marzo 1, 2012
Yenisel Rodríguez Pérez
HAVANA TIMES, 1 marzo — La gente en Cuba prefiere construirse la vida a 
su manera. Es una necesidad que surge cuando se comprende que del 
mercado y del Estado no vendrá una vida digna y complaciente. La gente 
se vuelve unilateral. Se hace lo que se quiere.
¡Siempre que se pueda! Agrega el pesimista y el realista. No dejan de 
tener razón.
Digamos que la gente hace lo que quiere dentro de lo que puede. Dentro 
del amor y del odio.
Muchas cosas se hacen de este modo porque constituye una forma efectiva 
de darle sentido a la vida cotidiana. De esta forma se politiza la 
existencia. Nos hacemos protagonistas de las decisiones que se toman a 
nuestro alrededor.
Poco dice hoy el trabajo asalariado y mal remunerado; como poco 
significa ese nacionalismo demagógico que por mucho tiempo alineó a la 
gente y a sus proyectos de vida. Estas ideologías sólo han servido para 
matar el espíritu colectivista que se impregnó en el pueblo cubano con 
el triunfo de la revolución de 1959.
Al asesinar la libertad individual han generado predisposiciones e 
imposibilidades para el disfrute desde el bien común. Para mucha gente 
en Cuba colectividad simboliza esclavitud individual y familiar. La cosa 
no podía terminar peor.
Muchos hacen lo que quieren, pero no para ayudar al hermano, sino para 
competir con él. Debido a lo cual el "hacer lo que se quiere" pierde 
mucho de emancipación. Sin embargo, no lo pierde todo. No sé si por 
vocación nativa a lo gremial o por resistencias de un pasado que ya 
muere, pero aún existe ayuda mutua en los barrios cubanos.
En el presente se percibe cierta ambivalencia en los ánimos con que se 
autogestionan los proyectos individuales y familiares.
Por un lado la liberalización del trabajo no estatal ha inducido cierta 
armonía corporativa entre los trabajadores informales.
Pero a la par se aprecia incertidumbre hacia el futuro a mediano plazo. 
Un futuro que se diseña sin la participación directa de estos mismos 
trabajadores y de la mayor parte del pueblo cubano.
Hacer lo que se quiere puede ser una forma de subversión legítima, 
siempre que se sustente en una ética inclusiva y democrática.
Es una subversión que germina en el día a día. En el gozo de romper 
normas caducas, de burlar los impuestos, de reapropiarse de lo estatal y 
de imbuirse en el ocio popular o ilustrado.
 
 
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