Adolfo Pablo Borrazá (PD)
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - En la imprenta del
Instituto Cubano del Libro, ubicada en la avenida Carlos III, municipio
Centro Habana, los trabajadores, sin mucho miramiento, denuncian a sus
compañeros por cualquier cosa, con tal de mantener sus empleos, luego
del anuncio de Raúl Castro de que medio millón de cubanos serán cesanteados.
Los que una vez se decían "compañeros", ahora son enemigos jurados. La
situación se torna difícil y no hay lugar para fidelidad entre amigos.
Cualquiera puede quedarse en la calle; da igual si se trata de un buen
trabajador, bastará con que alguien delate alguna crítica hecha al
gobierno o algún comentario imprudente.
El ambiente recuerda lo ocurrido hace años, cuando el gobierno repartió,
a través de los centros de trabajo, los televisores Panda y la
asignación de nuevas líneas telefónicas; los trapos sucios salieron a
relucir; todos querían torpedear al compañero para lograr el derecho a
comprar un televisor. No importan las horas extras y los domingos
voluntarios acumulados; probablemente el que se quede con la plaza será
el que tenga más dinero para "tocar" al gerente.
Esta atmósfera de incertidumbre, corrupción y chivatería es la que se
vive hoy en nuestros centros de trabajo. Los trabajadores no parecen
creerle a Raúl Castro, cuando asegura que "nadie quedará desamparado".
El miedo aumenta al leer en el Granma que la Central de Trabajadores de
Cuba dice la fuerza laboral excedente se necesita en la agricultura, la
construcción y la policía.
Es llamativa la celeridad con que se está desarrollando el proceso de
cesantear a medio millón de personas, en un país donde liberar a medio
centenar de presos demora cuatro meses. Definitivamente, nuestros
gobernantes quieren "perfeccionar el socialismo" a ritmo acelerado, pero
dudo que lo logren. Después de todo, ya lo dijo el Comandante en Jefe
recientemente: "El modelo no funciona ni para nosotros mismos".
El pueblo tendrá que arreglárselas como pueda.
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