Historia de una madre triste
noviembre 19, 2012
Rosa Martinez
HAVANA TIMES — Es madrugada de lunes, el teléfono de la vecina se
escucha como si estuviera dentro de la casa, indica las 5:00. "Otra vez
a la lucha", se dice Martha, saliendo desanimada de la cama.
Los gallos cantan a todo el vecindario; el perrito de Armando anuncia la
llegada de un desconocido; Anita, la recién nacida de al lado comienza a
pedir leche; su madre, como siempre, espera que la chiquilla de varios
gritos para después alimentarla.
Martha no sabe donde sacará las fuerzas para abandonar el calor de sus
sábanas, que todavía en esta época del año solo es disfrutable a estas
horas.
Su cuerpo le pide seguir durmiendo, al menos, una hora más, pero no
puede, debe tener todo listo todo para cuando despierten sus pequeños.
Bosteza, se estira, mira por la ventana y decide colar un cafecito, este
debe darle los ánimos que hoy no tiene.
Debe hervir la leche, tostar el pan, calentar el agua para bañar a los
más pequeños, preparar a todos para la escuela, y de ahí para el
trabajo, no puede perder tiempo, de lo contrario llegará tarde
nuevamente, y hoy no está para aguantarle peroratas a nadie.
Se le cierran los ojos, se baña con agua fría para animarse, mas no lo
consigue. Cansada del trabajo del fin de semana, arrastra los pies hacia
la cocina, enciende el fogón de luz brillante, el eléctrico se rompió
otra vez.
Los domingos siempre se acuesta temprano y obliga a los chiquillos a
hacerlo también, pero anoche no pudo; pusieron el agua a las 11 de la
noche y entre una cosa y otra acabó de llenar los envases a las 3.00 de
la madrugada.
Cuando pudo caer en la cama finalmente, el sueño no llegó. A esa hora
recordó que no había podido comprar los zapatos de Luisito, el mayor de
sus niños. Hace solo dos días caminó todas las tiendas recaudadoras de
divisa de la ciudad y no encontró nada apropiado, ni para su niño ni
para la cantidad de dinero que tenía en mano.
Recordó también que ya no había aceite en la casa y faltaba mucho para
que vendieran el de la bodega. También pensó en Carlos, su esposo, que
llegó borracho otra vez, y sin la mitad del salario.
A las 6:30 despierta los niños como de costumbre. Intenta sonreír cuando
le da los buenos días, pero solo logra una mueca.
No hay nada que disfrute más que despertar sus diablillos. Cuando abren
los ojos la obligan a recostarse unos minuticos con ellos. La abrasan,
la besan, la aprietan, le piden seguir acostados un ratico más. Por muy
triste que esté le roban la más pura de sus sonrisas, hoy no lo
lograron, y Marta siente rabia por eso.
"Buenos días mis ángeles, ¿cómo amanecieron hoy?"
Los niños la saludan y se le tiran encima. La más pequeña hoy no quiere
cepillarse, peinarse, ni ir a la escuela; escogió el peor de los días
para eso, pero ella ni lo sabe, ni lo entiende.
Después del corre corre habitual logra que todos estén limpios,
desayunados y organizados. Toman sus respectivas mochilas y bolsos y se
dirigen a la escuelita que está a solo dos cuadras de la casa.
Quizás ellos no se percataron. Quizás no vieron el cansancio de su
madre, ni las frustraciones de su rostro. Quizás no extrañaron sus mimos
y besos.
Pero Martha está molesta y no sabe cómo arreglarlo, está molesta porque
hoy Martica, Carlitos y Leo se fueron sin ver su sonrisa, por más que
lo intentó no logro conseguirla.
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