25 de noviembre de 2010

Tiro al tirano

Publicado el jueves, 11.25.10
Tiro al tirano
By VICENTE ECHERRI

Un reciente videojuego en el que Fidel Castro es el objetivo de un
atentado en el marco de la guerra fría, ha provocado coléricas denuncias
de parte del régimen cubano y de sus portavoces. En la última versión de
Call of Duty: Black Ops, que apenas saliera al mercado vendió 5 millones
de ejemplares, un agente de la CIA tiene por tarea la eliminación física
de Castro en la época de la crisis de los misiles. En Cubadebate, un
cibersitio que responde a la Cuba oficial, tacharon la lógica del
videojuego de ``doblemente perversa'' por glorificar los atentados que
``de manera ilegal planificó el gobierno de Estados Unidos contra el
líder cubano'' y por estimular ``actitudes sociópatas de los niños y
adolescentes norteamericanos''.

Los videojuegos no entran en el repertorio de mis intereses y, por
tanto, no soy quién para juzgar éste en particular, del cual sólo he
visto algunas escenas; no obstante, basándome en las razones que da
Cubadebate, el pasatiempo me parece encomiable: primero, por centrar el
objetivo de una hostilidad política en su máximo responsable y, segundo,
por exaltar el tiranicidio, aunque el respaldo moral a esta acción no
aflore, casi seguramente, en este juego en el que deben primar la mera
``acción'' y algunas razones estratégicas.

El régimen cubano no pierde ocasión de sacar a relucir los tantos
intentos de asesinato preparados por el gobierno de EEUU contra Castro.
¡600 intentos y ni un solo rasguño! Es el colmo de la torpeza. Si ya
creíamos que la CIA y otras agencias de la inteligencia norteamericana
han sido ineficaces, estas cifras --de ser reales-- servirían para
demostrarlo. Que Estados Unidos se propusiera matar a Castro no una, ni
dos ni tres veces, sino 600, sin ningún éxito, es verdaderamente una
vergüenza. Yo realmente no lo creo, porque si el nivel de incompetencia
del gobierno de este país fuera de 600 errores contra 0, hace mucho que
no existiría. En cualquier caso, el videojuego viene a ser un acto
inobjetable de compensación virtual.

Por otra parte, creo que el tiranicidio, lejos de catalogarse entre las
sociopatías, tendría que enseñarse en las escuelas de las democracias
del mundo como uno de los primeros deberes cívicos. No el magnicidio,
¡cuidado! No la muerte violenta del líder libremente elegido por la
mayoría de sus conciudadanos que vive acorde con las reglas de su
mandato y es fiel a las leyes que juró respetar. Matar a un hombre así
es un crimen y una gran desgracia para el país donde tal cosa ocurra.
Pero el tirano, el violador de la confianza pública, el opresor de su
pueblo, aquel que, en su soberbia, cree que sus designios están por
encima de toda regulación y tasa, y quien impone su voluntad con
cadalsos, prisiones y destierros, no merece la misma consideración.
Matar a ese sujeto constituye un acto de exorcismo colectivo y una
obligación moral. Quien lo lleve a cabo, no importa la manera alevosa en
que lo haga, merece vivir para siempre en la memoria de su pueblo y
disfrutar del culto de los héroes.

Creo, desde hace mucho, que la única ventaja de la tiranía consiste en
concentrar en un solo individuo --o en una cúpula reducida-- todas las
responsabilidades y todos los crímenes de un pueblo. Matar al tirano
--sobre todo si ocurre públicamente y de forma espectacular-- es un acto
vicario de colectiva redención, semejante a la ceremonia del chivo
expiatorio, al que lanzaban a morir de hambre al desierto cargado con
las culpas de su comunidad.

l cesarismo triunfante en la Roma imperial execró la memoria de los
asesinos de Julio César --que lo mataron en defensa de las libertades de
la antigua república que éste ya había usurpado-- cuando deberían tener
un lugar señero en nuestra historia, y la escena del apuñalamiento en el
Senado, recreada por algunos pintores célebres, destacarse en aulas y
talleres como ejemplo de suprema excelencia moral.

El ajusticiamiento del tirano debe hacerse, además, a tiempo, en la
primera señal que dé de tiranía. Fidel Castro debió morir violentamente
el 8 de enero de 1959, cuando mostró de sobra que era un demagogo
peligroso, o muy poco después, y con él algunos de sus colaboradores más
cercanos. Y esa tarea le correspondía a los cubanos, no al gobierno de
Estados Unidos y sus agentes que, al parecer, han sido tan ineptos. Tal
vez así habría sido si se hubiera inculcado en los nuestros, por
generaciones, un odio profundo e invencible hacia la tiranía, al extremo
de que los escolares hicieran composiciones sobre el tema y la silueta
de un tirano hipotético apareciera siempre en las dianas del tiro al blanco.

(C)Echerri 2010

http://www.elnuevoherald.com/2010/11/25/843388/vicente-echerri-tiro-al-tirano.html

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