Inventario de diferencias
REINALDO ESCOBAR, La Habana | Junio 26, 2015
Hablar de la falta de unidad dentro de la oposición cubana se ha
convertido ya en un lugar común. Entre las causas de esa lamentable
circunstancia se enumeran algunas peculiaridades arraigadas en lo más
profundo de nuestra historia, cuyo ejemplo paradigmático es el
caudillismo. Sin embargo, también existen motivos racionales para que
los opositores se recojan en estancos separados. En primer lugar, las
vocaciones políticas. Liberales, socialistas, democratacristianos,
anarquistas, socialdemócratas y otras denominaciones menos perfiladas
asumen posiciones sobre ciertos tópicos que pueden llegar a ser
irreconciliables.
El mero hecho de reconocer esos matices hace saltar por doquier los
comentarios de que lo más importante es desalojar del poder a los
tiranos y que tales minucias pueden esperar para cuando se alcance la
democracia. Pero no basta con hacer el inmenso sacrificio de pasar por
alto las divergencias programáticas del futuro. Los palos en la rueda,
los lastres, los vientos en contra, los puntos de honor que dificultan o
impiden que se llegue a un acuerdo suelen surgir desde sitios inesperados.
He aquí los más comunes obstáculos al consenso:
El diferendo Cuba-Estados Unidos
Antes del 17 de diciembre de 2014 la discusión se centraba entre si se
debían mantener o eliminar las restricciones económicas estadounidenses
hacia la Isla, llamadas por unos bloqueo y por otros embargo. La mera
elección de una de esta palabras ha impedido la firma de prestigiosos
líderes en más de una declaración colectiva. En ese plano se encuentra,
además, el asunto de que los norteamericanos viajen a la Isla, la
reapertura de las embajadas y la eventual normalización.
Unos apuestan a que la rigidez del sistema cubano no puede mantenerse en
el entorno de unas buenas relaciones económicas y diplomáticas con el
vecino del norte. Otros creen que los intereses comerciales de los
estadounidenses pudieran pasar por alto el irrespeto a los derechos
humanos y al final otorgarían al Gobierno el beneficio de una inmerecida
legitimación.
El reconocimiento de las reformas hechas por el Gobierno
Entre quienes piensan que "hasta que no cambie lo que tiene que cambiar,
aquí no ha cambiado nada" y los que creen que "en este castillo de
naipes, el más mínimo movimiento puede conducir al derrumbe", hay un
abanico de gradaciones. Eso ha llevado a que algunos consideren a los
cuentapropistas como cómplices de la dictadura, porque con el pago de
sus impuestos y con sus crecientes hábitos de consumo sostienen el
sistema, mientras otros los ven como la parte más dinámica de la
población, que al empoderarse económicamente pudiera empezar a buscar la
emancipación política en defensa de los intereses de la clase media. La
reticencia frente a cada paso de las reformas, adecuaciones, o como
prefiera llamársele, despierta en unos las sospechas de que todo se
trata de una operación de reciclaje para mantenerse en el poder –un
cambio fraude– y en otros las esperanzas de que detrás de cada pequeño
cambio pudiera estar agazapado algún Boris Yeltsin tropical.
La actitud ante las elecciones
Abstenerse de acudir a las votaciones, anular o dejar en blanco la
boleta y, más recientemente, emitir el voto a favor del menos malo o de
algún descontento que haya logrado saltarse los controles, son las
diferentes actitudes con las que algunos quieren demostrar su
inconformidad. El anuncio hecho por el Gobierno de que formulará una
nueva Ley Electoral ha dado al tema un nuevo motivo de discrepancias,
pues los hay que creen que tiene sentido difundir propuestas que
pudieran abrir un espacio a algo parecido al pluripartidismo y, por otro
lado, quienes ven en la nueva ley otra maniobra del régimen para comprar
tiempo o exhortan a un plebiscito independiente. En el caso de que la
anunciada y aún no proclamada legislación abriera el más mínimo
resquicio de participación a los opositores, las divisiones se harían
más pronunciadas entre aquellos que aceptaran iniciarse en las lides
electorales y quienes pudieran considerar esa participación como algo
que le hace el juego a la dictadura, incluso como una traición.
En la calle o bajo techo
Aunque se registra un consenso en la oposición a la renuncia de métodos
violentos, especialmente las armas o el terrorismo, existe una clara
diferencia entre los que han optado por expresar sus divergencias
saliendo a la calle y los que expresan sus críticas a través de
documentos, programáticas o columnas de opinión. De ambas partes se
escuchan sinceros llamados a equiparar como válidos los métodos elegidos
por cada agrupación o individuo, pero aún, de forma aislada, aparecen
expresiones que califican a una postura como inútil provocación
propiciadora de víctimas y a la otra como una cómoda metodología, exenta
de riesgo y poco solidaria con los que se atreven a recibir golpes.
La terminología
He dejado para el final un elemento que afecta al texto que escribo. La
diferencia entre llamarle Gobierno o autoridades a quienes otros
mencionan como régimen, dictadura o tiranía es quizás una de las más
frecuentes diferencias en el quehacer opositor. Allí entran otros
binomios incompatibles, como el ya mencionado de embargo-bloqueo o los
de elecciones-votaciones, reformas-cambios cosméticos, exilio-diáspora,
sin contar lo difícil que a veces resulta calificar a alguien como
opositor, disidente, activista o periodista independiente. A eso se le
suma las definiciones generacionales, que marcan una línea divisoria
entre quienes llevan "más de treinta años en la oposición" y los recién
llegados; o el contraste entre haber sufrido una condena en la cárcel o
solo haber estado detenido por unas horas.
Los cubanos dependemos demasiado de la oralidad y no estamos dispuesto a
ceder fácilmente ante un dilema semántico. Por otra parte, todos estamos
de acuerdo en que para el otro sería fácil aceptar nuestra terminología.
Desde luego que este es un inventario incompleto, pudiera mencionar la
manera en que se aprecia el papel de las iglesias en la problemática
política cubana; la elección entre permanecer en la Isla o marchar al
exilio; la búsqueda incesante de "hacer algo" o la paciente resignación
a que el tiempo o la biología hagan su trabajo; dialogar o no con el
Gobierno; resistirse al arresto o dejarse llevar preso; aceptar
financiación de entidades extranjeras o rechazarlas por principio;
concurrir a una asamblea de Rendición de Cuentas para canalizar allí las
quejas o no asistir para desconocer su legitimidad; salir al extranjero
a participar en eventos o declinar invitaciones para no perderse ni un
minuto de la lucha principal y así hasta que se nos agote la imaginación
en elegir los colores propios de nuestra arrogante identidad.
Source: Inventario de diferencias -
http://www.14ymedio.com/opinion/Inventario-diferencias_0_1804619526.html
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