Raulito se autodefine patriota y defensor de esas ideas que inspiran
saqueos y revolución. Le recrea un ardor enfermizo por impresionar a las
personas que están por debajo de su condición social.
Juan Juan Almeida/ Especial para martinoticias.com 29 de agosto de 2011
"Mi nieto es una belleza de mármol, un coloso con cara de niño".
No pretendo criticar a los hijos por ser hijos, ni a los nietos por ser
nietos, sólo hablaré de un sector que no por ser desconocido deja de
estar enmohecido. Hoy contesto a las preguntas sobre Raúl Guillermo
Rodríguez Castro, el hijo de Deborah Castro Espín y Luis Alberto
Rodríguez López Callejas.
El matrimonio de Vilma y Raúl fue el más iconográfico del que haya
presumido la revolución cubana. Él personificaba al héroe, y ella su
heroico papel de compañera, voluntaria, sumisa, y funcionaria del
partido. De la unión Castro-Espín nacieron cuatro hijos preciosos que
luego afearon con el tiempo. El primero de los nietos, el pequeño
Rodríguez Castro, de bebé era solitario, travieso, alegre y testarudo,
ya entonces se adivinaba en su comportamiento una lógica tendencia
autoritaria.
Haber nacido varón, con la habilidad calculadora del padre, y un sexto
dedo heredado por línea materna, despertaron en el abuelo Raúl lo que
podríamos describir como una mezcla de amor, regocijo y compasión.
Raulito se convirtió en el favorito. Y no en pocas ocasiones El General
jubiloso lo presentó con una frase que por cursi provocaba burla en
lugar de admiración "Mi nieto es una belleza de mármol, un coloso con
cara de niño". La creatividad de El General, aunque había mejorado
bastante, continuaba invadida por conceptos grandiosos y épicos.
Seguramente esperanzados en construir un dechado de virtudes, los
familiares hicieron de este pequeño angelito un inútil mamarracho. Así,
cuando matriculó en lo que fue su escuela primaria "Gustavo y Joaquín
Ferrer", sólo andaba acompañado de inseparables halagos y de un escolta
insoportable que provocaba entre los chicos de su edad un desagradable
encanto.
Rodeado, o quizás concurrido por su escandalosa soledad, arribó a la
secundaria básica "Josué País". A la sazón ya era un jovenzuelo a quien
le gustaba molestar, y le disgustaba lo demás. Alérgico a todo el
espectro del respeto, se sentía el santo grial del dominio y disfrutaba
cierto morbo sabiéndose el protagonista de pesadillas ajenas. El
excentricismo de la edad, más la constante visión de su entorno
familiar, lo empujaron a beber, a fumar, a caminar por senderos que
algunos mayores llaman "malos pasos", y a adoptar una actitud
vehementemente racista que por momentos lograba poner en aprietos a sus
más leales amigos, familiares y benefactores. Por respeto no menciono el
nombre de la muchachita que expulsaron del aula por negra, o mejor
dicho, porque el Nieto de General implantó su decreto de no compartir el
mismo espacio con aquella condiscípula porque - según él - los negros
además de feos y brutos, hieden.
Por esa época, la palabra gracias también había sido erradicada de su
diminuto diccionario. Absolutamente comprensible, Cuba padece un sistema
feudo liberal con una cúpula dictatorial y anarquista; no tenía por qué
agradecer lo que por derecho cree suyo. Nadie aprende a decir gracias si
no está realmente agradecido.
Desagradecido, sin frenos, y justo en el momento que hablar de economía
era tema de moda, Raulito, el hoy escolta presidencial, decide estudiar
en la Facultad de Economía de La Universidad de La Habana. Es común, e
incluso razonable, que deportistas de alto rendimiento estudien
Licenciatura en Deporte y las competencias internacionales sean sus
exámenes estatales. Usando este mismo principio, y después de un
convencimiento que incluyó alguna presión, la rectoría del plantel
universitario al quedarse sin opción, entendió que al alumno en
cuestión, alto, rubio, de fuerte complexión y zafios modales, se le
debían otorgar honoríficas calificaciones debido a su participación como
invitado especial a paseos gubernamentales. Su reiterada ausencia a
clases no fue tomada como un deterioro intelectual, sino como ayuda al
patrimonio nacional.
Corrían aires de cambio, el mapamundi trasmutaba sus colores y esta
familia, por ordenes de su patriarca, necesitaba unirse más. En un acto
de humildad y sacrificio, el tío Alejandro Castro, conocido por El
Coronel con menos grasa corporal que materia gris en el cerebro, se
apareó con una ex novia de su sobrino Raulito y así enarbolaron la
extraña pasión familiar por la propiedad común. De manera que, los
domingos, el clan disfruta de los exóticos manjares que aún prepara el
viejo Chute (el cocinero Jesús); y el resto de la semana, sobrino y tío
revisaban su propio código conductual compartiendo la misma mujer. Puede
parecer inmoral, pero nada novedoso; se sabe que Vladimir Ilich Lenin y
su esposa Nadiezhda Konstantinova Krupshaya, paseaban, vivían, y se
entretenían con Elizabeth D'Herenville (Inessa). Claro, existen las
diferencias, al líder de los bolcheviques, su pareja, y la mutua
concubina, no los unían lazos de consanguinidad.
El jefe del Departamento de Seguridad Personal del Ministerio del
Interior, y algunos otros a su mando, al sentirse amenazados por la
posibilidad real de ser cruelmente suplantados por un sano y poderoso
retoñito familiar, con muchísimo cuidado lo intentan ridiculizar echando
a correr algunas frases que con sutileza ponen en boca de la opinión
popular: "Escolta 2", "no se sabe si el nieto cuida al abuelo o si el
abuelo cuida al nieto", "a uno tengo que cuidar, y al otro debo
vigilar",… En fin, que el muchacho es criticado, pero intocable.
Raulito se casó, y en la boda se escucharon los acordes contagiosos de
La Charanga Habanera, una orquesta que, como otras, decide intercambiar
talento por caricias de poder. Tiempo después se divorció, dejó una niña
en camino, y anda en planes de otra boda.
El Linaje Castro Espín es como una organización benéfica en post de la
mezquindad donde el sentido común es el menos común de los sentidos.
Raulito es una víctima que no alcanzó a ser diferente. Hoy se autodefine
patriota y defensor de esas ideas que quizás por enaltecidas inspiran
saqueos y revolución. Le recrea un ardor enfermizo por impresionar a las
personas que están por debajo de su condición social. Es paranoico y,
como únicamente ha leído algunas páginas alternas de la vida de Julio
César; está realmente convencido de que el final de su abuelo Raúl se
reducirá al asesinato en un acto de venganza por parte de su propia
escolta. Decir más, sería redundar.
http://www.martinoticias.com/noticias/cuba/El-nieto-racista-de-Raul-Castro-128587068.html
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