Castro, el ébola y 'The New York Times'
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS | Hollywood | 22 Oct 2014 - 4:36 pm.
'Denunciar a Fidel por lo que es realmente: un títere del
'establishment', un instrumento de la política colonial, un lacayo del
imperialismo, otra máscara de la penetración ideológica.'
Por si quedaban dudas, los últimos dos bombazos de The New York Times
dejaron claro quiénes son los verdaderos enemigos del pueblo cubano.
También en eso Fidel "tiene toda la razón". Solo la disidencia no se da
cuenta de que… ¡se trata de los yanquis, idiotas! El programa de la
oposición adolece de un gravísimo déficit: el antiguo, mañoso,
indispensable antiamericanismo.
La disidencia no se ha enterado de que el enemigo de la sociedad civil
cubana es el establishment liberal gringo, no Fidel Castro. Cuando
aprenda a ver a Fidel como una creación del imaginario norteamericano
podrá dirigir sus esfuerzos en la dirección correcta; cuando entienda
que Fidel gobierna por y para los yanquis, y que en momentos de crisis
—Girón, Elián, Mariel, Ébola— actúa desde dentro del Sistema, con más
autoridad e influencia que un senador o un representante.
En lo que respecta a la política interna norteamericana, Cuba tiene más
peso que Puerto Rico o Hawai. Su situación de facto es la de un Estado
Libre Asociado, aunque en realidad esté más cerca de ser una colonia.
Las funciones de Castro son las de un gobernador y Capitán General
(ahora también Surgeon General) cuyo mandato excede hoy el de cualquier
político cubanoamericano.
Al enfrentarnos a Fidel encaramos a un espejismo, un gigante español que
aparece como un molino de viento. Sin embargo, el engranaje que sostiene
esa fantasmagoría, el motor que le da cranque al gigante, es el complejo
político-cultural gringo. Si queremos ver resultados debemos atacar el
engranaje, no al gigante. Denunciar a Fidel por lo que es realmente: un
títere del establishment, un instrumento de la política colonial, un
lacayo del imperialismo, otra máscara de la penetración ideológica.
¿Qué cubano no se sintió penetrado ideológicamente por los editoriales
de The New York Times? ¿Hacen falta más pruebas de la capacidad
penetradora, invasora e injerencista de un periódico gringo? Somos
nosotros y no su socio quienes deberíamos levantar cartelones a las
puertas de la Pequeña Habana: "¡Señores editorialistas del New York
Times, les tenemos más miedo que a Fidel Castro!"
Los últimos que entendieron el asunto correctamente fueron aquellos
dulces guerreros traicionados que hoy llegan al fin de sus días en el
más total abandono, los luchadores de las brigadas de asalto, los
saboteadores y comecandelas de la época heroica. Ellos le viraron los
cañones a los gringos. Pero la nueva oposición no está en condiciones de
asumir la lucha en los términos del antimperialismo, acaso por haber
sido educada dentro de un programa diversionista que le hizo ver el
conflicto como diferendo. He ahí el engañabobos: una oposición entrenada
en no embestir al enemigo, programada para no ofender al contrincante.
Un virus a la medida de Robin Hood
Hace poco supimos de un pelotón de espías castristas que se hacía pasar
por una cátedra de académicos. ¿Necesitábamos esa mala noticia para
saber que el castrismo es asignatura de cualquier currículo, o aún peor,
que es parte de la praxis docente y la visión escolástica del mundo? Lo
que revelan los recientes editoriales de The New York Times no es más
que la presencia profunda del castrismo, su irrupción en los programas
posgraduados, la popularización de sus tergiversaciones.
Pero el castrismo es mucho más que un simple caso de infiltración y
espionaje: opera desde adentro, es un bodysnatcher, un zombi filosófico
metido en el cuerpo de un millón de egresados de la Liga Ivy. Ana Belén
Montes, producto de John Hopkins University, no era un elemento foráneo
en el cerebro de la Central de Inteligencia, sino otra chica idealista
que pudo haber aterrizado en la redacción de un gran periódico. Si el
caso de los "Cinco Espías" es indicativo de la familiaridad con que el
estamento intelectual yanqui trata al fidelismo en su aspecto delictivo,
entonces debemos asumir la existencia de un ejército de Anas Belén
marchando a ciegas, con los brazos al frente, hacia un futuro totalitario.
The New York Times es castrista y siempre lo fue (me resulta difícil, y
hasta engorroso, explicárselo a un buen amigo americano que compartió
conmigo el enlace de los editoriales). En 1957 envió a Herbert Matthews,
un veterano de la Guerra Civil Española, simpatizante de los comunistas,
a resucitar a un forajido que el ejército constitucional había dado por
muerto. Su versión de Fidel Castro, su creación de un Robin Hood en
fatigues, es la causa eficiente del castrismo, y no los excesos del
batistato. La incapacidad de Fulgencio Batista para imponerse al
espectro que enciende un tabaco en la foto borrosa de Matthews,
determinó su suerte y el destino de la República. Hoy sabemos que la
batalla por Cuba se perdió en la redacción de The New York Times.
Cincuenta y siete años más tarde, Robin Hood se enfrenta al ébola. Si es
cierto que Castro fue creado por los magos del Departamento de Estado y
mantenido magnánimamente por 11 presidentes norteamericanos, entonces el
brote de ébola debe ser falso, la perfecta epidemia fabricada por la
administración Obama con el único propósito de que Raúl Castro despache
un contingente de médicos: La Habana bien vale una plaga.
Source: Castro, el ébola y 'The New York Times' | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1413988597_10911.html
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