Raúl Rivero
La sombra que recorre América Latina no es ningún fantasma. Es un
individuo de carne y hueso que usa relojes de marca y viaja, con una
billetera ajena, en un avión estatal atiborrado de escoltas y guatacas.
Se llama Hugo Chávez. Tiene corazonadas sobre los procesos electorales
de todo el continente, y tiene recados para los palacios de gobierno,
maletines con dólares y una tubería de petróleo enfilada hacia los
cuatro puntos cardinales.
El presidente de Venezuela está siempre en campaña, como obliga su
formación de hombre de cuartel. Hoy firma convenios con Rafael Correa,
Daniel Ortega o el matrimonio Kirchner. Mañana le lleva unas ofrendas a
su babalawo a La Habana y pasado va a La Paz a dejarle unas
instrucciones a Evo Morales. Pero en estos días está inmerso en otra
categoría de campaña: la electoral. Y trabaja día y noche en los
comicios de Brasil y en los de Colombia.
Como las fórmulas sutiles no aparecen en los manuales de guerra, el
señor del palacio de Miraflores entra sin anestesia en los asuntos. «Los
brasileños sabrán a quien van a elegir», dijo esta semana en Caracas,
«pero uno tiene su corazoncito... ¿A quién no le va a gustar de nosotros
que Dilma (Rousseff) sea la próxima presidenta, otra presidenta más y
además muy amiga nuestra...? Hay mucha empatía entre nosotros, hay una
bonita amistad, tal cual como Lula, aunque son distintas emociones...»
Para disparar hacia los colombianos usó otro calibre. Juró que si el
candidato del Partido de la U (oficialista), Juan Manuel Santos, ganaba
la presidencia no lo recibiría nunca como mandatario. Agregó que Santos
es un peligro para la paz de la región.
El ex alcalde de Bogotá y candidato a la presidencia por el Partido
Verde, Antanas Mockus, recibió complacido el ataque de Chávez a su
contendiente y se dejó querer. Explicó que admira y respeta al
venezolano porque es la persona escogida por el pueblo y eso quiere
decir «que algo tiene esa persona que puede ser valorado».
Mockus, que encabeza las encuestas en su país, matizó más tarde sus
declaraciones y rebajó el rango de admiración por Chávez, pero ya el
trabajo a favor de sus aspiraciones estaba hecho. El vecino fue a
hacerle la labor de descalificación a Santos, ministro de Defensa de
Colombia entre el 2006 y el 2009. No hay nada de fantasmal en esa
intromisión directa de Chávez en las elecciones de Brasil y Colombia.
Una presencia torpe y avasalladora. Silencio y mirada al piso de quienes
tienen más interés en los maletines y en la tubería que en la democracia.
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