Justicia antes de pronunciar el perdón
¿Debemos perdonar, sin más, a quienes nos han reprimido, incluso cuando 
el papa lanzaba su mensaje de paz?
jueves, septiembre 24, 2015 |  Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- La reciente visita a Cuba de Jorge Mario Bergoglio, 
Obispo de Roma, trajo un aluvión de misas y homilías varias en 
diferentes escenarios, en los que fueron recurrentes, entre otras, dos 
palabras tan interesantes como confusas para el panorama cubano: perdón 
y reconciliación. Tanto más curiosas resultaron por cuanto no fueron 
evocados a la vez esos otros vocablos que forzosamente se les 
relacionan: ofensa, confesión y arrepentimiento.
Es así que Francisco conminó a los cubanos todos, creyentes o no, a la 
reconciliación en abstracto y al perdón de ninguna ofensa. Una 
exhortación tan críptica y descafeinada que bien se podría haber hecho 
en cualquier plaza del mundo. Quiénes son los ofensores y los ofendidos, 
en qué consisten las ofensas, a quiénes correspondería perdonar y 
quiénes serían los perdonados, son cuestiones que quedaron a la 
consideración de cada uno. También el papa habló del "sufrimiento de los 
humildes", del "respeto a las diferencias" y otras muchas frases 
similares, de esas que también aceptan interpretaciones contrapuestas, 
según los intereses con que se les mire.
En todo caso, el perdón y la reconciliación tienen matices diferentes en 
dependencia de que la perspectiva se proyecte desde la teología o desde 
la política. Asumamos, pues, que Francisco se mantuvo más apegado a la 
primera, dada su condición de pastor religioso, aunque no hay que 
olvidar que es también un jefe de Estado, un político, un artífice de la 
diplomacia, que representa intereses muy particulares –más allá de sus 
buenas intenciones para con el pueblo cubano– y que no le asiste 
responsabilidad alguna con la solución de los graves problemas que 
aquejan a nuestra nación.
Por las dudas, el papa se había anunciado de antemano como 'misionero de 
la misericordia', lo cual despoja esta visita –al menos en lo visible– 
de cualquier matiz político. Es justo entender la delicada posición del 
Sumo Pontífice, que solo pretende, con mucha discreción, conducir su 
nave a buen puerto. Considerando además su complicada función como 
mediador entre Dios y los católicos, e incluso entre gobiernos rivales 
–como ha quedado palmariamente demostrado en el tema del 
restablecimiento de relaciones entre Cuba y EEUU– podría afirmarse que 
jugó dignamente su papel durante su estancia en la Isla.
Por esta razón, quienes esperaban un responso del papa a la dictadura 
insular, algún detalle delicado para con la disidencia o una postura de 
abierto rechazo a los señores del Palacio de la Revolución, se han 
quedado con un palmo de narices. Probablemente el pontífice pudo hacer 
más, pero ya sabemos que los caminos de los ministros de Dios en la 
Tierra son tan inescrutables como los del Señor.
No obstante, una vez reconocida la mutabilidad de las palabras, el 
momento es propicio para ubicarlas en el contexto adecuado y otorgarles 
la interpretación que merecen desde una perspectiva más cercana a las 
cuestiones de este mundo. Tratemos de conciliar, entonces, las 
instancias de Bergoglio con la realidad, asumiendo terrenalmente que el 
pontífice se refería a que los cubanos debemos perdonar los crímenes y 
atropellos sufridos desde el poder de una dictadura próxima a cumplir 57 
saludables años, la cual no solo no ha mostrado interés alguno en 
nuestro perdón, sino que ni siquiera ha confesado sus innumerables y 
mortales pecados, y permanece muy lejos de exhibir arrepentimiento.
¿Acaso debemos perdonar, sin más, a los represores, delatores y otras 
despreciables herramientas humanoides utilizadas por el poder 
dictatorial para reprimir, y que continuaban haciéndolo incluso en los 
precisos momentos en que el papa lanzaba su mensaje de paz? ¿Nos pide 
Bergoglio, sin más trámites, correr un velo piadoso sobre las víctimas 
de los paredones de fusilamiento, sobre los inocentes muertos del 
remolcador "13 de marzo" y sobre todos los crímenes cometidos por la 
dictadura contra los cubanos a lo largo de medio siglo y más?
No tiene el derecho de hacerlo.
Si los cubanos queremos construir una nación sana y libre de rencores 
por un pasado ominoso, si aspiramos a un Estado de Derecho, es preciso 
mencionar la palabra justicia antes de pronunciar el perdón. No debemos 
permitirnos el error de ignorar y olvidar el dolor de miles de familias 
cubanas o tendremos que sufrir las consecuencias: venganzas, 
escarmientos, resentimientos. Sin justicia no habrá armonía, porque es 
sabido que ninguna paz nacional se ha cimentado ignorando los horrores 
del pasado.
La historia reciente es pródiga en ejemplos de lo que han sido procesos 
de reconciliación y perdón en diferentes países del mundo. Baste 
recordar casos paradigmáticos, como el de la Reconciliación Nacional 
española de 1956, una propuesta que buscaba superar el cisma provocado 
por la Guerra Civil ganada por Franco; el de Chile, tras la dictadura 
militar de Augusto Pinochet; o el de Sudáfrica, al terminar el régimen 
del apartheid y crearse la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, 
a través de la cual se realizó la condena moral de los autores de muchos 
crímenes violentos y de múltiples violaciones de los derechos humanos, 
un proceso en que las víctimas tuvieron la oportunidad de ofrecer sus 
testimonios y señalar públicamente a sus victimarios.
Otros ejemplos quizás menos conspicuos, aunque no menos valiosos, son 
las comisiones de la verdad y la reconciliación que se crearon en Perú, 
para esclarecer los hechos de violencia que vivió el país andino desde 
finales de los años 70 hasta el 2000, víctima del terrorismo 
protagonizado por los movimientos Sendero Luminoso y los tupamaros, así 
como de la represión militar; o la de El Salvador, al final de la 
sangrienta guerra civil, para desentrañar las violaciones a los derechos 
humanos ocurridas durante el conflicto en ese país centroamericano.
Quizás los cubanos algún día tengamos que asumir democráticamente la 
responsabilidad de elegir entre la impunidad o la condena de los 
victimarios en aras de la reconciliación y reconstrucción del cuerpo 
moral de la nación. Quizás será imposible satisfacer plenamente la sed 
de justicia de todas las víctimas, y sea preferible para la recuperación 
espiritual de Cuba la condena moral a los culpables, al menos a aquellos 
que no hayan incurrido en derramamientos de sangre.
Si se impone la generosidad, que ha sido un rasgo de carácter de este 
pueblo, como lo demostró en su momento la aceptación de decenas de miles 
de inmigrantes españoles –incluyendo al progenitor de los dictadores de 
hoy– en la República que nació después de la última guerra de 
independencia contra España, la concordia superará los rencores, y 
evitaremos que el nuevo país se erija sobre otra espiral de odios y 
exclusiones.
Pero no serán los discursos de mediadores ni las disposiciones del 
propio poder victimario quienes dicten las pautas de una auténtica 
reconciliación nacional. Para que la recuperación espiritual del país 
sea auténtica y la democracia duradera, habrán de ser los propios 
cubanos –a lo que todavía nadie les ha reconocido la voz y los sueños– 
quienes decidan perdonar o no a sus verdugos. Por el momento, los 
culpables no han mostrado el menor signo de humildad ni arrepentimiento.
Source: Justicia antes de pronunciar el perdón | Cubanet - 
https://www.cubanet.org/destacados/justicia-antes-de-pronunciar-el-perdon/
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