¿Por qué no se atreve Raúl Castro a propiciar una apertura económica de 
verdad?
Carroll Ríos de Rodríguez crios@sigloxxi.com 	
Si la señora Zhang Huamel fuera cubana, pasaría penas para alimentar a 
su familia y sería tratada como una especie de escoria social debido a 
su condición de "cuentapropista". Irónicamente, nació en otro país 
políticamente represivo, la República Popular de China, donde hoy es 
considerada una heroína por ser la primera empresaria legal.
Si Zhang Huamel viviera en Cuba en estos momentos, su modesta tienda de 
botones, con ocho empleados, jamás hubiera llegado a ser lo que es.
Las autoridades cubanas, desesperadas ante la crisis, esbozaron una 
contradictoria política de supuesta apertura, cuyo efecto es poco 
promisorio. Por un lado se autoriza a los isleños a trabajar por cuenta 
propia en 178 actividades distintas. Por el otro, se anuncia un paquete 
especial de impuestos para ellos, no sólo sobre sus ventas o servicios 
públicos, sino además, ¡una tasa cada vez más alta por cada empleado 
contratado! ¿Qué "nuevo escenario económico" (Granma) piensan lograr con 
este churro? Raúl Castro alberga la ilusión de recolectar US$1 mil 
millones con estos impuestos en el 2011; pero el mero anuncio del 
paquete tributario desmotiva a potenciales cuentapropistas, pues eleva 
sus costos de operación, quizás a niveles prohibitivos, quizás 
condenándolos a una peligrosa informalidad. El claro mensaje es que los 
cuentapropistas podrán ganar los suficientes centavos para aportar al 
fisco, no más. Se desprecia la iniciativa propia, la creatividad, la 
productividad. Tener un negocio y crear plazas de trabajo digno son 
anatemas a la doctrina revolucionaria castrista.
Huamel experimentó ese rechazo, antes de aprobada la Política de Reforma 
y Apertura de 1978. Ella envidiaba a sus amigas que laboraban para el 
Gobierno; era negociante informal por la pobreza apremiante de su 
familia. Se deprimía; sus ex compañeros le volteaban la cara en la 
calle, pues se la tachaba de especuladora y rentista. Muchas veces 
quebró y recomenzó, y ahora, tanto ella como sus empleados ganan mucho 
más que un empleado estatal. Hoy día, la feliz empresaria se preocupa 
por la competencia y la calidad, mientras planifica lanzar su propia 
marca de accesorios para vestuario.
Ha sido homenajeada por su gobierno, porque su arduo trabajo de más de 
12 horas diarias trajo prosperidad a la región de Wenzhou. Ella afirma 
ser igual que cualquier vendedor promedio, pero no es poca cosa ser la 
primera mujer de negocios legal en la reformada China. En 1979, recibió 
de la oficina de Industria y Comercio la hoy famosa licencia de negocios 
10101, hecha a caligrafía y en tinta, porque la oficina carecía de 
máquinas de escribir y computadoras. Al año siguiente, la ciudad había 
emitido 1,844 licencias. En 1981, en el país había más de un millón de 
empresarios registrados, y en 1987, la cifra de auto-empleados superaba 
los 10 millones.
¿Cuándo verán los cubanos un trato similar? ¿Por qué no se atreve Raúl 
Castro a propiciar una apertura económica de verdad? ¿Se dará cuenta de 
que no hacerlo perjudica precisamente a quienes supuestamente tendría 
que servir?
 
 
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