Asignatura pendiente
Jueves, Mayo 31, 2012 | Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -Los  procesos de transición 
hacia la democracia, en los regímenes autoritarios  y totalitarios, 
deberían estudiarse como una asignatura más entre la ciencia de la 
Politología, emanada del caudal de experiencias aportadas por la 
historia más reciente, sobre todo en los países de Europa.
La caída del comunismo en el continente Euro-asiático fue sin dudas uno 
de los principales acontecimientos de la historia universal, que acabó 
con un sistema ideológico causante de  más de cien millones de víctimas.
Se citan como principales motores del derrumbe: el inmovilismo de las 
sociedades socialistas, las frustradas expectativas de sus ciudadanos, 
el nacionalismo, la disidencia de líderes como Lech Walesa y Vlacav 
Havel, las políticas militaristas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, 
el advenimiento de un papa polaco, y, sobre todo, las acciones de Mijaíl 
Gorbachov, un líder que gozando de todos los poderes totalitarios, 
instauró programas de libertad de prensa y de opinión (glasnots), 
descentralizó y reestructuró la estancada economía soviética 
(perestroika), creó elecciones competitivas para nuevos parlamentos y 
líderes (demokratizatsiya), instituyó el estado de derecho (zakonnost), 
y  dispuso una nueva política exterior que terminó con la Guerra Fría.
Las formas en que llegó el comunismo a estos países de Europa, 
influyeron de manera crucial en cómo pudieron deshacerse de  él. 
Estonia, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Georgia, Lituania, 
consideraban el comunismo como una invasión extranjera, con pobreza, 
deportaciones y violencia. Por eso tuvieron una fuerte actividad 
disidente durante la era comunista. En otros países existía cierta 
legitimación, como Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Serbia, por la pobreza 
que sufrían, el analfabetismo, la  falta de democracias previas y la 
falta de conciencia de nación.
Las formas de lograr la transición en los países de  Europa se puede 
dividir en  varios grupos. En el primero, disidentes y nacionalistas 
pudieron derrocar a un recalcitrante Partido Comunista y formar un 
gobierno compuesto fundamentalmente por  la oposición. Aquí están la 
Checoslovaquia de Vlacav Havel (donde grandes manifestaciones 
estudiantiles fueron seguidas por un paro general); la Georgia de Sviad 
  Gamsajurdia, el Kyrgyzstán de Askar Akaev, y la Yugoslavia de Vojislav 
Kostunica.
En un segundo grupo, los partidos comunistas eran más flexibles y 
estaban  dispuestos a negociar una transición, como en Polonia y 
Lituania. En un tercer grupo, los líderes comunistas llevaron el cambio 
de régimen por iniciativa propia y sin grandes presiones. Se denominó 
"la revolución desde arriba", la cual dio pauta a una oposición 
moderada, que negoció con los moderados del gobierno. El ejemplo más 
elocuente fue la Unión Soviética.
En un cuarto grupo, ex funcionarios comunistas, que habían sido 
expulsados  de la cúpula del Partido, utilizaron el movimiento 
democrático para tomar el poder, y  acuñaron a estos procesos  tintes de 
oportunismo y venganza. La Rusia de Boris Yeltsin, expulsado, en 1987, 
por  Gorbachov); la  Croacia de Franjo Tudman, expulsado, en 1971, por 
Tito; y la Rumania de Ion Iliescu, expulsado en los años 80, por Ceausescu).
Un quinto grupo, caracterizado  por funcionarios de segundo nivel de la 
nomenclatura del régimen, que aprovecharon el momento para tomar la 
bandera  reformadora, democrática o nacionalista, y lanzar un ataque al 
gobierno que antes aplaudían y servían. Son los casos de  Gyula Horn, en 
Hungría, y Slodoban Milosevic, en Serbia.
El sexto grupo de países incluye los casos donde los Partidos se vieron 
obligados, por grandes presiones sociales, a fingir un rompimiento con 
el comunismo para sobrevivir. Así fue en la Ucrania de Leonid Kravchuk, 
la Letonia de Anatolijs  Gorburnovs, y la Albania de Ramiz Alia.
A un séptimo  grupo la transición llegó solo en apariencia, cuando los 
líderes comunistas, inesperadamente, se convirtieron en jefes de estados 
de naciones independientes, pero conservaron las estructuras represivas 
y la economía planificada, como en la Uzbekistán de Islam Karimov, la 
Belarús de  Vyacheslau Kebich, el Turkesmistán de Sapumurad Niyazov, y 
el Kazajstán de Nursultan Nazarbaev.  Y en el octavo grupo aparecieron 
Armenia, Azerbaiyán y Nagorno-Karabaj,  donde los dirigentes solaparon 
conflictos inter-étnicos con fines políticos.
Diseñada  a imagen y semejanza, y en estructura y forma de gobierno, a 
estos países del antiguo campo socialista, Cuba  no encuentra todavía 
los caminos de la transición.
Su modelo económico y político se mantienen inamovibles, las libertades 
fundamentales continúan engavetadas a la espera de movimientos sociales 
impulsores de los cambios. El estado, el gobierno, el partido, las 
estructuras judiciales, legislativas, militares y represivas, siguen 
siendo Uno.
El trabajo de  la oposición interna y el impulso añadido por la diáspora 
no han resultado efectivos para crear las condiciones objetivas y 
subjetivas necesarias en la Isla.
Las estrategias revolucionarias, enarboladas como reformas o aperturas, 
  rectificación de errores y tendencias negativas,  o actualización del 
modelo socialista, han sepultado las aspiraciones en los momentos de 
adecuadas coyunturas. La transición hacia la democracia continúa siendo, 
para la mayor de las Antillas, una asignatura pendiente.
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