21 de marzo de 2011

LA TAREA NO ES DE BISCET SINO DE TODOS NOSOTROS

LA TAREA NO ES DE BISCET SINO DE TODOS NOSOTROS
21-03-2011.
Alfredo M. Cepero

(www.miscelaneasdecuba.net).- La noticia de la excarcelación del doctor
Oscar Elías Biscet conmovió a todos los cubanos amantes de la libertad
desde La Habana a Madrid y desde Miami a Santiago de Cuba. Y más allá de
nosotros, la alegría y la esperanza reinaron al unísono en la mente y en
los corazones de los hombres y mujeres que en todo el mundo reconocen a
este hombre como un líder en la defensa de la vida de los no nacidos y
de los derechos humanos en general.


Hace un par de días, tuve el privilegio y la satisfacción de sostener
una conversación vía telefónica con el amigo a quién no conozco en
persona pero con quién comparto muchas ideas sobre las vías capaces de
conducirnos a una Cuba pletórica de oportunidades para todos sus hijos.
Fue un diálogo franco, firme y directo que me confirmó la capacidad de
Biscet para ser instrumento en la sanación de nuestros males nacionales.

En el curso del mismo, Biscet me habló de sus planes inmediatos con
estas palabras: "Ahora viene un proceso de recuperación física y de
ponerme al día sobre los acontecimientos del mundo para enfrentar con
éxito los retos de ayudar a conducir al pueblo de Cuba hacia la
prosperidad, la felicidad y la concordia".

Mientras escribo estas líneas no sólo comparto muchas de las ideas de
Biscet sino experimento la alegría que ha expresado por su liberación el
pueblo al que sigo atado por pasión y añoranza a pesar de medio siglo de
ausencia. Quisiera gritar a todo pulmón que la libertad de Biscet es el
preámbulo de la inminente libertad de Cuba. Quisiera decirle a ese
paladín de nuestra libertad que es Biscet que ya ha cumplido su misión.
Pero la experiencia de tantos años de lucha infructuosa contra la feroz
tiranía que nos oprime y nuestra historia plagada de confrontaciones y
conflictos desde el inicio de la República me hacen adoptar una actitud
más cautelosa y moderar en parte mi optimismo. Me explico.

Como tantos otros valientes que han sufrido martirio, hostigamiento o
prisión a lo largo de esta lucha prolongada este hombre no hizo su
entrada en la vida pública por vocación política sino por imperativo
patriótico. Con la liberación terminó para Biscet la etapa heroica en
que arriesgó la vida para denunciar la opresión. Ahora comienza una
etapa de más grandes retos, mayor peligro y más frustraciones.

Tiene nada menos que sanar las heridas y estimular las esperanzas de un
pueblo transformado en rebaño por la maldad y el cinismo de un régimen
satánico. Y esa terapia no se la enseñaron en la escuela de medicina.
Tendrá que improvisar tratamientos innovadores y muchas veces hasta
actuar por instinto. Y es muy probable que su premio sea el que vaticinó
Martí a Máximo Gómez cuando lo convocó a la guerra del 95: "El placer
del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres".

Muchos le pedirán que haga el milagro de la escurridiza unidad que no
hemos logrado en la lucha por nuestra libertad como quién multiplica
panes y peces o que convierta agua en vino para renovar los votos
matrimoniales de la que fuera una vez nuestra maltratada y famélica
democracia. Algunos han llegado por estos días a lanzar su candidatura
presidencial y hasta han propuesto bautizar con su nombre alguna de las
principales avenidas de la capital cubana.

La misma mezcla de cursilería y adulación que ha prostituido a tantos de
nuestros gobernantes. Les atribuimos facultades divinas y, para
estimularlos, los endiosamos. Las motivaciones pueden ser múltiples.
Unos buscan prebendas y sinecuras. Algunos están en asecho para acumular
capital político haciendo crítica destructiva de sus acciones. Otros, la
mayoría, se niegan a aceptar su responsabilidad como ciudadanos en la
salud de nuestra democracia. No en balde nuestro pueblo tiene una
reputación bien ganada de indiferencia política y de destruir a sus
líderes ya sea por adulación o por envidia.

Creo, por otra parte, que muy pocos están tan calificados como Biscet
por carácter, principios y conducta para sacar a Cuba sin violencias del
abismo de odio y de miseria en que ha vivido por mas de medio siglo.
Pero ni Biscet es eterno ni su presencia en el escenario político será
permanente. Si los cubanos queremos una nación estable que resista las
veleidades y debilidades humanas de nuestros gobernantes tenemos que
romper la cadena de dependencia de nuestros líderes políticos. Tenemos
que adquirir conciencia de que el buen funcionamiento de la democracia
depende de la sustitución periódica de los gobernantes. Que sin esa
sustitución, la democracia se convierte en una farsa que conduce a
dictaduras solapadas como las de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua.

Y volviendo a nuestra cadena de infortunios, ahí están como ominosos
recordatorios de nuestros errores tres eslabones representados por
Machado, Batista y Castro. Gerardo Machado hizo una ejemplar y
constructiva obra de gobierno en su primer período presidencial de 1925
a 1929. Pero sus acólitos lo cubrieron de adulación y le endilgaron el
ridículo calificativo de "el egregio". Cuando el presidente procedió en
una ocasión a preguntarle que hora era a unos de sus ayudantes, el
personaje llego a la sumisión extrema de contestarle "la que usted
quiera general". El resultado fue un Machado arrogante y desconectado de
la opinión pública que se impuso a la fuerza para un segundo período y
provocó la revolución de 1933, que a su vez parió al dictador Fulgencio
Batista.

Fulgencio Batista no solo hizo un buen gobierno entre 1940 y 1944 sino
presidió unas elecciones honradas y entregó el poder al candidato
opositor victorioso que había sido postulado por el Partido
Revolucionario Cubano (Auténtico) doctor Ramón Grau San Martín. Pero la
avaricia y la arrogancia lo llevaron a dar el tiro de gracia a nuestra
democracia con el golpe de estado de 10 de marzo de 1952, a escasos tres
meses de una elecciones pautadas para el primero de junio y cuyos
resultados estamos convencidos habrían sido respetados por el Presidente
Carlos Prío. Sus partidarios acuñaron el lema de "Este es el hombre",
como si todos los demás cubanos hubiésemos sido unos eunucos. La
consecuencia fue una guerra fratricida que nos trajo al monstruo de
Fidel Castro.

En cuanto a este último, no existen adjetivos para calificar su maldad.
Fue depositario de la mayor corriente de fe y esperanza que jamás haya
inspirado gobernante alguno en el curso de la historia de nuestra
infortunada nación. Insultamos a uno de nuestros mas nobles brutos
llamándolo "el caballo", le dijimos "esta es tu casa" y llegamos al
delirio suicida de proclamar a los cuatro vientos: "Si Fidel es
comunista que me pongan en la lista". Y la lista de sus actos de
barbarie podría llenar toda una enciclopedia.

En conclusión, si queremos que nuestros hijos y los hijos de nuestros
hijos puedan vivir en libertad y prosperidad en nuestro suelo patrio,
que no sean abatidos por las balas ante paredones de fusilamiento, que
no sufran cautiverio y tortura en cárceles inmundas y que no deambulen
huérfanos de patria por tierras extrañas tenemos que asumir la
responsabilidad de promover y preservar la república democrática que nos
legaron nuestros libertadores. Y esa tarea no es solo de Biscet sino de
todos nosotros.

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