29 de octubre de 2014

La partida

La partida
Alejandro Armengol, Miami | 29/10/2014 1:47 pm

¿Alcanzará fuerza política en Miami la tendencia más realista y
pragmática dentro del anticastrismo, ahora que las apuestas deben
desviarse de un fin más o menos cercano del régimen cubano a la
discusión sobre el alcance de las posibles reformas, algunas de las
cuales han echado a andar mientras que otras no pasan aún de un párrafo
en los conocidos Lineamientos, modificados, actualizados y vueltos a
editar tras el fin del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba?
La respuesta a esta pregunta definirá en buena medida el papel político
―o la nulidad al respecto― de una comunidad que cuenta no solo con
grandes recursos económicos, sino con profesionales, especialistas y
empresarios capaces de desempeñar una función de impulso y ayuda al
establecimiento de una sociedad más avanzada en la Isla, tanto en lo
económico como en un proceso paulatino de reformas democráticas.
Ante la afirmación otras veces formulada de que el reloj cubano tiene
dos manecillas, una en La Habana y la otra en Miami, cabe en estos
momentos cuestionarse si ambas continuarán empecinadas en el mismo
recorrido: el avance en reversa, con una tenacidad que amarga al más
optimista.
Durante muchos años parece haberse impuesto en ambas orillas un acuerdo
tácito en este retroceso, como si existiera una conspiración de los
extremos, que ha impuesto la marcha más conveniente a sus intereses: el
poder absoluto de volver una y otra vez a remendar un modelo caduco, y
seguir retrocediendo.
Igual empeño en la Calle Ocho y en la Plaza de la Revolución: mantenerse
en una lucha estéril, sin ceder un ápice.
En lo personal, el éxito ha acompañado a quienes no se apartan de esa
vieja senda. Inmovilidad en la cúpula gobernante cubana, influencia
única del sector más recalcitrante del exilio en la política
estadounidense hacia la Isla.
El problema fundamental es el éxito ―indiscutible tanto en Miami como en
La Habana― a la hora de neutralizar los factores que podrían determinar
un nuevo curso de acción, sometiéndolos a un control que deja fuera de
las decisiones a millones de cubanos en ambos extremos del estrecho de
la Florida.
Una segunda mirada a este problema nos permite afirmar que el darle
cuerda al reloj del retroceso no solo responde a una conspiración de los
extremos. También es la seducción de los caminos trillados y la
comodidad de lograr el triunfo recorriendo una vía segura. Obedecer al
presidente/general sin chistar, evitar destacarse como alguien que
piensa de forma independiente y seguir las órdenes, pero cumplirlas lo
menos posible. Beneficiarse de un electorado que combate sus fracasos
con la misma obstinación que repite sus errores. La inmunidad
imprescindible para no escuchar las opiniones opuestas. Profundizar a
diario en el alejamiento de la realidad. En la Calle Ocho y en la Plaza
de la Revolución. Mantenerse en una lucha estéril, sin ceder un ápice.
La seducción del pasado
Junto a sus esperanzas de futuro, todo exiliado lleva también su cuota
de pasado. En Miami no hubo urgencia en imponer un límite al recuerdo y
un cupo a la nostalgia. Hubiera sido mejor un cartel preventivo:
exiliado cubano, guarda en tu pasaporte de origen todo el rencor,
declara en la aduana las injusticias sufridas y deja en la maleta las
frustraciones. Al menos, no viviríamos en esta ciudad esclavos del
pasado. En Miami algunos no han podido sacarse los clavos del castrismo,
pero quieren que los demás carguen la cruz por ellos: a confesar la fe
en la "lucha anticomunista" o arriesgarse a ser azotado en la plaza.
Inquisición radial, centuriones de esquina, cruzados de café con leche,
apóstoles de la ignorancia. Irse de la Isla para continuar con una
comparación inútil y absurda: responder al mal con el desatino y a la
represión con la intransigencia.
Empeñarse en la violencia con la excusa de lo perdido. Son quienes en
esta ciudad imponen conceptos y distribuyen etiquetas. Para ellos el
terrorismo no es una definición. Tienen un diccionario particular que
esgrimen a conveniencia y se escudan en el papel de víctimas para lanzar
una cacería de brujas. La realidad es una ficción y las obras de ficción
ejemplos reales, que utilizan en escritos y arengas para proponer
tácticas ridículas.
Sadomasoquismo revolucionario
La realidad cubana, en su forma más cruda, es la tragedia de la ilusión
perdida. El primero de enero de 1959. El día en que el ciudadano se
creyó dueño de su destino y terminó encerrado, preso de sus demonios y
de los demonios ajenos. La revolución como un dios arbitrario. Un
proceso que alentó las esperanzas y los temores de los pobres y la clase
media baja; que les dio seguridad para combatir su impotencia y les
permitió vengarse de su insignificancia. Que nutrió el sadismo latente
en los desposeídos y les brindó la posibilidad de ejercer un pequeño
poder ilimitado sobre otros, pero que al mismo tiempo intensificó su
masoquismo, al establecer como principio la aniquilación del individuo
en el Estado, y vio en ello satisfacción y gozo. Un sistema que alienta
el oportunismo porque no posee principios. Una patria que solo ofrece a
sus hijos la satisfacción emocional que se deriva del embrutecimiento,
la envidia, el odio y el delito compartido. Una ideología que alimenta
el patriotismo como un sentimiento de superioridad, pero que en cambio
practica la entrega total del país al mejor postor. Un intento
despiadado de manipulación masiva, de no darle tiempo a nadie de
percatarse que su vida ha sido empobrecida cultural y económicamente.
En un país cuya población mayoritaria se encontraba en la infancia o no
había aún nacido el primero de enero de 1959, ésta ha vivido bajo el
doble signo del poder de un padre putativo, dominante y despótico, pero
también sobreprotector y por momentos generoso: el Estado cubano, que se
ejemplifica y concreta en una figura, un hombre, un gobernante. Padre al
que se ha tratado no solo de complacer en ocasiones sino de obedecer
siempre. Al menos de aparentar esa obediencia. Pero no importa cuánto ha
sido el fingir y hasta donde ha llegado la sinceridad. El simulacro,
vamos a considerarlo así en la mayoría de los casos, se ha impuesto como
una certeza. Tras la épica engrandecida hasta el cansancio de la lucha
insurreccional y los primeros años de confrontación abierta, se abrió
paso una obligación repetida, generación tras generación, de servir de
puente a un futuro que se definía luminoso.
En lo cotidiano fue un destino vulgar, que se caracterizó por el
aburrimiento: el trabajo productivo y la guardia nocturna con el fusil
sin balas. Desde el punto de vista psicológico, se descartó primero el
derecho a la adolescencia —el afán de la rebelión— y luego se transformó
el principio de la realidad que rige la adultez por una simulación
infantil. Ese detener el tiempo transformó a los cubanos en eternos
niños. Algunos fueron niños obedientes y otros "malcriados", pero niños
todos. Ahora, ese mismo gobierno que alentó la creencia en ese Estado
paternal ha comprendido que la situación económica no da para más, y ha
decidido decirles a sus hijos que busquen la caridad en la casa del
vecino ―situada a noventa millas― o se las arreglen como puedan.
Mientras tanto, la lucha por sobrevivir se convirtió en una realidad
única. Hasta donde llegaron las concesiones hechas al sistema es
historia personal. Por un motivo u otro, se acumularon los fracasos en
rebelarse. Unos fueron heroicos en su fracaso, otros simplemente
cobardes o pusilánimes. Se puede argumentar que no fue una culpa
personal o ciudadana, pero ha definido la realidad nacional. Una tras
otra, ha ido acumulándose las generaciones inacabadas, incompletas en su
capacidad de formar un destino. Los cubanos se han transformado en
maestros de la espera. Nos enseñaron a dominar el arte de la paciencia:
un futuro mejor, un cambio gradual de las condiciones de vida, un viaje
providencial al extranjero. Nos enseñaron también a no arriesgarnos, a
no creer en el azar, a resignarnos a la pasividad. Se sigue esperando.
Solo que es la espera es más que nunca un acto suicida.
En las dos orillas
En la capital del exilio aún se alimenta el espíritu de intolerancia y
se mantienen los intentos por brindar la imagen de un exilio monolítico,
opuesto a cualquier alteración del rumbo de la política trazada por
Washington desde hace muchos años, reforzada por la pasada
administración norteamericana, mantenida en lo esencial por la actual y
en buena medida determinada por los miembros del sector más reaccionario
de la comunidad emigrada. El factor clave es no cambiar una política que
si bien no es agresiva en el sentido bélico, sí puede considerarse de
una hostilidad pasiva, o incluso en algunos casos activa. El argumento
de que esta política no es más que una respuesta
En Cuba se reconoce que en los jóvenes está la clave del problema de la
sobrevivencia del modelo castrista.. Más allá de los encasillamientos
generacionales, y de las divisiones por edades, el fenómeno tiene un
sentido amplio. Se trata de un grupo que aquí en Miami forma parte de
una generación de relevo: hombres y mujeres que por fecha y lugar de
origen —varios de ellos nacieron en este país— no comparten una historia
común con los residentes de la Isla, pero se consideran depositarios de
una Cuba que dejó de ser. Hijos del anhelo de darle marcha atrás al
reloj histórico y político en Cuba, para borrar todo vestigio del
proceso revolucionario, y herederos del llamado "exilio histórico".
Gracias a su participación en los triunfos electorales de los hermanos
Bush, este grupo aún desempeña un importante papel en la confección de
la política norteamericana hacia la Isla.
Hasta el momento, su éxito político obedece al hecho de continuar
ampliado una política que es afín a una buena parte de los votantes
cubanoamericanos. En última instancia, lo importante para estos votantes
no es la efectividad de la medida, sino que ésta ejemplifica su
influencia política. Mientras se debate el alcance del voto
cubanoamericano tradicional, no hay duda del poderío de un grupo que
contribuye fuertemente a las campañas electorales y que tiene un gran
dominio e influencia no solo en los gobiernos local, estatal e incluso
federal, sino también en los medios informativos.
Un grupo que además mantiene una relación con la Isla que es
fundamentalmente política y afectiva, pero sin contactos con la
población salvo en los casos de afinidades ideológicas con ciertos
grupos disidentes.
Ambos grupos —los históricos de la Isla y el exilio— enfrentan serias
dificultades para establecerse como fuerza definitoria en un futuro. En
Estados Unidos por las propias características del proceso electoral y
por formar parte de una minoría, en el sentido étnico o de origen. En
Cuba por las limitaciones hasta el momento impuestas en una lucha por el
poder que apenas se intuye pero es real. Queda abierta la posibilidad
—bastante precaria por el momento— del encuentro de un terreno común
entre los dos grupos, en un futuro todavía no cercano. Otra cuestión es
el aumento del poder político de los nuevos grupos de inmigrantes,
mediante una participación mayor en las elecciones, la inmediata
legislativas y la posterior presidencial. Posibilidad muy real, pero que
aún continúa siendo una incógnita.
Buena parte de los que realizan viajes familiares a Cuba no son
ciudadanos norteamericanos. Las demoras en el procedimiento para
adquirir la ciudadanía —a consecuencia de las nuevas verificaciones de
seguridad establecidas a consecuencia de las medidas antiterroristas—
dificultan el convertirse en votantes a residentes que se ven afectados
por estas restricciones. Por lo tanto, es posible que estas elecciones
inmediatas continúen ofreciendo dividendos electorales para los
republicanos.
A todo esto se une la frustración del exilio ante la ausencia de cambios
visibles en la Isla, resurgidas luego del traspaso del poder de Fidel
Castro a Raúl. Pese al fracaso de medidas como el embargo, otras
alternativas —como el proceso actual de cambio de política de la Unión
Europea— hacen hasta el momento esperar también resultados nulos.
Quienes critican el fin de las sanciones por parte de Europa olvidan que
la posible presión sobre el régimen no es igual ahora que hace pocos
años. Pero igual argumento puede aplicarse a quienes favorecen un
levantamiento del embargo.
No tiene sentido apostar a las supuestas ventajas políticas de un
incremento del turismo. La realidad es que el gobierno cubano tiene
ahora mayor capacidad de maniobra. Desconocer este hecho es equivocar de
sentido el apoyo al fin de las restricciones a los viajes de
estadounidenses a la Isla. No hay que arrebatarle a Castro el papel de
fuerza represiva, contraria al libre movimiento ciudadano. Si con la
nueva ley migratoria La Habana ha tratado de librarse de ese estigma es
por motivos económicos sino políticos. Cierto que este caso la economía
se ha impuesto y con ello dinamita el factor político, pero por ello hay
que verlo como un cambio en la naturaleza represiva del régimen sino
como un acomodo de acuerdo a las circunstancias.
La política cubana es al menos consecuente con los objetivos de quienes
la trazan. Castro vaciló nunca en permitir ciertos espacios controlados
—de relativa independencia—, cuando han resultado necesarios para que el
régimen sobreviva. Raúl Castro no es innovador en ese sentido, sino
simplemente ha seguido lo establecido por su hermano mayor: adaptarse al
momento. Los que han creído ver un mayor pragmatismo en Raúl que en su
antecesor son presas del espejismo de un proceso en que la ideología
siempre fue una especie de mercancía de consumo, pero de naturaleza
intrínseca variable. Un fenómeno que Jean Paul Sarthe descubrió desde el
primer momento, pero a la que otorgó un significado y unas consecuencias
erróneas. Entre equívocos e ilusiones construyó el régimen de La Habana
su base de sustentación. Fue una opción arriesgada y poco promisoria,
pero que en la práctica le ha brindado resultados excelentes. Aun hoy
sigue apostando a la misma carta. Y nada indica que no siga teniendo en
las manos no el as de triunfo sino de supervivencia. Con ello le basta.

Source: La partida - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-partida-320716

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