No lancen la carreta delante de los bueyes
Miércoles, Junio 12, 2013 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Parece que tendrán razón
quienes pronosticaron que a los caciques de Cuba no hay quien los tumbe.
Se están tumbando solos, empujados por la fuerza gravitatoria de los
tiempos, lo que es decir del mismo modo en que se hicieron del poder.
Pero ello, claro está, no demerita el rol jugado por los opositores
pacíficos y por la sociedad civil alternativa, cuyo exponente de
valentía y de verticalidad ciudadana conforma desde ya un capítulo
imprescindible de nuestra historia.
Sin el concurso de la oposición interna, los caciques también se habrían
tumbado solos, aunque mucho más tarde quizá y, sobre todo, bajo otras
circunstancias. Que el mundo pueda asistir, con pleno conocimiento de
causa, a su desmoronamiento, lento, pero tanto más obvio cuanto más
demorado, es algo que no sólo debemos al almanaque, por más que sigan
pretendiéndolo los agoreros.
Si los opositores cubanos, producto de un fenómeno sui géneris, generado
al fin por condicionantes muy particulares, no han podido (o no fueron
capaces) de hacerse justicia sacando a la gente a las calles para que
reclamen sus derechos, tal y como es práctica corriente en cualquier
otro sitio del planeta, ello no significa que hayan estado perdiendo el
tiempo. Mucho menos los descalifica como protagonistas de primera línea
en los cambios que se avecinan.
Al contrario, sin abandonar la denuncia de los atropellos y las
violaciones que comete el régimen (algo que por sí solo enaltece su
protagonismo en etapas pasadas y en la presente), la oposición pacífica
apenas está alcanzando ahora un período de maduración desde el que debe
emprender su labor más trascendente.
Y no es cierto, como se ha dicho, que los opositores de la Isla
desestiman sus propias tareas de denuncia al calificar de "cosméticas"
las medidas que últimamente ha tomado el régimen. En principio, se
atienen a la verdad, porque realmente son cosméticas, ya que no hay una
sola de esas medidas que no esté destinada a devolver derechos que
nuestra gente disfrutaba ya en la muy imperfecta sociedad cubana de la
década de los años cincuenta. Pero aunque así no fuese, tampoco
tendríamos que aceptar como buenos los cambios sin que lo sean, sólo
porque en alguna medida responden a reclamos de la disidencia.
Por lo demás, no hay mucho que reprocharle a los opositores por el hecho
de que el régimen no los tenga en cuenta, aparentemente al menos, o
porque no los considere un rival suficientemente peligroso como para
sentarse con ellos ante una mesa de negociaciones. Sólo quien no domine
los intríngulis de nuestra realidad política y quien no conozca (o no
quiera reconocer) el feroz totalitarismo desde el que imponen su dominio
los caciques, podría incurrir en reproches tales.
A la larga, la oposición interna ha ganado mucho más mostrando al mundo
la obsolescencia, las crueldades y la falsedad de lo que aún llaman la
revolución cubana, que sentándose a parlamentar con la dictadura.
Ni de arreglos con los representantes del régimen, ni tampoco de
acuerdos de ninguna índole con políticos, instituciones, gobiernos del
extranjero (excluyendo al exilio y a la emigración cubana, desde luego),
podrían obtener los opositores alguna solución verdaderamente saludable
para el futuro inmediato de nuestro país.
En cuanto a lo primero, parece que ningún opositor tiene dudas. Sólo
queda por ver entonces si todos están igualmente convencidos de que su
escenario, en tiempos de maduración, no puede estar ubicado más allá del
Morro. Viajar al extranjero con el plan de ilustrar en vivo y en directo
lo que tantas veces denunciara, es algo de suma importancia para la
oposición en esta etapa. Pero ir con la ilusión de que el mundo le
virará las espaldas a nuestra tiranía sólo por dejar expuestos sus
atropellos e inutilidades, y por demostrar la existencia de una
oposición organizada, sería un acto de ingenuidad que no armoniza con su
madurez de hoy.
Todavía pululan en la Tierra las dictaduras, así como los gobiernos
incapaces y crueles. Y todos, casi sin excepción, mantienen excelentes
relaciones comerciales y diplomáticas con los otros gobiernos, sean más
o menos democráticos. El mundo es como Dios lo hizo y hasta peor a
veces. Y es algo bien sabido que a ningún movimiento opositor de esas
naciones oprimidas, por más auténtico que sea, le llega desde afuera lo
que no consiga adentro por sí mismo.
No hay que esperar demasiado de posiciones comunes ni de expresiones de
condena internacional contra el régimen, porque eso, en política, no es
sino más de lo mismo. A cada gobernante le sobra con los problemas que
tiene en su propio país. Ninguno asumirá los deberes de otro, o al menos
no antes de que el otro haya cumplido cabalmente con su parte. De modo
que hoy, como ayer, en Cuba, como en cualquier otro sitio, el
superobjetivo continúa estando delante de la nariz. Entonces no es
aconsejable lanzar la carreta delante de los bueyes.
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