Nacionalismo revolucionario, Espacio Laical, Intelectuales
¿Nacionalismo revolucionario?
El drama de los acompañantes críticos del sistema es que creen que
pueden ceder en cosas menores y así salvar la vida
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 05/05/2014 1:41 pm
En los últimos meses se ha estado produciendo un interesante intercambio
entre intelectuales cubanos, residentes en la Isla y en la emigración.
Del lado insular han participado Roberto Veiga y Lenier González,
mientras que del otro lado he compartido espacio con otros dos amigos:
Armando Chaguaceda y Rafael Rojas. Finalmente Veiga y Lenier (VyL) han
publicado una interesante contrarréplica titulada Nacionalismo y
lealtad: un desafío civilizatorio sobre la cual quiero concentrar mi
atención en este artículo.
La principal motivación del artículo de VyL es explicar que el
denominado Nacionalismo Revolucionario (NR) constituye la columna
vertebral de la construcción histórica nacional y de la posible
articulación de un bloque de actores sociopolíticos que, apoyados en la
"metodología del pacto… pueden conducir al país hacia un presente y un
futuro de estabilidad y progreso". Y en consecuencia, definen NR como
"un conjunto de valores, construcciones intelectuales y hasta cierta
mística" compartido por las mayorías nacionales y que remiten a nueve
propuestas o principios que van desde el acceso universal a la salud
hasta la vocación a la universalidad.
Sin lugar a dudas este esfuerzo digamos que programático de Espacio
Laical es parte de un trabajo sistemático para aglutinar y consolidar un
campo político con ribetes transnacionales que he denominado de
Acompañamiento Crítico (AC) sistémico. Su rasgo principal reside en su
creencia de que es posible reformar gradualmente al sistema a partir de
una "transición ordenada". El abordaje e intento de definición del
significante Nacionalismo Revolucionario es parte de esa intención. Y
creo que imprescindible si quieren constituirse en partes de un bloque
con pretensiones de "dirección ético-política". El pasado evento
celebrado en La Habana —así como su alter ego en Miami— y otros
esfuerzos de sistematización que se desarrollan al interior de este
espacio de AC, son también partes de este proceso.
Temo, sin embargo, que, sea por convicción o por conveniencia en un
sistema que deja pocas opciones de autonomía, lo están haciendo con
algunas "armas melladas" del autoritarismo, y de hecho se convierten en
parte de un problema, cuando debieran ser parte de la solución.
Para ser claros, VyL no creen que el campo político en torno al NR sea
el único espacio justificado en la Isla. Creen que NR es parte del juego
en el que participan legítimamente otras fuerzas con otras propuestas y
en esto, que es muy importante, se diferencian de los posicionamientos
oficiales y oficiosos sobre el tema. Pero, paradójicamente al mismo
tiempo, no dudan en afirmar que "este quehacer plural, para que sea
posible, debe mantener como finalidad el consenso en torno a esas metas
compartidas por generaciones de cubanos." Y para rematar, afirman que
todos aquellos que no militen en el NR, deben merodear el espacio
público "con la humildad requerida, pues no son quienes han prefigurado
la nación ni constituyen una mayoría significativa".
En realidad este tipo de aseveración no es novedosa en la historia
postrevolucionaria reciente. Ha sido práctica común en el discurso de
los grupos críticos sistémicos (incluso de los funcionariado letrado con
algunas inclinaciones liberales) relativizar el monopolio del poder y
dejar entrar a "otros" siempre que se comporten siguiendo reglas
prefijadas que terminan disolviendo sus identidades. Fue, por ejemplo,
lo que le explicó Abel Prieto a los aquiescentes emigrados reunidos en
La Habana en 1994, cuando les proponía que, para ser aceptados como
cubanos auténticos, renunciaran tanto a sus agendas como a opinar sobre
lo que sucede en Cuba. La desnaturalización es el precio del
salvoconducto político. Huelga anotar que esto no es pluralismo, sino, a
lo sumo, tolerancia condicionada. O visto al revés, intolerancia edulcorada.
El nacionalismo revolucionario designa a toda una corriente de la
historia de Cuba que se ha caracterizado por su radicalismo
nacionalista, su apego a la ruptura revolucionaria y cierta sensibilidad
social. Sus aportes son innegables, pero creo que la aseveración
narcisista antes comentada es muy poco feliz. Uno de los problemas de
los últimos cincuenta años ha sido la mezcla de moral positiva y
política positiva, y la idea de que construimos un orden basado en la
virtud. No hay una virtud, sino muchas. Es posible que la mía comparta
lugares con la de Espacio Laical, pero nada me autoriza a creer que toda
una sociedad (transnacional) debe amoldarse a ella. Y de paso exigir a
los descontentos la humildad de la que carecemos cuando postulamos
nuestra idea como la síntesis de la historia nacional.
Aprecio los aportes del nacionalismo revolucionario a la historia
nacional, pero decir que solo desde él se ha prefigurado la nación es
una apetencia teleológica que no resiste la prueba del escrutinio
histórico. Un liberal, por ejemplo, puede argumentar que fue su
tradición la que guió el activo proceso de acumulación y producción de
riquezas, de expansión tecnológica, de producción cultural y de
desarrollo urbano. Y llamaría a su inventario a figuras históricas que
no pueden dejarse de mencionar cuando se habla de historia de Cuba. VyL
—y todos sus aliados ideológicos— pueden afirmar que no les gusta Arango
y Parreño, Saco, Enrique José Varona y Jorge Mañach, pero sería difícil
decir que no existieron.
Como también es difícil afirmar que la mayoría de la población cubana
está apegada al NR (¿como lo saben?); y mucho menos aún creer que si así
fuese, es imposible que todos los partisanos de otras tendencias
políticas no podrían llegar a ser mayoría si los actores que impulsan
estos otros posicionamientos ideológicos contaran con un acceso a los
espacios públicos que hoy no tienen. Disminuir a la oposición,
desecharla como residuo histórico y a su discurso como intrascendente ha
sido un recurso común de los críticos sistémicos, sin entender que no
pueden aspirar a la autonomía necesaria para constituirse en campo
político/cultural si el derecho a la autonomía no existe para todos y
todas. Hoy solo disfrutan de una precaria concesión.
Al hacer esta discusión siempre temo ser injusto con Roberto Veiga y con
Lenier González, pues no estoy seguro sobre que hacen o dicen por
convicción política, o sobre a que están obligados si quieren conservar
el espacio público en un sistema donde la autonomía es un ave rara y la
represión un expediente cotidiano. Y digo esto, porque al final de su
artículo VyL entran en otras consideraciones acerca de los valores
tácticos de su propuesta. Y asumen que efectivamente hay partes de su
discurso desfasadas de los tiempos sencillamente porque tienen que
adecuarse a una forma específica de pensar del grupo de personas a quien
está dirigido su mensaje y que resultan vitales para su proyecto
político "dado su grado de implicación en las estructuras de la
política, del poder y de la creación de la opinión pública". Y con
notable honestidad aceptan que sus puntos de vista tienen con frecuencia
un enfoque binario —"que hace aguas"— y no asume la fluidez de la
sociedad cubana actual. En política esto se llama pragmatismo, un
recurso al que se apela cuando la realidad no se compadece de las metas.
Sin embargo, me temo que aún cuando VyL insisten en que "cualquier
solución real y beneficiosa a la crisis cubana pasa por salir de las
trincheras", en la práctica lo que hacen con el NR es cavar la propia.
Este es el drama de los acompañantes críticos del sistema: creen que
pueden ceder en cosas menores, enmascarar pecados políticos, mostrar la
rigurosidad doctrinaria como salvoconducto, y así salvar la vida. Pero
en realidad solo se ganan el derecho a una sobrevivencia precaria y a un
pataleo final que, no importa cuan digno pueda ser, se lo traga el
tiempo. Y puedo opinar sobre esto sencillamente porque fui parte del
proyecto de acompañamiento crítico de mayor calado intelectual que ha
habido en Cuba: el Centro de Estudios Sobre América.
No me atrevo a sugerir que hacer, pues si bien hay muchos caminos por
explorar, también hay muchas maneras de morir en el intento. Y yo no
vivo en Cuba. Pero creo que Espacio Laical existe porque la élite
política cubana ya no puede hacer las cosas como las hacían antes, no
porque se haya despertado en ella una inopinada vocación democrática. Si
Espacio Laical y sus aliados quieren efectivamente validar la
"metodología del pacto" tienen que obligar a la clase política a pactar.
Pero eso requiere dejar la trinchera y mover las piezas hacia adelante,
demandar efectivamente al poder establecido, incluir a otros grupos y
personas, intelectuales y activistas, insulares y emigrados, incluidos
sectores de la oposición que poseen una valía intelectual reconocida.
Pero para esto no sirve la trinchera del Nacionalismo Revolucionario,
imaginado como aquí hacen VyL. Pues el NR es excluyente no porque se
haya ligado al marxismo leninismo, sino porque toda doctrina lo es, más
aun cuando se imagina a si mismo como vórtice de una historia que
realmente es compartida.
Source: ¿Nacionalismo revolucionario? - Artículos - Opinión - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/nacionalismo-revolucionario-317845
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