José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Como la reina de Ítaca,
nuestros caciques tejen por el día y destejen por la noche sus redes de
lucha contra la iniciativa individual en el comercio y los servicios.
Durante los últimos meses ha sido feroz el desmantelamiento de
timbiriches y tarimas en La Habana.
Es algo que se aprecia de manera muy particular en zonas donde
(aprovechando su ubicación, colindante con hospitales, agromercados y
otros sitios de gran concurrencia pública) funcionaban grupos de
pequeños comercios particulares, otorgando una cierta dinámica y
animación a esos lugares, que hoy se ven más desamparados que el rabo
cuando se lo cortan el perro.
Algunos de estos mínimos complejos comerciales -como es el caso de los
que estaban situados en la calle Tulipán, muy cerca de los agromercados
de Nuevo Vedado- fueron desmantelados mediante la promesa de que serían
reabiertos en otras áreas. Pero todo indica que no habrá reapertura.
Dados a apuntar hacia el cuerpo y dispararle a la sombra, los caciques,
junto a su hato de burócratas perfeccionadores del socialismo, parecen
creer, o quieren hacer creer que creen, que una de las principales
causas de la corrupción y de la bartola económica que hunde al país,
está en la iniciativa individual y, claro, en el negocio por cuenta
propia. Así que es obvio su interés por aniquilar los pocos que hoy
quedan, bajo el pretexto de una supuesta lucha contra el robo y otras
ilegalidades.
No hay manera de que los caciques y sus burócratas comprendan que
pierden el tiempo. No solamente al emprenderla contra un objetivo
equivocado, sino porque, en sentido general, esa lucha resulta inviable
para ellos, siempre lo ha sido, toda vez que la ilegalidad es la arcilla
con que está moldeado su sistema de poder.
Ocurre entonces que al desmantelar esos pequeños negocios, lo único que
consiguen es aumentar las ilegalidades, pues todos los particulares que
antes vendían sus productos y servicios a la luz del día, han pasado a
venderlos en el mercado negro, debido a tres razones capitales: 1) de
algo tienen que vivir y el Estado no les garantiza un empleo humanamente
remunerado; 2) luego de su suspensión, la demanda de sus productos y
servicios aumenta, puesto que el Estado no es capaz de suplirlos con su
precaria oferta; 3) con la eliminación de timbiriches y tarimas no
cesan, no tienen por qué cesar, el robo y las ilegalidades, los cuales
fluyen desde arriba hacia abajo y por las más disímiles e incontrolables
vías. Así que mientras haya crisis y el estado no sea capaz de darle una
adecuada respuesta a la crisis, habrá ilegalidades.
Tal vez ellos lo sepan mejor que nosotros, pero ¿qué más les queda a
mano para seguir estirando su tiempo, sino dedicarse a destejer por las
noches lo que tejen de día?
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