25 de septiembre de 2015

Justicia antes de pronunciar el perdón

Justicia antes de pronunciar el perdón
¿Debemos perdonar, sin más, a quienes nos han reprimido, incluso cuando
el papa lanzaba su mensaje de paz?
jueves, septiembre 24, 2015 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba.- La reciente visita a Cuba de Jorge Mario Bergoglio,
Obispo de Roma, trajo un aluvión de misas y homilías varias en
diferentes escenarios, en los que fueron recurrentes, entre otras, dos
palabras tan interesantes como confusas para el panorama cubano: perdón
y reconciliación. Tanto más curiosas resultaron por cuanto no fueron
evocados a la vez esos otros vocablos que forzosamente se les
relacionan: ofensa, confesión y arrepentimiento.

Es así que Francisco conminó a los cubanos todos, creyentes o no, a la
reconciliación en abstracto y al perdón de ninguna ofensa. Una
exhortación tan críptica y descafeinada que bien se podría haber hecho
en cualquier plaza del mundo. Quiénes son los ofensores y los ofendidos,
en qué consisten las ofensas, a quiénes correspondería perdonar y
quiénes serían los perdonados, son cuestiones que quedaron a la
consideración de cada uno. También el papa habló del "sufrimiento de los
humildes", del "respeto a las diferencias" y otras muchas frases
similares, de esas que también aceptan interpretaciones contrapuestas,
según los intereses con que se les mire.

En todo caso, el perdón y la reconciliación tienen matices diferentes en
dependencia de que la perspectiva se proyecte desde la teología o desde
la política. Asumamos, pues, que Francisco se mantuvo más apegado a la
primera, dada su condición de pastor religioso, aunque no hay que
olvidar que es también un jefe de Estado, un político, un artífice de la
diplomacia, que representa intereses muy particulares –más allá de sus
buenas intenciones para con el pueblo cubano– y que no le asiste
responsabilidad alguna con la solución de los graves problemas que
aquejan a nuestra nación.

Por las dudas, el papa se había anunciado de antemano como 'misionero de
la misericordia', lo cual despoja esta visita –al menos en lo visible–
de cualquier matiz político. Es justo entender la delicada posición del
Sumo Pontífice, que solo pretende, con mucha discreción, conducir su
nave a buen puerto. Considerando además su complicada función como
mediador entre Dios y los católicos, e incluso entre gobiernos rivales
–como ha quedado palmariamente demostrado en el tema del
restablecimiento de relaciones entre Cuba y EEUU– podría afirmarse que
jugó dignamente su papel durante su estancia en la Isla.

Por esta razón, quienes esperaban un responso del papa a la dictadura
insular, algún detalle delicado para con la disidencia o una postura de
abierto rechazo a los señores del Palacio de la Revolución, se han
quedado con un palmo de narices. Probablemente el pontífice pudo hacer
más, pero ya sabemos que los caminos de los ministros de Dios en la
Tierra son tan inescrutables como los del Señor.

No obstante, una vez reconocida la mutabilidad de las palabras, el
momento es propicio para ubicarlas en el contexto adecuado y otorgarles
la interpretación que merecen desde una perspectiva más cercana a las
cuestiones de este mundo. Tratemos de conciliar, entonces, las
instancias de Bergoglio con la realidad, asumiendo terrenalmente que el
pontífice se refería a que los cubanos debemos perdonar los crímenes y
atropellos sufridos desde el poder de una dictadura próxima a cumplir 57
saludables años, la cual no solo no ha mostrado interés alguno en
nuestro perdón, sino que ni siquiera ha confesado sus innumerables y
mortales pecados, y permanece muy lejos de exhibir arrepentimiento.

¿Acaso debemos perdonar, sin más, a los represores, delatores y otras
despreciables herramientas humanoides utilizadas por el poder
dictatorial para reprimir, y que continuaban haciéndolo incluso en los
precisos momentos en que el papa lanzaba su mensaje de paz? ¿Nos pide
Bergoglio, sin más trámites, correr un velo piadoso sobre las víctimas
de los paredones de fusilamiento, sobre los inocentes muertos del
remolcador "13 de marzo" y sobre todos los crímenes cometidos por la
dictadura contra los cubanos a lo largo de medio siglo y más?

No tiene el derecho de hacerlo.

Si los cubanos queremos construir una nación sana y libre de rencores
por un pasado ominoso, si aspiramos a un Estado de Derecho, es preciso
mencionar la palabra justicia antes de pronunciar el perdón. No debemos
permitirnos el error de ignorar y olvidar el dolor de miles de familias
cubanas o tendremos que sufrir las consecuencias: venganzas,
escarmientos, resentimientos. Sin justicia no habrá armonía, porque es
sabido que ninguna paz nacional se ha cimentado ignorando los horrores
del pasado.

La historia reciente es pródiga en ejemplos de lo que han sido procesos
de reconciliación y perdón en diferentes países del mundo. Baste
recordar casos paradigmáticos, como el de la Reconciliación Nacional
española de 1956, una propuesta que buscaba superar el cisma provocado
por la Guerra Civil ganada por Franco; el de Chile, tras la dictadura
militar de Augusto Pinochet; o el de Sudáfrica, al terminar el régimen
del apartheid y crearse la Comisión para la Verdad y la Reconciliación,
a través de la cual se realizó la condena moral de los autores de muchos
crímenes violentos y de múltiples violaciones de los derechos humanos,
un proceso en que las víctimas tuvieron la oportunidad de ofrecer sus
testimonios y señalar públicamente a sus victimarios.

Otros ejemplos quizás menos conspicuos, aunque no menos valiosos, son
las comisiones de la verdad y la reconciliación que se crearon en Perú,
para esclarecer los hechos de violencia que vivió el país andino desde
finales de los años 70 hasta el 2000, víctima del terrorismo
protagonizado por los movimientos Sendero Luminoso y los tupamaros, así
como de la represión militar; o la de El Salvador, al final de la
sangrienta guerra civil, para desentrañar las violaciones a los derechos
humanos ocurridas durante el conflicto en ese país centroamericano.

Quizás los cubanos algún día tengamos que asumir democráticamente la
responsabilidad de elegir entre la impunidad o la condena de los
victimarios en aras de la reconciliación y reconstrucción del cuerpo
moral de la nación. Quizás será imposible satisfacer plenamente la sed
de justicia de todas las víctimas, y sea preferible para la recuperación
espiritual de Cuba la condena moral a los culpables, al menos a aquellos
que no hayan incurrido en derramamientos de sangre.

Si se impone la generosidad, que ha sido un rasgo de carácter de este
pueblo, como lo demostró en su momento la aceptación de decenas de miles
de inmigrantes españoles –incluyendo al progenitor de los dictadores de
hoy– en la República que nació después de la última guerra de
independencia contra España, la concordia superará los rencores, y
evitaremos que el nuevo país se erija sobre otra espiral de odios y
exclusiones.

Pero no serán los discursos de mediadores ni las disposiciones del
propio poder victimario quienes dicten las pautas de una auténtica
reconciliación nacional. Para que la recuperación espiritual del país
sea auténtica y la democracia duradera, habrán de ser los propios
cubanos –a lo que todavía nadie les ha reconocido la voz y los sueños–
quienes decidan perdonar o no a sus verdugos. Por el momento, los
culpables no han mostrado el menor signo de humildad ni arrepentimiento.

Source: Justicia antes de pronunciar el perdón | Cubanet -
https://www.cubanet.org/destacados/justicia-antes-de-pronunciar-el-perdon/

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