Gran estafa transnacional castrista
Martes, Junio 11, 2013 | Por Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Que la fenecida revolución de
1959 ha devenido una gigantesca estafa transnacional resulta una verdad
de Perogrullo. Atareados como estamos por enfrentar y tratar de superar
los casi infinitos obstáculos a la libertad de derechos; inmersos además
en una realidad signada por los imperativos de la supervivencia, pocas
veces nos detenemos a pensar en los efectos del formidable mecanismo que
el gobierno cubano ha sembrado durante décadas en el mundo y en especial
en el imaginario de los pueblos tercermundistas. Más allá de quienes son
servidores conscientes del sistema cubano, se desconoce el número
aproximado de víctimas de la propaganda castrista que colaboran
involuntariamente con el totalitarismo al hacerse eco de la mayor
falacia que ha producido la política en esta región.
Es cierto que a ese tenor se ha formado toda una pléyade de hipócritas
oportunistas que, en pago a sus servicios como defensores foráneos de
los intereses de la más larga dictadura de este hemisferio, disfrutan de
las oportunidades y privilegios que no puede gozar la mayoría de los
cubanos.
Es una experiencia que hemos sufrido. Recuerdo con particular claridad a
una mujer argentina en plan de regreso a su país en compañía de su
familia, con la que coincidí en un vuelo Habana-Panamá de Copa Airlines
(finales de abril de 1999), cuando me dirigía a Perú la primera vez que
salí de Cuba. Dicha señora ocupaba un asiento justo detrás del mío y de
repente, al detectar a una amiga y paisana, se puso de pie y a puro
grito le espetó: "¡Cora, Cora!, qué sorpresa!, ¿dónde estuviste vos esta
vez?". La amiga mencionó un balneario cubano, no recuerdo exactamente
cuál, a lo que mi vecina de atrás le respondió, "¡Fantástico!, yo estuve
también en ese el año pasado, cuando vine por lo del Primero de Mayo con
los otros. Está buenísimo, ¿no? Esta vez estuvimos en Varadero y me
traje a los chicos, pero no me puedo quedar hasta el día 1ro. El año
pasado hasta estuvimos con Fidel. La verdad que es grande la revolución
y el pueblo cubano. ¡Cuba va!, ¡Patria o Muerte!". Tan ridícula como eso.
Me tomó por sorpresa, yo no esperaba encontrar en un avión extranjero
semejante ataque de sarampión ideológico. Aquella mujer era, a todas
luces, una más de los miles de parásitos que se nutren del sufrimiento
de los cubanos, una de tantos "sindicalistas de izquierda radical" que
acuden a La Habana cada año a agitar banderitas en las epifanías
revolucionarias con lo cual pagan el disfrute de instalaciones
turísticas de las que la mayoría de los cubanos apenas conoce.
Seguramente ella no se habría detenido en averiguar cuántos obreros
cubanos estarían hospedados en su hotel.
Sin embargo, lo más sorprendente es la persistencia de la epidemia.
Recientemente, en Estocolmo, volví a recibir otra ducha de solidaridad
izquierdoso-castrista. Un sujeto muy trajeado, que se identificó como
hondureño, se acercó a nosotras –dos amigas cubanas disidentes que
conversábamos tranquilamente– y pasados unos breves minutos se cuestionó
nuestra insistencia, obviamente superflua, en reclamar libertad de
Internet, de expresión, de prensa y de asociación. Sacó a colación el
tema de los derechos humanos en Cuba y los comparó con los de su país,
donde asegura que "en las calles amanecen 20 muertos todos los días"
mientras los cubanos tenemos la educación y la salud gratuitas y
garantizadas, así como derecho al trabajo. Sin dudas, el sujeto está
bastante desactualizado, pese a que, muy ufano, se declaró un conocedor
de Cuba ya que ha estado cinco veces en la Isla. Daba más pena que
coraje el pobre necio.
Para entonces nos habían rodeado varios interlocutores de Argentina,
Chile y España, que se habían acercado al reconocer a mi amiga, y no
pudieron menos que reír cuando le respondí al hombre que a pesar de que
lamentaba mucho la muerte de los hondureños su país no era exactamente
el modelo a que aspiramos los cubanos, que sus cinco visitas a Cuba no
podían competir con mis casi 54 años como cubana viviendo en la Isla,
que sus 20 muertos diarios no me consolaban del más de medio siglo de
dictadura –sin contar que nuestros muertos, en número indeterminado, son
difíciles de ver porque han sucumbido en las cárceles y en especial
yacen en el Estrecho de La Florida–, y que la educación y la salud,
generalmente de cuestionable calidad, se pagaba con los misérrimos
salarios y con una vida condenada a un ciclo cerrado de pobreza. "Ningún
extranjero tiene autoridad moral alguna para decirnos a los cubanos cómo
debemos vivir y qué clase de sistema político queremos para Cuba. Haz lo
tuyo en Honduras, que por cierto, no es un paradigma de democracia para
nadie".
Después supe que otro cubano también lo puso en su lugar, con palabras
bastante más fuertes que las mías. No es de extrañar que durante el
panel sobre libertad de expresión en Latinoamérica aquel hombre
estuviera escondiéndose en la última fila del auditorio y poco después
se escurriera hacia la salida tratando de no ser visto.
Pero lo dicho. Alguna vez, espero que a corto plazo, sabremos con mayor
exactitud la verdadera magnitud de la estafa transnacional castrista y
conoceremos la nómina de sus alabarderos. Quizás para entonces muchos
ingenuos defensores del sistema, que hoy quiebran lanzas por un gobierno
que de seguro no tolerarían en sus países, sucumban ante la realidad de
los hechos que se conocerán, y sientan vergüenza. Otros muchos,
mediocres y vagos, acostumbrados a medrar a la sombra de caudillos
generosos, saldrán a la caza de nuevos empleadores. No les deseo suerte.
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