Miguel Fernández-Díaz, Pembroke Pines
Luego de concluir su puesta en escena judicial, el vodevil castrista
sobre los cinco héroes prosigue su temporada en los escenarios
mediáticos. Recientemente, Arturo López-Levi ha puesto el acento en la
piedad y la reconciliación.
Vayamos al estribillo de que el "daño causado a la seguridad nacional
norteamericana" es cero, porque la Red Avispa solo tenía la misión de
"espiar, socavar los planes, o informar sobre las organizaciones cubanas
exiliadas".
No importa que el daño sea cero, porque lo que está sobre el tapete es
aquel planteo elemental de Madison: "La seguridad frente al peligro
exterior es uno de los objetivos primarios del orden estatal" (41 The
Federalist, noviembre 30 de 1787). Las avispas no causaron daño porque
no pudieron, pero ¿acaso no estaban al acecho? En Cuba enseñan que los
Estados Unidos son el peor enemigo. Tras refrescar la memoria con Ana
Belén Montes en el Pentágono y Walter Kendall Myers en el Departamento
de Estado, cabe preguntarse si es posible creer que los agentes de
Castro infiltrados en el sur de la Florida no venían dispuestos pa'lo
que sea, Fidel, pa'lo que sea.
La razón suficiente
No es preciso traer a desertores que atestigüen lo que fue comidilla en
el tránsito de la Dirección General de Inteligencia (DGI) a la Dirección
de Inteligencia (DI): que el general Jesús Bermúdez Cutiño, tras tomar
por asalto el grisáceo edificio de Línea y A (Vedado) en 1989, ordenó
meter las narices en el Comando Sur.
Castro demoró de 1998 a 2001 en preparar el vodevil Los Cinco Héroes,
pero suprimió a siete actores. Fuera de la escena judicial, Joseph y
Amarilys Santos, Nilo y Linda Hernández, Alejandro Alonso, George y
Marisol Garí cantaron los propósitos de infiltración profunda en el
Comando Sur y otros objetivos militares.
Sin embargo, ni siquiera hace falta recurrir a estas avispas, que Castro
y sus voceros nunca mencionan. Desde su altura de espía-artista, Antonio
Guerrero notificó al cabecilla Gerardo Hernández que, hacia noviembre de
1996, había trabado amistad con un tal Brian, joven de 18 años que
trabajaba en la base aérea de Boca Chica como ayudante de mantenimiento.
Hernández informó a la DI: "Lo más importante: es hijo de un militar
jefe en la terminal naval de la base aérea de Guantánamo (…) Debido a
los lazos militares de esta relación, continuaremos desarrollándola y
ofreceremos información a medida que la consigamos".
En informe anexo, Guerrero dibujó un retrato de Brian, de cuerpo entero,
y explicó que el joven tenía una novia, hija de otro militar
estadounidense. Al momento de la boda (febrero de 1998), Guerrero estaba
tomando las fotos. Junto con ellas remitió a la DI otro informe: que
Brian empezaría "su servicio militar en la Fuerza Aérea. Me dijo que fue
asignado a Texas (…) Lo más importante es crear una relación que
seguramente nos dará importante información en el futuro". Es curioso
que Castro y los demás guionistas del vodevil no aludan a la mafia
terrorista de Tejas.
La suficiencia razonable
El 20 de octubre de 1998, Castro recalcó a CNN "el derecho de Cuba a
informarse sobre la actividad de los grupos terroristas de la mafia de
Miami". Y agregó, como si no existiera la superespía Ana Belén Montes:
"No nos interesan en absoluto informaciones militares".
Ejercer aquel derecho plantea el dilema de hacerlo en colaboración con
la Casa Blanca, o clandestinamente y atenerse a las consecuencias. Por
simple regla de Derecho Internacional, ningún Estado puede vigilar a sus
exiliados "terroristas" infiltrando agentes en otro Estado sin su
consentimiento. Solo a este último incumbe prescribir cómo velar a la
gente dentro de su territorio.
Por lo demás, infiltrar agentes de la DI en el sur de la Florida es
"caso a primera vista [y] evidencia acusatoria suficiente para barrer
con la defensa" (Hernández vs. New York, 1991), porque Castro ha
justificado hasta que fusiló (abril 11, 2003) a tres autores del
secuestro incruento de la lancha Baraguá (abril 2, 2003) porque desde
siempre se halla en "situación virtual de guerra" con los EE UU (Looking
for Fidel, HBO, abril 14 de 2004).
Si la jueza federal Joan Lenard hubiera considerado esa situación, que
"puede darse sin declaración formal de ninguna de las partes" (Prize
Cases, 1862), tendría que haber dictado pena de muerte, como prescribe
el Código de los EE UU para cualquier persona que, en tiempo de guerra,
actúe como espía o esté simplemente al acecho (10 USC 906). Aun contra
las avispas René González y Antonio Guerrero, ciudadanos
estadounidenses, podría esgrimirse el arma predilecta de Castro:
traición a la patria (18 USC 2381).
No obstante, la puesta en escena judicial concluyó más o menos como
había previsto Castro hacia 2001: ¡Volverán! Solo que así como Castro se
dignó a gritarlo a los tres años de haber sido detenidos, cuatro de los
cinco espías penitentes de la Red Avispa tendrán que esperar a cumplir
sus condenas para volver, mientras Gerardo Hernández arrastra doble
cadena perpetua.
Aquí López-Levi enlaza al jefe de la Red Avispa con el derribo (febrero
26, 1996) de las avionetas de Hermanos al Rescate (HAR) para entrar en
el "expediente de paciencia" preparado por Castro frente a las
violaciones reiteradas del espacio aéreo cubano por HAR. Y puntualiza
que "en una asamblea del PCC en Santiago de Cuba, Raúl Castro, por
entonces ministro de las FAR, dijo que el derribo fue ordenado pues
percibió la probabilidad de peligros mayores para la seguridad nacional
cubana".
Aunque funcionarios de la administración Clinton compartían esa
apreciación, López-Levi no puede salir del paso con que "la acción de la
Fuerza Aérea Cubana fue desproporcionada". Fue criminal. No sé que habrá
dicho Raúl Castro en la precitada asamblea del PCC, pero en la grabación
que Nancy Pérez-Crespo (Nueva Prensa Cubana) entregó a El Nuevo Herald
se escucha perfectamente a Raúl Castro decir a periodistas y
funcionarios reunidos en la sede provincial del Partido en Holguín
(junio 21, 1996), que la orden fue: "Túmbenlos en el mar cuando se
aparezcan; si no, consulten a los que tienen las facultades", que eran
"cinco generales", según el propio Raúl Castro.
No viene al caso que la Organización Internacional de Aviación Civil
(OACI) confirmara (junio 27, 1996) que las dos avionetas Cessna de HAR
fueron abatidas a cohetazos en aguas internacionales por cazas MiG. La
orden premeditada de derribar aeronaves desarmadas (y esto lo sabía
Castro de antemano, porque ninguno de sus infiltrados en HAR informó
jamás que venían artilladas o con cargas explosivas) es criminal, porque
viola groseramente la norma de Derecho Internacional. Hubiera bastado
con forzarlas a aterrizar, y el juicio subsiguiente a los pilotos no
hubiera sido tan perjudicial a ese «interés nacional cubano de favorecer
el fin del embargo» que menciona López-Levy. Al parecer, los intereses
de Castro y su DI en la Operación Escorpión eran otros.
Una salación científica
Y mientras el fiscal John Kastrenakes aguanta la causa criminal contra
Raúl Castro y quienes se refocilaron tanto con el derribo alevoso de las
avionetas de HAR, López-Levi continúa con la letanía de otro cero: la
posibilidad de integrar un jurado imparcial con doce ciudadanos
estadounidenses residentes en el condado Miami-Dade para enjuiciar a los
agentes de Castro.
Tal imposibilidad fue certificada por el sociólogo Lisandro Pérez
(Universidad Internacional de la Florida), quien luego sería tachado de
agente castrista por el teniente coronel de la Inteligencia Militar
estadounidense Chris Simmons. Así y todo, el quid radica en que aquella
letanía se hubiera cortado de cercén de haberse aceptado la moción del
abogado defensor William Norris: desplazar la sede del juicio a Fort
Lauderdale, a unos 50 kilómetros de Miami.
Un fiscal perspicaz hubiera subido la parada proponiendo como sede a uno
de esos tantos condados de la Florida donde Lisandro Pérez puede
comprobar, con sus herramientas sociológicas, que la gente asocia a
Fidel Castro con un cantante y de paso a Luis Posada Carriles con un
catcher de los Yankees. A fin de cuentas, en ningún lugar ningún jurado
podría engullir la píldora de que Castro había infiltrado agentes, que
buscaban con ahínco trabajo en bases aéreas, tan sólo para vigilar a
exiliados belicosos.
Esquivar la sede que sería indefectiblemente tildada de maldita hubiera
satisfecho la triple condición de que los juicios deben parecer
imparciales a todos los observadores (Wheat vs. EE UU, 1988), prevenir
la mera posibilidad de injusticia (In re Murchison, 1955) y estar libres
de influencias externas (Sheppard vs. Maxwell, 1966). Pero
lamentablemente el fiscal Guy Lewis estaba en otra cosa y hasta recargó
su alegato con referencias al régimen diabólico de Castro, sin advertir
que los acusadores "no pueden inflamar las pasiones y prejuicios del
jurado" (EE UU vs. Rodríguez, 1985) ni "dar al perro un nombre feo para
enseguida colgarlo" (EE UU. vs. Boyd, 1971).
Así que la letanía de la sede impropia pervivirá. Ya el Comité de
Defensa, digo, Nacional por la Liberación de los Cinco urdió que, como
unos 40 periodistas de medios miamenses recibían en 2001 (año del
juicio) pagos del gobierno estadounidense por sus colaboraciones con
Radio y TV Martí, Miami fue envenenada por artículos incendiarios y
ajenos a la verdad. Pero el Comité esgrimió como ejemplo el reportaje de
Wilfredo Cancio Cuba usó alucinógenos al adiestrar a sus espías (El
Nuevo Herald, junio 4 de 2001), que trajo su causa del testimonio de un
desertor de la DI. Ni qué decir de las colaboraciones con Radio y TV
Martí: en 2001 TV Martí no se veía, como de costumbre, y Radio Martí no
se escuchaba en Miami ni en otro punto del territorio de los EE UU.
Maraña gestual
López-Levi sugiere que la devolución de Los Cinco pudiera "contribuir a
que los adversarios en la isla y la diáspora se reconozcan en su común
cubana". A tal efecto recomienda sendos "gestos unilaterales recíprocos"
de Cuba y EE UU: amnistía general de presos políticos y liberación de
Los Cinco, respectivamente. Solo que la aporía del huevo y la gallina
enseña que algo debe ser primero, amén de que no es plausible principiar
el teatro gestual sin acuerdo previo de libreto. Y en este sentido, la
experiencia del exilio es amarga.
Bajo apariencia de "diálogo" entre cubanos para liberar presos políticos
y reunificar familias, Castro emprendió la colonización del sur de la
Florida con negocios de viajes y remesas, comunicación por teléfono y
envíos de paquetes. Nadie mejor para revelar sus intenciones que el
agente castrista de origen chileno, fichado por el Departamento del
Tesoro junto con su empresa Havanatur en Hialeah, Carlos Alfonso
González: "Hay que destripar, quitar, robar, piratear, como quieran
llamarle, al exilio cubano, y llevar su dinero a Cuba".
Los Cinco: temporada de ángeles | DIARIODECUBA (23 December 2009)
http://www.ddcuba.com/opinion/articulos/2009/los-cinco-temporada-de-angeles
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