Paliza habitual
Hay un nexo entre la muerte de Soto García y la cultura violenta de la
policía cubana en su expresión singular: ésta se ejerce contra personas
pacíficas
Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 26/05/2011
"Las palizas de la policía no son usuales en Cuba". Así se decía, más o
menos, en algunos de los reportes periodísticos que leí a raíz de la
muerte de Wilfredo Soto García, el disidente villaclareño que fue
golpeado por la policía un día que no debió aparecer en el calendario.
Este cometario me resultó francamente asombroso. En el entendido que,
efectivamente, Soto García no haya sido tonfeado, la idea transmitida
por estos reportes de prensa era que el comportamiento de los órganos de
represión cubanos es de los más pacíficos y decentes del mundo.
Mi asombro y extrañeza no lo eran tanto por el tema de la información o
desinformación sobre Cuba, en casos y hechos concretos que pueden ser
inventados, exagerados o minimizados en su propia cualidad. Por eso
decidí no escribir este artículo hasta que no pasaran algunos días. Si
se demostraba lo indemostrable, que Soto García no fue golpeado,
entonces el comentario de algunos corresponsales extranjeros adquiría
valor de mantra social. También, si se corroboraba la paliza propinada:
lo inusual del comportamiento de la policía, según aquellos comentarios,
otorgaban valor de excepción a la paliza misma, y confirmaban la
afirmación de la prensa.
La perplejidad que me provocó el comentario proviene de una razón
distinta: la disonancia, muy común en los medios de prensa, entre hecho
concreto, información posible y sustrato cultural.
Si decimos, por ejemplo, que Mr. Wiston estaba bebiendo whiskey en
Traflagar Square a las 5 de la tarde del día 12 de mayo de 2011, estamos
frente a un hecho concreto como información posible sobre el sustrato
cultural británico.
Desde luego que también es posible, tras el contraste de las fuentes,
que el hecho resulte enteramente falso. Nadie dudaría, no obstante, que
nos encontramos frente a una información posible en la tradición
inglesa. Pocos pondrían en entredicho la consonancia probable entre el
Wiston bebedor, la posibilidad de un hecho etílico y la tradición
habitual en el país de Charles Dickens.
Este tipo de análisis merece ser hecho en el caso de las palizas
habituales de la policía en Cuba. Que aquellas no tengan prensa es una
cosa. Afirmar que no son usuales, es otra. Y entre otras razones, creo
que no tienen prensa porque ya no son noticias. Es bien demostrable en
nuestro país la ubicuidad y habitualidad de las golpizas que la policía
regala a muchos ciudadanos. Es una afirmación que podría hacerse con
toda seguridad antes de conocer el hecho.
Por supuesto. Todas las policías del mundo dan palizas. Innegable. Pero
el recurso moral y psicológico que diluye la violencia policíaca cubana
en la violencia policíaca mundial no alcanza para encubrir el tipo de
violencia específica de los órganos represivos cubanos.
Y esta es mi mayor preocupación. La posibilidad de que, ante la
aproximación crítica, aquel mantra periodístico se convierta en este
otro:las palizas de la policía son usuales en todo el mundo. Lo que
banaliza la muerte por violencia de Wilfredo Soto García en su cualidad
específica, y escamotea la violencia de la cultura cubana.
Me interesa llamar la atención sobre el vínculo de la muerte de Soto
García y la cultura violenta de la policía cubana en su expresión
singular: esta se ejerce contra personas pacíficas. Eso es lo que
distingue un comportamiento que, por otra parte, no resulta exclusivo de
la policía cubana.
¿Por qué este rasgo distintivo? Pues porque la cultura cubana es
violenta. Y ¿por qué la cultura cubana es violenta? Veamos.
Las fuentes de esta violencia cultural son diversas. La tradición
heredada de las guerras por la independencia, que llega hasta hoy día
con la organización militar del Estado y de la nación; la violencia
originaria del proceso político actual, montado sobre la violencia que
reajustaba los intereses y conflictos antes de 1959, cocido todo sobre
la planta del machismo alfa de la cubanía, pueden explicar claramente
nuestra cultura violenta, históricamente hablando.
Sin embargo, me parece que estas fuentes por sí solas no son exhaustivas
para entender lo que me parece singular en la violencia de la policía
cubana: ella se proyecta contra el ejercicio pacífico de la resistencia
ciudadana. Y la fuente directa de esta violencia desproporcionada, cruel
y perversa por naturaleza, es la larga duración de la esclavitud en Cuba.
En el sistema esclavista el vínculo primordial y dinámico es la
obediencia que el esclavo debe al amo. Sin ella, todo el sistema se
habría venido abajo precipitadamente. Como se trata de obligar al
cuerpo, a la mente y al espíritu, todo de conjunto, a que cumpla
mandatos irracionales, la violencia es el instrumento necesario, con
fatalidad filosófica, para lograr que el esclavo singular no interrumpa
la línea de producción o debilite la cadena de servicios obligada a su amo.
El capataz que castiga al cuerpo fatigado, o el rancheador que, perro
mediante, trata de encontrar al esclavo que huye ejercían la violencia
contra no personas humanas que no estaban violentando un orden pacífico
sino escapando de un mundo horrible. Esta violencia contra el que
desfallece o se evade es exactamente la misma que se aplicaba al esclavo
que miraba fijamente a su amo cuando este le requería, o la que empleaba
el capataz contra el que ofrecía resistencia espiritual. Mirar
atravesado, negarse a decir el nombre o no contestar a una pregunta
despertaban esa violencia sádica y soberbia de quienes no admitían que
el inferior se pusiera psicológicamente a la altura de sus perpetradores.
Se forjaron así, durante la esclavitud, lo que el líder cívico Juan A.
Madrazo califica como las herramientas coloniales de represión. Ellas
pasan, con algunos amortiguadores legales, a la república antes y
después de 1959. Y las hereda la policía. Básicamente la herramienta
mental, según la cual es punible cualquier resistencia al poder. Por
tanto, el acto mínimo de negarse a mostrar el carné de identidad, decir
su nombre, dónde uno trabaja, o qué hace rondando por algún lugar
moviliza toda la gestualidad violenta de la policía. La razón es una: un
ciudadano cubano es la parte subordinada del poder, no una persona con
derechos: es, a todos los efectos prácticos, un esclavo de la autoridad.
De ahí que la resistencia despierte a la violencia del mismo modo, o a
veces con más furia, que la violencia misma ejercida contra el poder.
Los ejemplos sobran. Jóvenes, ancianos, mujeres son golpeados y
maltratados por la policía de Oriente a Occidente, independientemente de
que se violenten o no contra los funcionarios del orden. Solo uno
escapa: el dócil. Que entonces no es objeto de violencia sino de lástima
y desprecio: como el esclavo.
La policía cubana trasunta en sus actos diarios las estructuras mentales
represivas de la época colonial con su énfasis en la violencia
asimétrica: la que se emplea como castigo para reducir al espíritu y la
resistencia psicológica. Es interesante observar la molestia de los
infantes de policía en cualquier parte de la Isla cuando se les recuerda
la existencia de la Constitución. Muchos ni siquiera conocen su status
entre las instituciones del Estado.
Los gestos, los símbolos, las palabras y los signos de comunicación
reproducen así esa violencia mental heredada que, en los últimos años,
ha tratado de compendiarse antropológicamente.
En el año 2005 escribí para esta misma publicación un artículo que
titulé Antropología de la represión, en el que expresaba ciertas
preocupaciones compartidas en torno a la orientalización de la policía
nacional. Veía en esto el intento de ofrecer, alimentando de paso
estereotipos peligrosos para la cohesión nacional, esa imagen de
violencia-lista-para-usar a través de la explotación de los mismos
rasgos que caracterizaban la relación capataz-rancheador-esclavo en la
Cuba esclavista, vistiendo con premura a jóvenes traídos de las
provincias orientales para poner orden en La Habana corrupta.
El mejor símbolo de esto puede verse hoy, no sé si en toda Cuba:
policías vestidos de negro acompañados con perro sin bozal. Contra todas
las regulaciones mundiales, y de espalda a las recomendaciones del
sentido común, los perros amaestrados del rancheador —metáfora histórica
de cierto cuerpo policial— andan por toda la ciudad con su bella
dentadura manifiesta, a la vista pública, con mucho orgullo, buena
presencia estética y agresiva determinación; listos para atacar a
aquellos que Madrazo Luna denomina cimarrones urbanos.
Este es el signo más vivo de lo que se llama violencia habitual.
Intimidatoria.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/paliza-habitual-263277
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