Publicado el domingo, 10.28.12
La tarjeta cambia de color
Raúl Rivero
La gran heroicidad de los letrados que perpetraron en sus despachos
oficiales las nuevas medidas migratorias cubanas ha sido la de violar un
derecho universal mediante una disposición legal espuria. Y recibir
todavía la bendición y el aplauso de ingenuos, interesados, cómplices y
compañeros de viaje de las izquierdas de todos los tonos.
La ley, anunciada para entrar en vigor en enero próximo, con sus curas
de mercurocromo y los jarabes caseros para las brutales normas impuestas
durante cinco décadas, no es más que un flagrante quebranto de un
derecho de los hombres y mujeres que habitan el planeta Tierra. El que
establece la libertad de las personas "a circular libremente y a elegir
su residencia en el territorio de un Estado... y a salir de cualquier
país, incluso el propio, y a regresar a su país".
Con su flamante panfleto el gobierno cubano pasa por encima también del
Pacto Internacional de derechos civiles y políticos en el que se
garantiza que nadie puede ser privado arbitrariamente del derecho de
entrar en su propio país.
Los primeros destellos de la noticia bajo el titular de la eliminación
del permiso de salida –a través de la oprobiosa tarjeta blanca– le
dieron chance a los pícaros de percibir, dentro y fuera de Cuba,
diferentes categorías de euforias y optimismo.
Faltaba, desde luego, el análisis de la letra pequeña, el examen del
andamiaje del articulado para entender que, detrás de algunas
disposiciones que alivian las gestiones, abaratan los trámites y
favorecen a ciertos sectores de la población (y también al régimen en el
plano económico), está el mismo garfio estatal para controlar las
entradas y las salidas del país.
Es un simple cambio de color y de formas. Ya no hay tarjeta blanca. Hay
pasaporte azul. Y ese documento, otro derecho básico de cada ciudadano,
es el que los funcionarios utilizarán como mecanismo regulador para
autorizar los viajes de los cubanos.
Aquí entra en función el poder de un texto redactado en clave legal que
le da el derecho a los representantes de la dictadura a quitarle su
derecho a viajar a los ciudadanos. Se sabe que los científicos, ciertos
funcionarios y militares y los atletas de alto rendimiento están entre
los grupos cuyos pasaportes parecen lejanos. Y es seguro que no se
mandarán a hacer nunca los de los opositores pacíficos y sus familiares.
Cuando los colegas europeos preguntan si los periodistas independientes,
los blogueros y la oposición pueden pedir sus pasaportes actualizados y
salir a viajar, se les dice que los negativos de sus retratos se pueden
ver en la letra y en espíritu de la ley. Y que no está a mano la materia
para confeccionar los de Martha Beatriz Roque y Pedro Argüelles Morán,
dos ex presos políticos que están enfermos y quieren salir a curarse y
volver a su país a trabajar pacíficamente.
Ellos no tuvieron jamás la tarjeta blanca. Ni hay planes de darles la azul.
http://www.elnuevoherald.com/2012/10/28/1330966/raul-rivero-la-tarjeta-cambia.html
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