abril 27, 2011 at 16:48 · Clasificados en Sin Evasión
Permítame el lector una pequeña anécdota reciente. Zamira , una amiga 
cercana cuyo hijo comenzó a asistir hace apenas unos meses a un Jardín 
de la Infancia, me ha contado muy alarmada que acababa de recibir la 
orientación de la directora de enseñar a su pequeño, de cuatro años, 
quiénes son Fidel, Raúl y los "Cinco Héroes". Escandalizada, Zamira se 
negó de plano, ante el estupor de la directora que no entendía cómo una 
madre se oponía a cumplir lo que estaba estipulado. "Me vas a hacer 
quedar mal con los inspectores", insistía la educadora; y para convencer 
a Zamira de que no se trataba de un capricho personal, la buena señora 
(que lo es realmente) le mostró el programa de enseñanza a los infantes 
de entre tres y cuatro años de edad, digno émulo del Manifiesto 
Surrealista, en el que –efectivamente–, consta que el adoctrinamiento es 
un objetivo de las educadoras para inculcar "valores patrióticos" en 
chiquillos que solo ayer abrieron sus ojos inocentes al mundo; 
personitas que abandonan cualquier fila en pos de un juguete, un 
caramelo o un helado; que no tienen la más remota idea del significado 
de la palabra patria y cuya mayor ambición personal es jugar y retozar. 
  Pero Zamira no cedió un ápice: "Mira, seño, procura que los 
inspectores le pregunten a otro niño y no al mío, porque yo pretendo que 
él sea eso: un niño, y no un ratón del laboratorio político".
Esto fue en un Jardín de la Infancia de la capital, pero igualmente 
ocurre a todo lo largo de la Isla. Basta visitar cualquiera de esos 
centros para percatarse de la presencia de murales llenos de imágenes de 
los líderes de la revolución, de numerosos difuntos célebres, del yate 
Granma y hasta escenas violentas del asalto al Cuartel Moncada. Una 
imagen recurrente es la de los guerrilleros de la Sierra Maestra con los 
fusiles levantados y rostros fieros, en expresión de alaridos, incitando 
subliminalmente a la violencia como parte de la cultura revolucionaria. 
Un verdadero crimen.
El hecho no constituye ni una excepción ni una novedad. Es ampliamente 
conocido el adoctrinamiento feroz al que se ven sometidos los niños en 
Cuba desde los primeros años de su vida, tal como lo refrendan los 
libros de texto de la primaria, incluyendo aquellos manuales con los 
cuales los alumnos de primer grado, de solo seis años de edad, aprenden 
a leer.
Lamentablemente, casi ninguna madre tiene el coraje de mi amiga Zamira. 
Lo común es que los padres toleren en silencio la violencia de la 
doctrina y la aplicación de los métodos, porque "Total, los niños no 
saben de eso. Ya en la casa nos encargaremos  de que piensen en otras 
cosas". Y es entonces cuando se produce un drástico choque de valores en 
el que los chiquillos reciben el impacto de un doble y controvertido 
discurso: Fidel Castro y los "Cinco Héroes" por la mañana, en el círculo 
o en la escuela; Mickey Mouse, Donald y Spiderman en el video, por las 
tardes, al regresar a casa. No hay que aclarar cuál de los mensajes 
resulta más atractivo (y más apropiado) para los pequeños. De hecho, en 
la vida privada todos los niños quieren ser como Ben 10, como Superman o 
como El Zorro; nunca como el Che. Nadie jamás ha visto a un niño en una 
fiesta de disfraces particular vestido como el mítico guerrillero 
argentino, como Camilo o como Fidel Castro. Tales "héroes" no pertenecen 
al repertorio infantil, sino que solo se usan para cubrir los 
requerimientos de los espacios oficiales.
Pero simultáneamente, sin que los mayores se lo propongan, están 
sembrando en sus hijos desde muy pequeños la hipocresía de la doble 
moral que ha fomentado el sistema, la falsa fe en algo en lo que ellos 
mismos no creen, propiciando un proceso que el amigo Dagoberto Valdés ha 
definido como daño antropológico, cuyos nocivos efectos van a sobrevivir 
por mucho tiempo al régimen que lo generó.
Por mi parte, creo que hasta los sectores contestatarios del país hemos 
ignorado por demasiado tiempo ese detalle relevante de los derechos de 
los niños cubanos. Hemos priorizado nuestros derechos a la libertad, a 
la democracia, a la participación plena en nuestros propios destinos 
individuales y colectivos; pero hemos descuidado al sector más 
vulnerable de la sociedad: los niños. Damos por hecho que ofreciendo a 
nuestros hijos nuestro amor y garantizándoles su alimentación y su 
bienestar material cumplimos con nuestra parte. Incurrimos así en el 
mismo error que nuestros padres: dejar al Estado la misión sagrada de 
educar moral e íntegramente a nuestros hijos, en lugar de hacerlo 
nosotros mismos, como seamos capaces y como lo elijamos libremente. 
Prolongamos así, en nuestros niños, la saga de la esclavitud del 
pensamiento, de la simulación y de la corrupción del espíritu que hemos 
sufrido nosotros y que tanto condenamos.
Un niño nace con el derecho a que se le eduque, pero es una flagrante 
violación de sus derechos y de los de la familia sembrar una doctrina 
ideológica en sus conciencias. Es una deformación atroz de la naturaleza 
humana y debería denunciarse con la mayor energía, para desterrar 
definitivamente de la conciencia colectiva la violencia, la sumisión y 
la mentira que medio siglo de dictadura ha sembrado en los cubanos.
 
 
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