Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Semanas atrás, en el
municipio Cotorro, al sudeste de La Habana, se filtraron a través de
CDs, memorias flash, celulares y cámaras digitales, decenas de fotos de
muchachas del lugar realizando actos sexuales con hombres y entre sí.
Aunque algunas de las jóvenes sorprendieron a los "curiosos" por su
irreprochable conducta anterior, lo más cuestionable de esta historia no
radica en el ejercicio de la libre autodeterminación sexual de dichas
personas, sino en el inescrupuloso que convirtió en dominio público las
imágenes de esas prácticas.
Esto, de por sí, convirtió a las chicas en victimas de delito de ultraje
sexual, pues posiblemente las involucradas no prestaron su
consentimiento para la divulgación de las imágenes, lo cual lesiona
derechos inherentes a la personalidad, como la privacidad y la propia
imagen, aunque sabemos que el derecho de la imagen propia se viola en
muchas partes.
La publicación de las fotos no sólo convirtió a las muchachas lujuriosas
en victimas de sus actos; el hecho trascendió a novios, parientes,
vecinos y otras instancias. Una de las protagonistas, de 17 años, fue
procesada bajo la acusación de presunta práctica de la prostitución. El
juicio se efectuó a puertas abiertas en vez de realizarse en privado,
por lo delicado del asunto.
Lo más insólito de la vista oral consistió en que se llevaron al
expediente, como pruebas, las fotos referidas, debatidas públicamente en
la sala, circunstancia innecesaria pues la acusada no negó el ejercicio
de la prostitución.
Para colmo de males, la jovencita fue objeto de un profundo
interrogatorio, muy indiscreto por cierto, acerca de los detalles más
íntimos de sus prácticas, lo cual me hizo recordar las cacerías de
brujas de la Santa Inquisición. Nunca vi humillar tanto a alguien frente
a mí.
Como si fuera poco, se le impuso a la muchacha la condena de cuatro años
en un centro especializado de trabajo o estudio, límite máximo por
peligrosidad. He oído decir que esos centros no son más que una prisión.
No conozco a la jovencita, pero pudiera asegurar que ese mismo día, sin
contar la sanción venidera, pagó con creces las consecuencias de su
imprudente inmadurez. Ella es víctima del devorador de su honor. Llegue
a sus padres, presentes en el juicio, mi pesar por lo que les espera.
¿En qué se convertirá en la prisión con esta forma de ayuda?
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