2 de agosto de 2015

El Gobierno que necesitamos

El Gobierno que necesitamos
REGINA COYULA, La Habana | Agosto 02, 2015

Ante la renuencia del Gobierno a dialogar con la oposición pacífica,
esta debería animarse a cultivar el diálogo en sí misma. Es un ejercicio
al que no hemos accedido los cubanos, acostumbrados a extremos que van
desde la unanimidad cotidiana en las sesiones del Parlamento a la
gritería descalificadora del acto de repudio.

Cambio –gradual o drástico– es posibilidad de cambio en los roles de
poder y el Gobierno no está interesado. Pero la sociedad necesita de sus
actores: disidentes o coincidentes; no ver que estamos abocados en un
cambio es ceguera. El Gobierno, para empezar, debería respetar su propio
cuerpo legal, el cual transgrede una y otra vez cuando no se aviene a
sus intereses. Ese solo sería el comienzo. Pero como ya sabemos, no
están interesados en lo que seguiría; ahí están todavía frescas para
ellos las experiencias de Europa del Este.

El Gobierno se comporta, si no de derecho o de palabra, sí de hecho,
como si gobernar les viniera por mandato divino, enmarcado siempre en un
antimperialismo que en muchas ocasiones se convierte en
antinorteamericanismo. Ese antimperialismo se ha tropezado con un
sentimiento popular jubiloso, para nada conciliable con la moral de
guerra o de plaza sitiada con que nos han adoctrinado por más de medio
siglo, luego del anuncio del proceso de normalización de las relaciones
entre Cuba y Estados Unidos.

Hablar de sociedad civil en Cuba remite casi obligatoriamente a la
disidencia, puesto que las organizaciones sociales que en otras
circunstancias son ajenas al Estado-Gobierno, en nuestro país están
supeditadas a este. Todo indica que, según las ciencias sociales "que
defendemos", existe solo la sociedad civil reconocida (y en gran parte
mantenida) por el Gobierno, donde las organizaciones independientes,
sobre todo las de pensamiento político independiente, no cuentan.

Ya sea disidencia, acompañamiento crítico, sociedad civil independiente
u oposición leal, estos grupos ponen de relieve una pluralidad política
dentro de un país que se pretende como unidad monolítica. El individuo
es diverso y complejo, y si no logra unificarse en temas mucho más
sencillos que la política, no se vislumbra cómo un partido único podría
representar los intereses de todos los ciudadanos durante un período tan
largo como cinco décadas.

La llamada oposición leal forma parte de ese conjunto mayor que es la
oposición real. Se observa entre algunos de sus más activos e
interesantes miembros un nacionalismo radical que parece acomodarse
mejor en un pensamiento propio del siglo XIX y no en esta época en que
las fronteras nacionales se desdibujan, entre otras causas por la
irrupción de la globalización y de un sentimiento postnacional más
cercano al respeto por el medio ambiente, la erradicación de la pobreza
y las exclusiones.

No simpatizo con el anexionismo, pero de existir una corriente
anexionista, son los votos los que deben decidir el nivel de
representatividad de esta o cualquier otra corriente. Solo el uso de la
violencia y la discriminación en cualquiera de sus variantes no pueden
tener cabida en el escenario nacional. No es sano que ni la oposición ni
el Gobierno dentro del futuro plural al que nos encaminamos a pesar de
las consignas, definan límites más allá de la ley.

Es absurdo pensar que esos ciudadanos que se quejan ante instituciones o
al aire y en los cuales se percibe de inmediato el agotamiento de las
expectativas respecto a lo que se puede esperar del Gobierno (que en
definitiva encarna al sistema político); es absurdo pensar, decía, que
en un espacio de información y libertad muchos no mudarían sus
preferencias (o saldrían del clóset ideológico) en un diapasón tan
amplio que va desde la democracia cristiana o el ya mencionado
anexionismo; no por eso sintiéndose menos patriotas que el ortodoxo del PCC.

Es muy difícil pedir decencia a un grupo endogámico que hace muchos años
se convirtió en Gobierno y cuyos actores defienden el poder a toda
costa, y que en su larga manipulación, tanto de la información como de
los sentimientos nacionales, nos ha invertido el concepto de mandatario
por el de mandante. Por ello en vez de perdernos en disquisiciones
acerca de los límites de la oposición leal y por ende, de "la otra",
debemos empezar a utilizar el término de Gobierno leal para definir el
Gobierno que necesitamos: un Gobierno leal dentro de un Estado de derecho.

Source: El Gobierno que necesitamos -
http://www.14ymedio.com/opinion/Gobierno-necesitamos_0_1825617443.html

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