá de las acusaciones de "injerencia" y "agresión" contra
intelectuales que solo han expresado opiniones sobre lo que sucede en un
país de este mundo, de los manidos calificativos -"fascistas",
"franquistas", "reaccionarios"...-, o de la reducción de la diversidad
ideológica de los firmantes de la Plataforma a "operación de Aznar",
esas respuestas aportan algo valioso al debate sobre Cuba: ofrecen una
explicación, al menos una, de por qué el Gobierno de Raúl Castro no
emprende las reformas que prometió en los primeros meses de su mandato.
Ahí, deslizada entre contradictorias afirmaciones de que "Cuba ya cambió
hace medio siglo", de que "está cambiando todos los días" o de que
"cambiará cuando termine el bloqueo", aparece la explicación que el
propio Gobierno no ha dado: las reformas no se realizan porque de
flexibilizarse mínimamente los derechos civiles y económicos de la
ciudadanía -ni siquiera los políticos- el "enemigo" aprovecharía esos
espacios para derrocar la Revolución, regresar a la dependencia de
Estados Unidos y restaurar el capitalismo.
El enemigo, ese monstruo creado por la ideología oficial, es una hidra
de 1.000 cabezas (la oposición interna, la disidencia socialista, los
exilios, Miami, Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo PRISA, EL
PAÍS, CNN, El Nuevo Herald, Letras Libres, la derecha
latinoamericana...) que, milagrosamente, actúa como un actor racional,
con una agenda perfectamente diseñada y coordinada. Habría que
responder, primero, a la pregunta de quién es el enemigo para luego
hacernos una idea aproximada de su perversa misión.
¿Quién es el enemigo? ¿Yoani Sánchez y los jóvenes blogueros que narran
críticamente el difícil día a día de los cubanos en la isla? ¿Las Damas
de Blanco, que solo piden marchar en silencio luego de asistir a misa y
orar por la salud de sus esposos e hijos presos? ¿Oswaldo Payá, Elizardo
Sánchez, Vladimiro Roca, Martha Beatriz Roque, Manuel Cuesta Morúa o los
demás líderes de la oposición interna, que defienden la transición
pacífica, la reconciliación nacional y reportan cada violación a
derechos humanos que tiene lugar en la isla?
¿Quién es el enemigo? ¿Car
-los Alberto Montaner o cualquiera de los líderes socialdemócratas,
democristianos, socialistas democráticos o liberales del exilio que
desde hace décadas promueven un cambio pactado, que no excluya a los
propios miembros de la actual clase política cubana? ¿El Gobierno de
Barack Obama, que derogó las sanciones de 2004 y reinició el diálogo
migratorio con el Gobierno cubano, pero cree que para proceder al
levantamiento del embargo comercial es necesario que La Habana emprenda
las reformas prometidas? ¿La Unión Europea, que también derogó las
sanciones de 2004, pero que permanece dividida sobre la pertinencia o no
de replantear la posición común de 1996?
¿Quién es el enemigo? ¿Miami, donde tan solo en los últimos meses, y
gracias a las medidas de Obama, han actuado La Charanga Habanera, Los
Van Van, el dúo Buena Fe y Carlos Varela y por donde pasan,
constantemente, poetas, novelistas, dramaturgos, pintores y actores de
la isla? ¿Dónde han impartido conferencias el historiador Eduardo Torres
Cuevas, director de la Biblioteca Nacional de Cuba, el politólogo Rafael
Hernández, director de la principal revista de ciencias sociales de la
isla, y dos premios nacionales de la literatura cubana, Antón Arrufat y
Abelardo Estorino? ¿Miami, la ciudad que envía más de 1.000 millones de
dólares en remesas a la isla y que respalda, mayoritariamente, la
reunificación familiar?
¿Qué desean los "enemigos"? ¿Derrocar la Revolución? Ninguno de esos
actores políticos defiende la confrontación o la violencia como método
político y ninguno considera que hoy exista algo llamado "revolución".
Todos piensan que la Revolución fue un fenómeno histórico que tuvo lugar
entre fines de los años cincuenta y principios de los setenta, cuyo
legado es tema de debate entre historiadores. Lo que sí piensan esos
"enemigos" es que el sistema político que derivó de aquella Revolución
-partido único, economía estatal, control de la sociedad civil- es
incapaz de representar equitativamente los complejos intereses de la
sociedad cubana del siglo XXI.
¿Qué desean los "enemigos"? ¿Anexionar Cuba a Estados Unidos? ¿Crear un
Estado dependiente o semisoberano, como el que existió entre 1902 y
1934? Ninguno de los programas políticos de las más conocidas y
prestigiosas organizaciones de la oposición o el exilio cubanos propone
semejante disparate. Todos esos actores políticos, incluyendo Estados
Unidos, la Unión Europea o cualquier líder de América Latina que
simpatice con la transición cubana, aspiran a preservar la
autodeterminación de la isla.
¿Qué desean los "enemigos"? ¿Restaurar el capitalismo? El capitalismo ya
se restauró en Cuba, solo que la única empresa autorizada para explotar
el trabajo asalariado, extraer plusvalía y compartir ganancias con sus
socios del capital extranjero es el Estado. Los principales ingresos de
ese Estado provienen de la economía de mercado global, por lo que el
conflicto cubano no es entre quienes quieren preservar el socialismo y
quienes quieren regresar al capitalismo, sino entre quienes quieren
conservar el actual capitalismo autoritario de Estado y quienes quieren
democratizarlo.
Los deseos del "enemigo" no están muy lejos, por lo visto, de los de la
mayoría de los ciudadanos de la isla. A juzgar por lo que han expresado
en las bases del Partido Comunista, los "revolucionarios" cubanos,
aunque voten en las elecciones y desfilen el 1° de Mayo, también quieren
poder entrar y salir de su país sin permiso del Gobierno, tener derecho
a la pequeña y mediana empresa privada, acceder libremente a la
información nacional e internacional y asociarse y expresarse con mayor
autonomía.
El Gobierno de Raúl Castro no realiza esas reformas porque quiera
proteger al pueblo de sus enemigos, sino porque no quiere ceder un ápice
de su viejo y atrofiado poder. El derrocamiento de la Revolución, la
pérdida de la soberanía de la isla o la restauración del capitalismo no
son amenazas reales. Son ficciones concebidas para postergar, una vez
más, el cambio que necesitan todos los cubanos, incluyendo los que
forman parte del actual Gobierno. Un cambio cuya necesidad está decidida
por la falta de correspondencia entre la plural sociedad de la isla y la
diáspora y el diseño totalitario del sistema político cubano.
Rafael Rojas es historiador cubano y exiliado en México. Ha ganado el
primer Premio de Ensayo Isabel Polanco con Repúblicas de aire.
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