Monólogos de barbería
Las "reflexiones" de Fidel Castro: ¿parte del tedio nacional u otra
forma de distracción de los graves problemas que afronta Cuba?
Alejandro Armengol, Miami | 04/04/2012 9:25 am
Las "reflexiones" de Fidel Castro constituyen un volumen desigual de
escritos, que en sus orígenes dio la impresión que podrían llegar a
constituir un cuerpo complejo y desigual, con el que iban a tener que
lidiar expertos en la situación cubana, biógrafos y analistas del
pensamiento y la acción del ex gobernante. Tras cinco años de aparecer
con una frecuencia aleatoria en la prensa cubana —la primera fue
publicada el 28 de marzo de 2007 en el sitio web Cubadebate—, poco puede
sacarse en claro de estos textos, salvo verlos como un amasijo de
pensamientos mal hilvanados, que mejor reflejan las limitaciones
intelectuales de su creador que indican cualquier rumbo en Cuba o
sugieren tendencias mundiales. Cabe, sin embargo, preguntarse si no es
ese su objetivo: tratar de entretener a todos mientras se obvian los
asuntos importantes.
Surgidas con el objetivo aparente de testimoniar que el líder
convaleciente estaba vivo, su autoría ha sido puesta en duda en más de
una ocasión y han servido desde objeto de burla hasta motivo de adulación.
Encierran más de una dificultad, a la hora de una discusión sobre su
contenido, y no facilita esta labor que resulten muy tentadoras a la
hora de la descalificación fácil: adolecen de graves problemas de
redacción, carecen de síntesis, abusan de las citas y mezclan
comentarios banales con cursilerías. La mayoría de las ocasiones es
fuerte la tentación de considerarlas el entretenimiento de un anciano o
pura palabrería.
En los dos primeros años, los periodistas buscaron en ellas indicios
sobre la salud de quien las escribe, para terminar siempre frustrados.
Castro ha prescindido hablar sobre él en casi todas, lo que no impide
que las "reflexiones" hablen de él, expresen por caminos casi siempre
torcidos sus inquietudes e ideas. A partir de este supuesto, en
ocasiones han sido analizadas como la única muestra disponible para
tratar de conocer sus intentos de influir sobre el rumbo del país.
En este sentido, al igual que en los anteriores, en la práctica han
resultado poco útiles para el análisis y la interpretación. Tampoco en
la mayoría de los casos han cumplido una función de "divulgar secretos".
Más allá de un dato aquí o allá, una referencia entre párrafos de ese
fatigado "copy and paste" de cables, libros y artículos que le restan
valor a sus reflexiones, hay poco o casi nada de material original,
sabiduría e interpretación ágil y profunda. En ellos nada trasciende el
tipo de conocimiento científico que puede obtenerse de la lectura de la
revista Selecciones, la información que le llega a través de la
recopilación de cables de prensa que diariamente le hacen sus
asistentes, las traducciones de libros y o capítulos de libros puestos a
su disposición por los traductores. Hubo una época que todo esa saber
—sobre todo el político— llegababa apenas a un grupo reducido en Cuba, y
Fidel deslumbraba en sus discursos con una retahíla de cables, que leía
durante horas, en un alarde informativo injusto y desigual. Pero esos
tiempos ya desparecieron. Ya no basta ser un lector habitual de
períodicos y cables de prensa. Internet ha abierto un mundo de
información que el ex gobernante, por ignorancia o falta de destreza,
parece ignorar.
Hay, sin embargo, aspectos propios de la personalidad de Fidel Castro
que aparecen una y otra vez en sus escritos. Su obsesión continúa siendo
Estados Unidos, la forma de lidiar con un enemigo al que durante décadas
le ha sacado ventaja en la confrontación. Aunque ahora —que su final
está más o menos cerca, si uno no repite demasiado la broma macabra de
su inmortalidad— considera que toda confrontación está a punto de
degenerar en castástrofe. Lo interesante es que este cataclismo no solo
puede ser político, sino también natural. Si no nos mata una guerra
nuclear, un tsunami arrasa con nosotros. La cuestión es morirse con
Castro vivo o irse con él para el otro mundo, para cualquier mundo
posible. Lo que rechaza a diario es la posibilidad de que él se vaya y
otros se queden. Hugo Chávez como compensación en la vejez.
Fidel Castro se está deconstruyendo a sí mismo. Esto genera curiosidad
por asistir hasta el final de ese proceso, en que una figura legendaria
se ha visto obligada a despojarse del mito de su persona, y a dejarlo
solo al amparo de carteles por toda La Habana, libros de memoria que se
repiten y declaraciones empalagosas de funcionarios; un eterno
guerrillero se ha tornado una figura familiar, indefensa y torpe; un
político hábil se pierde en frases casi incoherentes. Pero cuidado, nada
de lo que hace esta figura que por tantos años provocó recelos,
esperanzas y odios es espontáneo o gratuito. Ni siquiera ahora, cuando
asistimos a su ocaso.
Castro se ha retirado y hemos sido cómplices de esa salida de escena
—que por mucho tiempo nos negamos a admitir— y todavía a veces creemos
que esta forzosa desaparición puede aún prolongarse por algún tiempo o
interrumpirse en algún momento. Pero desde hace unos años Fidel Castro
tomó una decisión al respecto. Entre el poder y la vida decidió por la
última. Es cierto que por un instante puede dar la impresión que todavía
se aferra a resistir al precio de sacrificarlo todo o casi todo. Pero si
una y otra vez más vuelve a sus orígenes en memorias y entrevistas, es
porque ya solo le queda el papel como escenario político. Y el papel
casi nunca ayuda, salvo a los que creen en un futuro.
Ese Alejandro, que persiguió con un nombre repetido en documentos e
hijos, no es más que eso: un nombre, apenas un ideal, pero jamás un
modelo. Mucho menos un estilo de vida. Morir joven nunca entró en sus
planes. Abandonar el poder tampoco. Pero ha sabido adaptarse a cualquier
circunstancia. Si el precio es muy alto, no hay que pagarlo. Y él no lo
ha pagado nunca. Alejandro El Magno está bien para los libros de
historia, pero hace rato que ese destino quedó atrás y todo sacrificio
tiene un límite. Aunque no lo parezca, su capacidad en ese sentido es
muy limitada. La vida, pese a las vejaciones de la enfermedad, la
humillación de la edad y los desengaños del cuerpo vale aún la pena.
Solo es necesario acomodarse a las circunstancias, adaptarse a los
tiempos, salvar lo que aún puede ser salvado.
Lo que vale la pena salvar se resume en aspectos muy concretos. En
primer lugar, la continuidad de un proceso. No por una fe absurda en su
futuro, sino por una utilidad práctica. Existen otros lugares para los
pocos años o meses que aún espera le quedan por delante, pero ninguno
como la Isla.
Si contribuir a esa continuidad fue su tarea principal durante décadas,
y demostrar que está vivo y está ahí continúa siendo un factor
fundamental en la realidad cubana, su presencia se apaga cada vez más en
todos los aspectos de la vida cotidiana de los cubanos, pero aún
desempeña un papel en el difícil equilibrio de poder que rigen las
esferas de mando en la Isla.
Lo segundo es un proceso de símbolos, de imágenes que se han explotado
hasta la saciedad durante decenas y decenas de años. Por un tiempo se
preparó a la población, para que aceptara ese nuevo papel del que aún la
prensa llama líder revolucionario: de guerrillero a viejo sabio, de
estadista a consejero, de lo invulnerable a lo frágil. Se debe reconocer
que el régimen de La Habana lo logró: sin sobresaltos, pero sin
despertar ilusiones. Sin dar pie a la posibilidad de una derrota.
No es un destino estoico, una salida heroica o una inmolación. Para
símbolo de la entrega al ideal revolucionario cumple su función el Ché.
Poco importa si son sus restos o no los que se encuentran enterrados en
Santa Clara. Basta con el hecho de que la Isla atesora su imagen. Lo
demás es secundario.
Por eso Fidel Castro escribe "reflexiones" y publica memorias. No
importa lo que escribe o lo que habla. Lo único que vale es que está
ahí. Lo que escribe puede ser interpretado como un conjunto de
significados dispersos o simplemente una muestra de torpes banalidades.
Pocos quedan que argumentan que los textos encierran una pluralidad de
ideas. Casi ya ni vale la pena repetir —como en este artículo— que las
llamadas "reflexiones" se limitan a una interminable regresión de
repeticiones destinadas a no decir nada. Detenerse en su falta de
cualidades intrínsecas es una trampa, porque están destinados
precisamente a la inestabilidad, lo fortuito, a la falta de una
presencia evidente y a desviar la atención de lo fundamental: perder el
tiempo diciendo que el ex gobernante cubano desvaría, que su mente pasa
de un tema a otro obviando las leyes elementales de la coherencia y que
se entretiene en aspectos que guardan poca o ninguna relación con lo que
ocurre en Cuba no es más que seguir al pie de la letra los propósitos
que obedecen a su creación. Con esa prepotencia ahora senil, Castro
intenta entretener aburriendo.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/monologos-de-barberia-275546
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