25 de diciembre de 2015

Navidad es patria

ANDRÉS REYNALDO: Navidad es patria

La Navidad estaba prohibida en Cuba y las familias afectadas por el
fusilamiento o la partida de un miembro no tenía mucho que celebrar
En los años 1970 se empezó a quemar un muñeco, el ñeque, que
sospechosamente comenzó a llevar gorra verde olivo y barba
'La próxima Navidad en Cuba'es un brindis aun vigente

Mi padre contaba que ya la Navidad de 1959 había sido sombría. En la
mesa faltaban dos tíos: uno fusilado y otro en el exilio. De un año al
otro la mesa fue quedando grande. Al paulatino empobrecimiento de la
cena siguió la prohibición oficial de la fiesta. Había que celebrar a
puerta cerrada si había algo, o alguien, para celebrar. Casi nadie se
atrevía a poner un pesebre. Un arbolito, con sus luces ardiendo
triunfalmente en las ventanas, era una provocación contrarrevolucionaria.

Fidel Castro siempre apuntó al espíritu del cubano. La destrucción
económica se le da por la intrínseca incapacidad de creación de las
criaturas diabólicas. Sí, lo que Fidel vino a destruir fue el espíritu.
Está en su naturaleza. Otros querrán explicarlo de manera más científica
y hasta con mayor madurez. Pero la mayoría lo ve de una manera directa y
sana: Fidel es una mala persona. Un agelasta: el que nunca ríe, el que
desconfía de los hombres felices. Para que entiendan los niños: el
monstruo que vino a robarnos la Navidad.

A principios de la década de 1970 empezamos a quemar el ñeque los 31 de
diciembre. Un deforme muñeco de papel o paja, al que cada cual le
prendía un papelito con una purgativa petición. Que desaparezca la
envidia. Que muera la mediocridad. Sin embargo, con los años, la
construcción del ñeque se tomaba días y las peticiones eran
subversivamente crípticas. ¡Que se muera quien tú sabes! Ya el ñeque de
1979 era un frankensteiniano esperpento de ocho pies, con una gorra
verde olivo y una barba de acuarela negra, que ardió hasta las cenizas
en la esquina de Empedrado y Mercaderes, mientras convencíamos a dos
policías orientales de que estábamos quemando al Tío Sam.

Luego, la primera Navidad en Estados Unidos. Nunca fui tan pobre como en
aquel Nueva York de 1980. Tampoco volví a aprender tantas cosas en tan
breve tiempo. Los primeros exiliados cambiaron de país; los marielitos,
de civilización. En el contraste descubrí cuán norteamericana era la
Cuba de mis abuelos y mis padres, con su inocente pujanza hacia el
progreso, su edificadora curiosidad, su rechazo a la mugre física y
espiritual. Ah, cuánto debían odiar a esa Cuba los revolucionarios de
oficio, los parásitos, los débiles de lomo y la estéril ralea del
choteo. Aquel país, aquel mundo de mis abuelos y mis padres, merecía por
lo menos mejores enemigos.

YA EL ÑEQUE DE 1979 ERA UN FRANKENSTEINIANO ESPERPENTO DE OCHO PIES, CON
UNA GORRA VERDE OLIVO Y UNA BARBA DE ACUARELA NEGRA, QUE ARDIÓ HASTA LAS
CENIZAS EN LA ESQUINA DE EMPEDRADO Y MERCADERES, MIENTRAS CONVENCÍAMOS A
DOS POLICÍAS ORIENTALES DE QUE ESTÁBAMOS QUEMANDO AL TÍO SAM

"La próxima Navidad en Cuba", es un brindis que pasó de la nostalgia a
la retórica. Para muchos, Cuba sigue siendo un compromiso, pero no una
posibilidad. Proporcional al ritmo de su destrucción, a la espantosa
síntesis de sus taras, el país puede hacérsenos irreconocible. La
patria, si no es comunión, se hace mero territorio. A los pocos que no
quieren exiliarse en aras de resistir, a los pocos que salen apaleados y
regresan a recibir palos, hay que darles el crédito de una desmesurada
valentía y una recalcitrante esperanza. Ellos nos dejan, al pie del
árbol familiar, la confirmación de nuestra amenazada identidad.

Cuando salga publicada esta columna vamos a estar en la plena resaca de
la Nochebuena. La ola de la celebración habrá traído las indiscretas
anécdotas familiares, las discusiones que permanecen dormidas por un año
a la espera de su cautivo auditorio, los reencuentros, los regalos de
otra talla y los planes de irnos este verano adonde nunca vamos a ir. La
modesta, contradictoriamente gloriosa, partitura de la felicidad. A
puerta abierta.

¿Qué más puedo decir? La dicha de estar en Miami alivia la pena de no
estar en La Habana. Con creces.

Para leer más columnas de Andrés Reynado, vaya a su sección de opinión.

Source: ANDRÉS REYNALDO: Navidad es patria | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article51495465.html

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