¡Que viene Internet!
En Cuba, se habla de la Red con tintes animistas, un ente que lleva y
trae malas noticias, confirma y desmiente rumores
KARELIA VÁZQUEZ 13 JUN 2014 - 14:38 CET
Para muchos cubanos Internet tiene un alma esquiva y caprichosa. La
mayoría no sabe qué aspecto tiene, pero la desean como a una amante
díscola. Lo comprobé muchas veces en la playa de Siboney (Santiago de
Cuba, a 969 kilómetros de La Habana), cuando aún estaba abierto el
agujero por el que llegaría desde Venezuela un cable submarino de fibra
óptica. Si uno metía la cabeza, y mucha gente lo hacía, solo veía unos
tubos de plástico gris y unas cintas adhesivas color naranja, pero nadie
dudaba de que por ahí regurgitaría algún día algo que sería, sin lugar a
dudas, Internet. Cerca del agujero, discretamente custodiado por una
pareja de policías, la gente se reunía a esperar el autobús:
–¿Y eso cuándo lo van a tapar?–, decía alguno.
–No te quejes que por ahí va a salir Internet–, se le respondía.
En Cuba, se habla de la Red con tintes animistas, un ente que lleva y
trae malas noticias, confirma y desmiente rumores y, sobre todo, destapa
spoilers de la telenovela de turno. "Lo dijo Internet", es una frase que
saldrá antes o después en las conversaciones. Y va a misa. Un buen final
para zanjar una discusión: "Lo dice Internet y punto".
Casi dos años estuvo abierto el agujero sin que nada saliera de su
interior. Mucho menos Internet. Entretanto llegaron las primeras
apariciones a través de un floreciente mercado negro que gestiona
correos electrónicos, paquetes de contenidos y cuentas de Skype. La
gente se hace con un pen drive y un disco duro externo –son buenos
regalos que hacer a un cubano–, y ahí trafican con contenidos sacados de
la Red. No vaya usted a pensar, querido lector, en material sensible
para la NSA u otros órganos de espionaje global. No. Los cubanos violan
varias leyes para ver partidos de fútbol atrasados, películas, dibujos
animados, programas de la televisión de Miami o las series españolas
Cuéntame y Aída.
Los que no entraron en el mercado negro, por falta de dinero o de
audacia, siguieron con su fe puesta en aquel agujero que un buen día se
cerró con la noticia de que el imperialismo yanqui había interceptado el
viaje de Internet. Luego se supo que no, que el cable había completado
su travesía por el Caribe pero que Internet llegaría después. Cuando
fuera el momento. En junio de 2013 el Gobierno autorizó la apertura de
118 "salas de navegación" y la gente pensó que era "el momento". Por
entonces, también echó a correr el rumor de que en septiembre de este
año se podría contratar ADSL en las casas. Pero Etecsa, la empresa
estatal de telecomunicaciones, lo desmintió en marzo pasado, así como
las tarifas de lujo asiático que se habían filtrado: una conexión de 20
horas mensuales a una velocidad de entre dos y cuatro megabytes valdría,
según la versión callejera, 10 pesos convertibles (13 euros). El salario
medio de un cubano no supera los 20. ¿Dedicaría usted el 50% de sus
ingresos a su ADSL? Pues los cubanos, tampoco. De momento Etecsa se
limita a recordar gentilmente en un comunicado que "el acceso a Internet
se realiza desde las entidades estatales y nacionales autorizadas para
ello".
Así las cosas, en mi último viaje a Cuba tampoco había llegado "el
momento". Tuve que elegir entre la lenta conexión autorizada de un hotel
a seis euros la hora, registrando mi nombre y número de pasaporte, o el
mercado negro con la misma lenta conexión, pero anónima y más barata.
Elegí muerte. Unos amigos me llevaron a un bloque de dos plantas y me
señalaron un piso: "Es ahí". Llamaron a la puerta: "Sube, te esperamos"
Una vez arriba, y practicado el ritual convenido para neutralizar la
desconfianza genética de los cubanos, fui conducida a la habitación del
fondo. Había tres PC antiguos, dos ocupados. Para usar el único
disponible tomé asiento en una cama de matrimonio junto a un turista
canadiense. Desde allí ambos intentábamos acceder a una versión
decimonónica de Internet después de un largo ayuno digital forzado.
Mientras el milagro tenía lugar, le hacíamos sitio a la señora de la
casa que guardaba la ropa interior en la cajonera que usábamos como
escritorio. En lo que doblaba bragas y calcetines, la buena mujer nos
advertía de que Internet tenía sus días y que hoy estaba "de pinga".
Cuando tuve delante la bandeja de entrada de Gmail me sentí una elegida.
Lo era. Mi compañero de cama y conexión no autorizada pasaba por el
mismo trance espiritual. "¡Dense prisa que se va [Internet] y hay
cola!". Con un grito, la señora rompió el encanto y nos hizo recordar
que Internet no era un objeto de culto; que era, sobre todo, su negocio,
cuyo horario de cierre coincidía con el fin de la jornada laboral del
centro estatal que le pasaba bajo cuerda, y pesos convertibles
mediante, la conexión autorizada que ella convertía en ilegal.
Hice lo que pude. Nunca conseguí descargar Facebook ni chatear por
Gtalk. Cuando consumí mi tiempo, pagué dos pesos convertibles y bajé
corriendo las escaleras. Abajo me esperaban tres cubanos ansiosos:
"Bueno, ¿y qué?, ¿qué sale hoy en Internet?".
Source: ¡Que viene Internet! | El País Semanal | EL PAÍS -
http://elpais.com/elpais/2014/06/13/eps/1402663123_874159.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario