5 de mayo de 2014

El sistemático rechazo a lo evidente

El sistemático rechazo a lo evidente
[05-05-2014 12:12:29]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- El debate político siempre es apasionado.
Cada uno defiende las ideas en las que cree e intenta construir
argumentos que puedan contribuir a mantener la supremacía de una visión
por sobre otra.
No está mal que cada persona decida creer en lo que considera óptimo y
utilice justificaciones diferentes, aspectos distintos, ángulos
originales para de algún modo sostener los pilares de sus convicciones.

Lo que no resulta razonable es refutar la realidad con falacias,
recurriendo a los ataques personales o cualquier otro recurso dialéctico
que posibilite eludir las cuestiones de fondo.

Los países que progresan, los que avanzan, los que se han desarrollado,
inclusive pese a las adversidades circunstanciales, los que han generado
un crecimiento de los ingresos de sus ciudadanos, esos que también
mejoraron su calidad de vida con mas educación y salud, tienen en
realidad una nómina de políticas que las caracterizan. Existe una
matriz común entre las naciones que logran eficientes resultados. Eso no
forma parte del folklore de la acalorada discusión de amigos, o del
intercambio de ideas entre intelectuales o de los sobreactuados
discursos que recitan los políticos.

El mundo es como es y no como sería deseable. Sus reglas de
funcionamiento están a la vista. Se puede decidir comprenderlas o
ignorarlas. Eso no implica que haya que resignarse o bajar las banderas
de modo definitivo. Si se pretende cambiar la realidad, habrá que
trabajar duro para ello, pero lo que no parece sensato es negar lo
indiscutible, eso que surge sin filtros, lo que no tiene forma de
refutarse con seriedad porque los hechos lo ponen delante de los ojos de
quien quiera verlo.

El lote de sociedades exitosas, esas que han progresado con
sustentabilidad, ya no como producto de la suerte, la casualidad o un
escenario formidable que lo impulsa en una coyuntura económica
determinada, tienen un denominador común y son sus políticas
permanentes, sus férreas convicciones, lo que no es parte del debate
cotidiano.

Esas naciones brindan seguridad jurídica a los capitales, son economías
abiertas que no proponen normas hostiles a los inversores que quieren
ingresar al país para aprovechar las potenciales que ofrece, ni tampoco
plantean excesivas barreras al intercambio comercial con otros países.
Se trata de comerciar, hacerlo con todos, por eso tienen tratados de
libre comercio con el que quiera firmarlos. Han hecho un culto de la
integración y se han esforzado en esa dirección. Saben que para exportar
hay que importar, comprenden la dinámica del comercio internacional y
entonces apuestan a incrementar los niveles de transacciones sin temer a
los circunstanciales desbalances que tanto asustan a ciertos dirigentes
políticos.

En esos lugares se respeta a rajatabla el derecho a la propiedad
privada, se confía en la potencia creadora de la iniciativa de los
individuos. Ellos ya aprendieron que el Estado no produce riqueza y los
privados lo hacen de modo constante, y es por eso que insisten en
incentivar a ese sector de la sociedad que puede efectivamente cambiar
el curso de los acontecimientos.

Allí no existen impuestos confiscatorios ni abruptas modificaciones en
materia tributaria. Un Estado obeso, costoso y poco ágil no puede
garantizar resultados y ser el aliado necesario para crecer. Es por ello
que no privilegian el gasto estatal como dinamizador de la economía.

Las regulaciones son escasas en estas sociedades porque intentan
estimular a los que quieren invertir. Ya entendieron que las
restricciones, que las normas burocráticas solo entorpecen el flujo
creativo, entorpeciendo el vital proceso de generación de riquezas.

Son amigables con los que traen dinero, con los que apuestan por el
país. No están a la defensiva, ni suponen que los que vienen son
enemigos, sino que los consideran aliados para el crecimiento y el
combate contra la pobreza. Creen en la cooperación como modo útil para
el desarrollo. Son naciones con una autoestima elevada. No se colocan en
la patética posición de las víctimas de la opresión, ni como el blanco
de una confabulación internacional. Al mismo tiempo, saben que mientras
otras sociedades debaten trivialidades y ven fantasmas por doquier,
ellos ya han demostrado como se hace para progresar.

En estos países las instituciones son fuertes y estables. Sus sistemas
políticos pueden ser diversos, pero no concentran las decisiones en
pocas manos y se garantizan las libertades individuales elementales,
sobre todo las que tienen que ver con la libre expresión y el control
ciudadano sobre el poder. La corrupción es parte del paisaje pero está
acotada a casos aislados, sin la dimensión y el desparpajo que se conoce
en otras latitudes.

En definitiva se trata de naciones con reglas de juego razonables, que
invitan a participar, que generan mayores certezas en un planeta
naturalmente plagado de incertidumbre. No han descubierto la pólvora,
solo han comprendido como funciona la economía y como deben hacer para
sacar provecho de las oportunidades. Lo que ofrecen es un escenario
bastante predecible y no más que eso.

No es que esas naciones no tengan problemas. El mundo perfecto no
existe, porque los seres humanos son una especie esencialmente
imperfecta. No se trata de encontrar el paraíso en la tierra, sino de
reconocer con humildad e inteligencia de que existen sociedades que
están mejor que otras, que tienen problemas pero se trata de asuntos que
ya no tienen que ver con lo vital sino con cuestiones de otro nivel de
complejidad.

Del otro lado del mostrador, están los dictadores, los regímenes
represivos que anulan la creatividad humana, que desprecian a las
personas priorizando los derechos colectivos por sobre los individuales.
Esos sistemas ya demostraron lo que pueden lograr, solo sociedades
oprimidas, sin libertades y unos patéticos resultados económicos siempre
justificados sobre la leyenda de la conspiración internacional, sin
reconocer que fracasaron porque sus ideas no encajan en una sociedad
civilizada.

Se puede ser principista a la hora del debate, es posible entender que
se tengan creencias y raíces ideológicas muy arraigadas, lo que es
difícil de comprender es la actitud de los que tienen esta sospechosa
tendencia al sistemático rechazo a lo evidente.

Source: El sistemático rechazo a lo evidente - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5367640d3a682e0730177bc1#.U2d0XvmSwx4

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