Vuelta a la buena vecindad
Rafael Rojas
México DF 02-01-2012 - 11:24 am.
Washington, anexionismo, Cuba, revolucionarios… El último libro del
historiador italiano Vanni Pettinà refuta el relato hegemónico de las
relaciones entre Cuba y EE UU.
En los últimos años se ha reproducido un subgénero de ensayo histórico,
ubicado en el centro o las proximidades de la historia oficial cubana,
que insiste en que la política de Estados Unidos hacia Cuba ha
respondido desde inicios del siglo XIX a las mismas premisas. Dotando a
las naciones de una estructura psíquica inmutable, esa ensayística
intenta persuadirnos de que Washington ha buscado siempre la anexión de
la isla a su territorio, mientras que los revolucionarios cubanos —los
"verdaderos" cubanos de los dos últimos siglos— han resistido esa
voluntad y han logrado coronar históricamente esa lucha con el Estado
socialista de 1961.
El último libro del historiador italiano Vanni Pettinà, Cuba y Estados
Unidos, 1933-1959. Del compromiso nacionalista al conflicto (Madrid,
Libros de la Catarata, 2011), quien estudió en la Universidad de
Florencia, con Antonio Annino, y luego en la Universidad Complutense y
el Instituto Ortega y Gasset de Madrid, es una refutación de ese relato
hegemónico. Una hegemonía discursiva, por cierto, que se siente lo mismo
en la academia historiográfica de la isla que en las principales
universidades norteamericanas, europeas y latinoamericanas. Diríamos que
los lugares comunes a que se enfrenta Pettinà son de los más arraigados
en el mundo universitario occidental. Esa pelea contra los demonios
agrega virtudes a su investigación y a su escritura.
Pettinà cuenta las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en el periodo
posterior a la derogación de la Enmienda Platt y anterior a la
radicalización comunista de la Revolución Cubana. Desde la perspectiva
norteamericana se trata del lapso que arranca con el gobierno de
Franklin D. Roosevelt y culmina con la agudización de la Guerra Fría en
los años finales de Dwight Eisenhower. Desde la perspectiva insular son
los años de la Revolución de 1933, de la refundación de la República en
1940, de los doce años de frágil vida democrática y, finalmente, de la
dictadura de Fulgencio Batista.
Pettinà sostiene que la diversidad ideológica y política de la esfera
pública cubana de entonces alcanzó importantes interlocuciones en la
diplomacia norteamericana. En aquellas décadas no sólo se relacionaron
con Washington los gobiernos sino también las oposiciones, las
instituciones de la sociedad civil, las iglesias y los intelectuales,
los empresarios y los sindicatos, los comunistas, los auténticos, los
ortodoxos, los batistianos y hasta los miembros del 26 de Julio y el
Directorio Revolucionario. Este libro es, hasta ahora, la más
consistente impugnación del cliché historiográfico que asegura que
"Estados Unidos se opuso a la Revolución Cubana desde antes de que ésta
triunfara".
Aquí se cuenta en detalle el deterioro de las relaciones entre
Washington y el régimen de Batista durante todo el año 1958 y las
tangibles aproximaciones entre un sector importante del Departamento de
Estado y los revolucionarios cubanos. Tanto en su repaso de la
Revolución del 33 como en su reconstrucción de la etapa insurreccional
de la Revolución del 59, Pettinà encuentra, sobre todo en los National
Archives de Washington, evidencias suficientes para descartar el relato
providencial que presenta a esas revoluciones dentro de una continuidad
quebrada, en relación con las guerras de independencia decimonónicas, y,
por tanto, a la pequeña nación caribeña y al gran imperio vecino como
sujetos teleológicamente codificados para actuar de una misma manera a
lo largo del tiempo.
En dos pasajes de su Introducción, Pettinà cuestiona frontalmente el
mito de la "inevitabilidad" del conflicto entre Estados Unidos y Cuba,
todavía predominante en la historiografía oficial cubana. Sus fuentes
son las mismas que en las últimas décadas han consultado los
historiadores oficialistas y no pocos estudiosos occidentales, de
mentalidad rígidamente binaria, pero sus conclusiones son discordantes.
Tan sólo esta matización interpretativa sería suficiente para dar la
bienvenida a este libro, que viene a pluralizar el debate
historiográfico cubano. Dice Pettinà:
"Este libro intenta demostrar que, lejos de ser un bloque monolítico en
apoyo del proyecto hegemónico norteamericano, la diplomacia
estadounidense se opuso a Castro dividiéndose, sin embargo, en el
momento de decidir qué estrategia adoptar. La última parte de este libro
rescata, así, la contraposición entre un reducto de funcionarios
pertenecientes al Departamento de Estado, claramente influidos por un
enfoque roosveltiano, y la embajada norteamericana en La Habana que
encarnaba una actitud más agresiva hacia el nacionalismo revolucionario
cubano…" (p. 18).
Y agrega:
"El camino que condujo a la Revolución así como a la hostilidad de la
Administración Eisenhower hacia este proceso de cambio no fueron
acontecimientos inevitables. Al contrario, ambos fueron resultado de la
convergencia de distintas coyunturas críticas que se sobrepusieron a
partir del final de los años 40. Las dificultades de gobernar un país
con instituciones frágiles y una economía en transición, los nuevos
retos y obstáculos generados por la Guerra Fría y su globalización
durante los primeros años 50, las características de un aparato
diplomático que, precisamente a lo largo de ese periodo, estaba llevando
a cabo su transición desde el idealismo pragmático de la etapa
roosveltiana al realismo anticomunista de Eisenhower, contribuyeron a
determinar el choque de los años 50 y, finalmente, la ruptura de los 60"
(Ibid).
A quienes, a principios del siglo XXI, persisten en dividir a los
cubanos en "plattistas" y "antiplattistas", con el propósito de
justificar la exclusión de una parte de la nación por otra, no gustará
este libro. Aquí se demuestra que cuando la Revolución Cubana triunfó,
en enero del 59, la posibilidad histórica de un entendimiento entre Cuba
y Estados Unidos, sobre la base de un pacto de buena vecindad entre dos
democracias fronterizas, que respetaran sus respectivas soberanías, no
estaba totalmente cancelada. Dicha posibilidad, que había surgido con el
paradigma roosveltiano, la Revolución del 33 y la Constitución del 40,
se vio disuelta no solo por la rearticulación de la hegemonía de Estados
Unidos en la Guerra Fría sino por la imposición de una lógica
confrontacional a la diplomacia cubana, todavía vigente.
Vanni Pettinà no propone reconstruir ese pasado para regresar al mismo.
Los dos exergos de su libro, el de Alexander Hertz ("history is not a
libretto") y el de Eric Hobsbawm ("revolutions and progressive moments
which break with the past, by definition, have their own relevant past")
advierten sobre ese equívoco. Pero esta nueva historia de las relaciones
entre Estados Unidos y Cuba es una persuasiva explicación de los
orígenes de un conflicto, surgido hace medio siglo, y cuya solución
sigue siendo tozudamente postergada por quienes tienen en sus manos la
creación de un clima de convivencia entre dos vecinos inevitables.
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