Lunes 25 de Abril de 2011 08:46
Armando Añel
El humo de las "reformas" raulistas, apalabradas en el VI Congreso,
continúa dificultando las predicciones sobre el futuro de Cuba. Una
neblina a través de la cual los estudiosos de la realidad cubana
intentan orientarse infructuosamente, porque su densidad sólo puede
atravesarse a golpe de matavacas.
Puede uno sumergirse en ella y bracear, y bracear otra vez, y bracear
interminablemente, pero uno no está en condiciones de alcanzar la otra
orilla. En cierto sentido, las reformas de marras están diseñadas para
eternizar el momento: para dilatar en el tiempo una transición que
merezca ese nombre y/o permitir que descanse en paz, sin sobresaltos de
última hora, la vieja guardia conservadora.
La cuestión, en cualquier caso, no son las reformas en sí mismas,
coyunturales y acomodaticias, sino la cola que puedan traer. O para
mejor decirlo: la cuestión a dilucidar es si las actuales medidas,
encaminadas a aliviar la precariedad material de la sociedad cubana para
mejor controlarla –no ya para liberarla, que es lo que realmente
precisa--, desembocarán, por acumulación de hendiduras o frustración de
sus destinatarios, en una apertura a corto o mediano plazo.
A corto o mediano plazo porque una apertura a la larga, por supuesto, no
se cuestiona. A largo plazo el excluyente e inoperante totalitarismo a
la cubana no puede sino venirse abajo por su propio peso, sin que todas
las reformas y medidas cosméticas del mundo sean capaces de revertir su
desmerengamiento.
Entretanto, mientras el hervor no alcanza la superficie, en la olla
raulista se cocina la ya célebre apatía que caracteriza a la nación. Ya
se sabe: medio siglo de totalitarismo ha engendrado una sociedad
descreída, fundamentalmente escéptica, que no cree en la política y que
por tanto no aspira a transformarla. Una sociedad de mínimos en el
sentido de su capacidad para ir, o ver, más allá. Con estos ingredientes
el raulismo espera confeccionar la receta de la continuidad:
paulatinamente, y en la estela del entusiasmo (o el cansancio) con que
la comunidad internacional acoge las tímidas rectificaciones del
posfidelismo, se redecora el sistema, con el objetivo último de alcanzar
una suerte de hibrido a medio camino entre el modelo chino y la piñata
chavista.
Los generales se posesionan. La nomenklatura se posesiona. Incluso su
entorno se posesiona. Sobre el cuerpo exangüe de la nación la dirigencia
ensaya pasitos de baile. Pareciera que la fiesta está a punto de
finalizar, quiere dar a entender la vieja guardia, cuando en realidad
apenas empieza.
Hay reformas aperitivas que podrían contribuir a fomentar un clima de
apertura en el seno de la anquilosada sociedad cubana. Pero todo depende
del grado de resignación, o de rechazo, con el que ésta asuma la
tragicomedia continuista. Está visto que las reformas, las profundas y
conceptuales, no llegarán desde arriba. Arriba montan su propia
coreografía. Y su fiesta tiene los invitados contados.
http://www.neoclubpress.com/opinion/articulos/1183-cuba-y-las-reformas-de-raul-castro.html
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